El juego en el niño dinamiza su capacidad creativa y, casi siempre, su comportamiento de relaciones sociales con terceros. Por eso, incluso, en buena medida, luego de tantos y tantos estudios sicológicos, sociológicos y pedagógicos el resultado es que no hay mejor aprendizaje que el efectuado mediante la distracción, el entretenimiento, el retozo. Hoy, sin embargo, los mercados de la artificialidad de imágenes direccionados por los adultos hacia objetivos ciento por ciento comerciales, para obtener valor agregado en millones de dólares sobre la niñez del mundo, como insumo para sus intereses, insisten en manejar esta opción de verdadera piratería sobre cada humano desde su nacimiento. Esta artificialidad, por su puesto, para mantener posición hegemónica en el negocio está vinculada a la guerra, a los protectores (superhéroes) de la mendicidad permanente, a la actividad servil doméstica femenina y, claro está, promover así al chico y chica de hoy hacia el compulsivo consumidor adulto de mañana. Consumidor de mercancías, en buen porcentaje inútiles para una vida social sana, pero también consumidor de valores, para el manejo ideológico de una sociedad traumática de dependencia. Con semejante situación ya es suficiente como para ponerle atención a esto de la juguetería infantil. Pero la gravedad aumenta, ahora, sabiendo que dichos juguetes, una perversión en sí, están impregnados de tóxicos (plomo), derivando a los niños al juego con la muerte…
Por cierto, tal es la costumbre de la corrupción institucionalizada, la multinacional de juguetes Mattel se disculpa ordenando retirar las mercancías, 18 millones de unidades, de las vitrinas y bodegas, y promete “reexaminar sus métodos de producción, con contratistas en China” y, en complemento, entrega vales para reemplazo de los productos comprados. ¿Suficiente? ¿Aplausos al señor Bob Eckert, presidente de la empresa, por “decisión tan oportuna”? De ninguna manera. Lo que ha pasado, (y no es la primera vez con esta compañía tal cual señala la cadena de noticias CNN), es una mayúscula irresponsabilidad, un atentando prácticamente criminal, al poner en riesgos innecesarios y al margen de toda defensa inmediata posible del usuario (niños), dadas sus condiciones físicas y emocionales de vulnerabilidad, la vida de cada uno y la intranquilidad y el desasosiego en cada grupo familiar, que significa en los términos que entiende Mattel, costos económicos en pérdidas de tiempo laborable y gastos médicos. Tan culpables son los fabricantes chinos como los contratistas de la producción para distribuirlos. Pues, hay que suponer, por lógica común, que en el convenio de compra y venta, teniendo en cuenta, incluso, (con más especialidad en este caso) el consumidor final, debe especificarse el proceso fabril como parte vital del control de calidad.
¿O es que para estos chinos y estos norteamericanos es preferible esperar a descubrir y denunciar los males después de sufrirlos, sabiendo de antemano que iban a suceder , pero que esperaban, como parte del marketing, que pasarían desapercibidos, debido a que los síntomas no son tan específicos y pueden confundirse con cualquier dolor estomacal o jaqueca, de difícil interpretación diagnóstica en una criatura? Aquí hay un atentado culposo contra los derechos fundamentales de las individuos, al marginarse de la producción industrial y su comercialización el derecho a la vida y a la seguridad de la persona, tal cual literalmente dice el Art. 3 de la Declaración Universal de los Derechos del hombre (ONU,1948). Más aun, explica la Declaración de los Derechos del Niño (1959) que "el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento". Algo que confirma la Convención de los Derechos del Niño, aprobada en 1989. Son los Estados en donde, violándose consideraciones de seguridad vitales a la salud de la infancia, han ingresado los juguetes en cuestión, que deben a través de la acción de la Defensoría del Pueblo, enjuiciar a los transgresores. No podemos permitir que nos sigan tratando como ratones de laboratorio. Ni como hambrientos por el desperdicio de cualquier basura ideológica.
asdasdac asasdas