21 noviembre, 2024

Mi última pelea

Siempre he hecho deporte.  Fútbol, box, judo, karate, motocross, natación, etc.

A los treinta y siete años estaba con un extraordinario estado físico.
Podía correr veintinueve kilómetros dos veces a la semana y como   había boxeado cuando era joven, se me ocurrió volver a hacerlo.
Sabiendo boxear y teniendo la resistencia en las piernas para aguantar, estaba convencido que podía participar en cualquier campeonato.

Así creído, me inscribí en el torneo de los guantes azules.

A medida que se acercaba la pelea, más miedo tenía. Para no quedar mal conmigo mismo, envié a un amigo con un certificado médico para excusarme de pelear. Sin embargo este se olvidó de enseñarlo.  El día del combate se presentó en mi oficina con cuatro amigos.

No pudiendo rehusarme y “voluntariamente obligado” acudí al viejo Coliseo Huancavilca.

En el camerino nadie creía que yo era el que iba a pelear, puesto que el más viejo de los peleadores que estaba frente a mí, tenía veinte años a lo mucho.

Presionado por mi gente; y para no quedar mal, me vestí. Cuando me tocó subir al ring no tuve más remedio que hacerlo.

En el trayecto, las burlas.   -¡Viejo!  -¡abuelo!, pifiadas y no sé que otras cosas.   La verdad; estaba molesto, pero ya embarcado en el pleito,  más me preocupaba el gorila que tenía frente a mí.

Mientras brincaba levanté la mirada y me encontré con un joven de  dieciocho años.  Soldado del Regimiento Quinto Guayas, tenía músculos hasta en los dedos de los pies.

Ahí estaba yo con mis ciento cincuenta libras de peso frente a un hombre que tenía la misma cantidad pero de puro acero.
-¡clin!  -¡clin!  -¡clin!  -Sonó la campana.  De pronto vi un búfalo furioso abalanzándose contra mí para matarme.

Hice lo único que pude; que fue agarrarme de él y no aflojarlo.  Al mismo tiempo le gritaba insultos al oído.  Cuando me di cuenta el soldado bramaba por no poder soltarse y con toda su fuerza me pegaba en mis riñones para que lo afloje.

Luego sonó la campana y volví a mi esquina. Lo vi bufando y con sus ojos desorbitados.  Estaba descontrolado, furioso e impotente.

-¡clin!  -¡clin!…Sonó la campana nuevamente y comenzó el segundo round.
Supe que era mi momento (quizá el único que tuve) y le di con todo lo que podía.  El alocado muchacho se convirtió en presa fácil para lo poco que yo sabía de boxeo.

Así terminó el segundo asalto.  Yo no daba más y solo quería que todo se termine.

Sin darme cuenta por lo cansado que estaba, había comenzado el tercer asalto. No podía más. Ni siquiera conseguía levantar mis brazos. Jadeaba y a duras penas sabía donde me encontraba.

El coliseo y la gente daban vueltas alrededor de mi cabeza y solo suplicaba a Dios que todo se terminara lo más rápido posible.

Cosa curiosa, no sentía ser golpeado ni me explicaba el porqué. En uno de esos pequeños instantes de lucidez que todavía me quedaba, vi que mi oponente estaba peor que yo.

Ninguno de los dos podíamos pegarnos y a duras penas permanecíamos abrazados entre pifias, insultos y alguno que otro naranjazo.

Terminada la pelea, el juez nos llamó al centro del cuadrilátero y levantándonos las manos dijo:  Por decisión dividida….  Palacios y Morales del Quinto Guayas ….. -¡empate!-.

Apenas baje del ring comencé a vomitar.  Llegué al camerino mientras el dolor de cabeza se tornaba insoportable.  No podía estar quieto ni sentirme bien hiciera lo que hiciera.

Estuve mucho tiempo acostado hasta que por fin salí.

Llegué a mi casa y dormí doce horas seguidas sin saber que pasaba a mí alrededor.  Al día siguiente no podía caminar.  Me levanté a orinar y lo hice de color rojo por la sangre que botaba.  El insoportable dolor de cabeza solo era superado por el que tenía  en cada centímetro de mi cuerpo.

n el electroencefalograma que me hicieron al día siguiente encontraron que había estado noqueado. También tenía una luxación de cadera  que me duró año y medio y para colmo una hemorragia interna de la cápsula del riñón.

Todo maltrecho a la semana siguiente fui a ver otras peleas.  Mi oponente parecía ni siquiera recordar la pelea que había tenido conmigo.

A mi sin embargo, me duele todo hasta hoy que lo recuerdo.
-¡cómo es la vida!- Esa fue la última de mis peleas y la comprobación de que los años jamás pasan en vano para nadie.   

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