Mayoritariamente es comprendido el laicismo, al menos en Ecuador, desde el área de la educación. Pues políticamente fue la instancia del liberalismo que más dio que hablar, en cuanto a recibir mayor oposición, teniendo en cuenta que la escolaridad y la enseñanza en general había estado siempre en manos del clero, y era mantenida por éste como una protección, clara y contundente, de la catequesis moral de dependencia de la ciudadanía a favor de la hegemonía del poder social, económico y político bendecido por la iglesia. Pero lo educativo es solo una parte del gran global del dominio ideológico laico. ¿Qué es el laicismo? ¿De dónde proviene? ¿De qué manera y dónde en Latinoamérica llega a ser prioridad? ¿Cómo así logra representatividad en Ecuador? Con el laicismo se abre, al menos para las sociedades en proceso de descolonización, desde la vieja Europa hacia la joven América un hacer de novedades para la creatividad intelectual, una diversidad del comportamiento de las relaciones sociales, un despliegue en la competencia de inventos y descubrimientos.
Es que el laicismo no es, simplemente, tal cual se lo ha venido neciamente interpretando o entendiendo, una enseñanza despojada del escolasticismo teológico. Y nada más. Al contrario. Va más allá del aprendizaje escolar, semántica de la información ya conocida de las cosas. Es un modo de ver la vida. De comprenderla y de vivirla. De despejar los panoramas de la realidad, en abanico y en cascada, fuera de la protección represiva dogmática. La ideología de los absolutos da paso al relativismo de las ideologías. No hay ya razón de ser del reino de la verdad como búsqueda, se impone la proclama de la socialización de la práctica de lo real. Es un creer en el hombre, una reafirmación del ser para sí, en sus potencialidades y en sus proyecciones. Salido del criterio de la ilustración y fortalecido en la revolución francesa, toma cuerpo en el proceso de avance hacia la conformación de los Estados nacionales. En Ecuador, como en gran parte de los países latinoamericanos, el laicismo es fuente y resultado de las luchas por las libertades sociales.
Aunque con Rocafuerte aparece la intención del vivir laico, en cuanto a formarse sin temor a pensar, y tiene los pininos de apoyo en la libertad de cultos, es recién con el triunfo del liberalismo doctrinario a finales del siglo XIX, que el laicismo entra en vigencia por el camino del oficialismo gubernamental. Desde entonces la convocatoria a la modernidad fue un hecho social, político, cultural persistente para los ecuatorianos, transformado con el tiempo en política indispensable del desarrollo nacional. No sin enfrentamientos con el conservadorismo a ultranza, buscador incorregible de una puerta de escape al encuentro de alguna forma de involucionismo histórico. El paciente posicionismo del proyecto liberal, mediante el liderazgo de Eloy Alfaro, permitió, definitivamente, convertir el laicismo en una de las principales ventanas de la percepción sociopolítica del país del siglo XX. La fundamentación laica tiene que ver sobre todo con la individualidad del ser humano. Es necesario este reconocimiento y desde él una asunción de conciencia propia, en cada quien, para tomar con libertad las decisiones de integrar un conglomerado social, en tanto un colectivo organizado, sin perder su responsabilidad y derecho de individuo y adquirir desde sí los derechos pertinentes a dicha responsabilidad.
Ahora, en comienzos de otro milenio, cuesta pensar que el debate sobre la esencialidad del liberalismo, la ideología laica aun goza de escenarios y es promovida por amplios auditorios. ¿Razones? Para Gonzalo Puente Ojea, presidente honorario de Europa Laica (2002) el laicismo está más allá, incluso, de la doctrina liberal. “Es, insiste, el principio indisociable de la democracia”, “mucho más que una práctica” y de ninguna manera una filosofía, una doctrina o una moral social. “El principio laicista postula, en cuanto señal y cifra de la modernidad como hito histórico irreversible del autoconocimiento y la autoliberación del ser humano, la protección de la conciencia libre del individuo y de su privacidad…”. Por este camino sigue, ahora, la confrontación de la necesidad de una democracia amplia y abierta y de las bondades del laicismo con capacidad de condimentar su acción. La autonomía contra la dependencia moral, económica, social, cultural en busca de un progreso que libere y no sea opresor, en que propugnar armonía, paz y bienestar sea el objetivo de la comunidad social. Estos serían los parámetros indispensables de tener como objetivos claves a la hora de impulsar las valoraciones laicas. ¿Todo, en fin, haciendo del laicismo, renovado y acorde con los objetivos libertarios actuales, una vivencia práctica de tolerancia, contra todo lo que esclavice?. Sobre las bases del laicismo, llamado incesante a la libertad y a las libertades está construido lo que de fuerte tiene el hogar republicano del país!