Preocupa mucho el fanatismo del ser humano. Impide el uso del razonamiento y lo lleva a realizar actos de violencia contra otros, actos injustos o vengativos que no conducen a nada positivo, sino a satisfacer el deseo de venganza, de hacer daño, de destruir lo establecido, de obrar por instinto malsano y no por buscar soluciones. En muchos casos la tozudez de los que gobiernan o están en el poder, el mantener sus oídos sordos a toda solución que no sea la que yo decido, llevan a la intransigencia y a la imposición del poder, pero sin verdadera autoridad.
Otro punto que preocupa es la ambición desmedida, el afán de demostrar el poder, la ostentación, el hedonismo y el apego a lo material. El que más tiene quiere tener más y la competencia de querer ser el mejor, lleva a las personas a una carrera de apegos en la que nunca hay un límite.
Estos dos defectos tan humanos son los que impiden la convivencia pacífica, los que llevan a enfrentamientos, guerras, sectarismos, racismos y tantas otras formas de crisis que el mundo ha tenido que soportar.
El tercer punto ya no es intrínseco del ser humano; ha sido consecuencia del medio ambiente en que vivimos desde mediados del siglo pasado, el consumismo, la propaganda, el “marketing”, llevan al hombre a desear tener lo que no necesita, a intentar tener lo último para demostrar que es más que los demás y afianza los defectos intrínsecos humanos.
Desde que el mundo existe, la envidia, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula y la ira han echado sus raíces en el corazón del hombre, convirtiéndolo en un egoísta, idólatra de sí mismo. Por otro lado la pereza lo encadena a la inactividad impidiéndole salir de el pozo que él mismo ha cavado. Por algo estos vicios son conocidos como los siete pecados capitales.
El Ecuador de hoy se encuentra en una encrucijada muy difícil. Por un lado la historia de opresión por siglos de los esclavos, seguida por la explotación y el abuso de unos para mantener la hegemonía y el ostentar para destacar el absurdo deseado de ser más que los demás, ya sea por medio del poder económico o político. Por otro lado, el camino que pretende seguir el Gobierno del llamado Socialismo del siglo veintiuno, socialismo absurdo y empobrecedor, rechazado en el resto del mundo civilizado por impedir el progreso de los pueblos. Por suerte hay un tercer camino, un camino de justicia, libertad, verdad y amor fraterno, la Doctrina Social de la Iglesia, plasmada en un documento empresarial recién presentado de justicia social y Responsabilidad Social Empresarial.
Por este motivo, me voy a permitir publicar una serie de artículos sobre la Doctrina Social de la Iglesia y el socialismo, que espero puedan ayudarnos a comprender la necesidad de un cambio, pero a favor de la justicia social, la libertad, la verdad, la igualdad y la fraternidad y no en contra de estas, pues el socialismo iguala sí, pero en la pobreza, la ociosidad y la miseria, destruyendo al ser humano y anulando su innato deseo de progreso y de buscar el bienestar suyo y de su familia.
Ciertamente el fanatismo debe preocuparnos, especialmente hoy en día que tanto el régimen como la oposición exhiben grados equivalentes de fanatismo. ¿Donde quedó la sensatez?