21 noviembre, 2024

Un río de banderas

Un río de banderas y un mar de gente fue la marcha del jueves. Desde el Malecón Simón Bolívar hasta mucho más allá del parque Centenario y varias cuadras del Malecón, copó la abigarrada multitud. Pero del número de manifestantes ya se ha hablado mucho en estos pocos días que han transcurrido desde el jueves 24. Es que nadie que no sea cínico o tarado puede negar lo que fue evidente: nunca en toda la historia del país, en ninguna ciudad de nuestra patria, se ha reunido una multitud más numerosa. Mas no fue el número solamente, sino además el talante. Lo que en una descripción psicológica podríamos denominar, el "tono emocional". Y aquí vale decir que pocas veces he visto una muchedumbre tan monolíticamente unificada y con una emocionalidad tan a flor de piel, solamente comparable a la gran concentración humana durante la guerra del Cenepa. Es que a pesar de la variedad de gente, de la diversidad de sectores sociales presente, de edades (me llamó la atención la cantidad enorme de viejos), de condición y actividad: estudiantes, trabajadores, desempleados, discapacitados en sillas de ruedas y amas de casa, el espíritu en todos los manifestantes fue el mismo y el grito, rugido casi, en defensa de Guayaquil, la voz común que todos levantamos.
 
Si hubiera que señalar dos peculiaridades de esta multitudinaria manifestación, diría que fue su espontaneidad y originalidad -producto natural de lo espontáneo-, y el carácter cívico antes que político, de la marcha. Muestras de ello por doquier, desde la afluencia solitaria, hasta los grupos de barrio, de amigos, que "en gajo" acudían, parejas de ancianos, padres con sus hijos, guayaquileños natos o adoptados que sentían que estar presente era la obligación ineludible. Me conmovieron profundamente los carteles, no solo la inteligencia y humor de su contenido, sino también su confección. Aquel escrito en papel ministro y levantado por un iracundo envejeciente, los muchos escritos en simple cartulina y con esferográfica a falta de un marcador adecuado, o aquel escrito en papel bond y clavado en la punta de un paraguas. Contando sus historias en la ciudad que los acogió, hoy ultrajada y amenazada, hablando de la frustración y del peligro de ver abortada la esperanza ciudadana. Carteles defendiendo a las mujeres, riéndose de la payasada del siglo XXI otros, no habían dos que se parecieran, porque lo artesanal, lo espontáneo, la contribución personal, familiar o barrial fue uno de los sellos de la marcha. Como mi sobrino de 20 años imprimiendo camisetas hasta la madrugada para distribuirlas a los amigos y parientes, como los residentes en la 9 de octubre lanzando globos, confeti que imagino también fabricado familiarmente en largas jornadas, o la niña que contribuía con la marcha, con Guayaquil y con Nebot lanzando serpentinas desde un balcón. Todo Guayaquil estuvo presente, de pie, y aún los que no estuvieron porque no pudieron ir, estuvieron también presente. Es que con Nebot, Guayaquil ha recuperado no solamente la autoestima, sino también el corazón
 
Un presente estentóreo fue el coro que sostuvo a Nebot durante la marcha y el discurso. Guayaquil sabe que no está solo en la larga lucha que le aguarda porque tiene el líder apropiado que la represente, y Nebot sabe también que junto a sí tiene a todo un pueblo dispuesto a llegar hasta el final. Porque aún falta lo mayor y lo peor. Ahora más que nunca los guayaquileños debemos permanecer unidos como un puño de acero frente al populismo fascistoide, dispuestos a combatir en las próximas batallas. En cierta forma no es lo que se viene. Estamos adentrados ya en un nuevo espacio que el siglo XXI ha inaugurado, que no es precisamente el socialista, sino el de la libertad en todos los terrenos, de la transparencia como sello distintivo y de la política entendida como quehacer ciudadano y defensa de los derechos del individuo y las colectividades naturales. De todos los políticos ecuatorianos Nebot es quien más clara e inteligentemente ha sabido leer los signos de los tiempos y por ello mismo ha desistido de los partidos, de los modelos y de la política de ayer. Correa en cambio, es el último de los del pasado.

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