Italia es el único país en el mundo en que la gente se muere por el fútbol, y no de forma metafórica por ser el fútbol la razón para vivir de los ¾ de la población masculina mundial. Se muere porque se muere de verdad, con disparos, sangre y todo lo demás.
El año pasado fue asesinado en Sicilia un inspector de policía, mientras el equipo de Catania jugaba su partido de campeonato, por unos locos que se llaman a si mismos ultras y salen al estadio como a la guerra, listos para transformar en horrores callejeros la que debería ser una fiesta del deporte. El otro día, en una gasolinera, el tiro de un policía mató a un hincha del equipo Lazio y esa fue la razón desencadenante de una noche de terror en las principales ciudades, con la gente encerrada en sus casas mientras los ultras intentaban vengar a su compañero.
Los problemas son muchos, pero hay uno más grande que los otros: hay una confusión total, no se entiende quién está con quién. Por ejemplo, los jugadores expresan enseguida su desaprobación y repiten que el deporte es otra cosa y que a los violentos hay que apartarlos. El Gobierno se reúne de urgencia y propone que los partidos se juegen sin público o incluso se suspenda el campeonato. Luego pasan dos, tres días y las voces se callan porque intervienen las sociedades que tienen el mayor poder económico… y terminamos con nuestra Nacional jugando con la faja negra en señal de duelo por la muerte de un hincha, sin que nadie aparentemente tenga en cuenta el hecho de que el chico se estaba dirigiendo al estadio con los bolsillos llenos de piedras y era un ultra reconocido. Cada día deberíamos ponernos fajas negras por muertes mucho más absurdas y devastadoras.
Por supuesto, no quiero establecer una clasificación de las muertes. Cada vida quebrada es una pérdida irreparable, pero lo que me importa subrayar es que las políticas de las sociedades futbolísticas han permitido que el fenómeno de los ultras creciera cada día más, con notas de desaprobación después de los hechos y luego el mantenimiento de contactos muy fuertes con los jefes reconocidos de aquellas pandillas de delincuentes, a quienes en algunos casos hasta le brindan apoyo económico para que organizen verdaderas exibiciones en el estadio mientras se juega el partido.
Es muy dificil encontrar soluciones definitivas en un país donde todos tienen los mismos derechos, menos los delincuentes que siempre tienen algunos más. Las leyes declaran unas cuantas cosas que se niegan en los párrafos siguientes, así que cada uno puede dar su interpretación al código penal apoyándose en un historial de sentencias que sería para matarse de risa si no fuera para llorar.
Y así hemos llegado hace unos días a la maravillosa sentencia de un juez quien decidió declarar inocentes a los responsables de un delito porque igual, por aquel delito, se quedarían en la cárcel unos pocos días. Entonces… ¿para qué?
eres lo máximo