Por regla general me abstengo de opinar sobre aspectos puramente políticos, no es mi rama. Pero como ciudadano si creo necesario expresar algunas inquietudes sobre lo acontecido en la semana que recurre. Me refiero a la marcha organizada, secundada e indudablemente financiada por el gobierno de la revolución de no se que y, aquella en que los guayaquileños decidieron llevar a cabo; pese a la intensa campaña publicitaria en lo contrario.
Nadie niega el derecho que tiene la verde alianza en celebrar un año de feliz y risueña existencia rodeado del cariño de sus amiguitos y papacitos. Un año en el que su promotor gano uno tras otro el voto en las urnas ofreciendo el oro y el moro, donando a manos llena lo que según se dice es de todos nosotros, a unos pocos. Prometiendo lo indecible a sabiendas de que no lo cumpliría. Lo que no impide reconocer en su SAI., un dote de promotor turístico. Por ello los guayaquileños debemos agradecerle por los miles de conciudadanos provincianos que se dieron cita en la ciudad con lo cual comprobaron, que los gobiernos municipales bien administrados, todo lo pueden conseguir.
Ahora bien todo ese orquestado y voluntario deber presencial obliga a concluir que no existe pobreza, inconsistencia o menosprecio en el país. Cincuenta y tanto miles de turistas afuereños se costearon viaje, viáticos, estadía y fiesta sin que medie aporte del gobierno. Siendo la patria de todos, el consenso ciudadano es palpable, excepción de aquello pocos que discrepan con su majestad. Y de cual menosprecio podemos aludir si las sabanitas diatribas radiales menospreciando a los demás son simples charlas motivadoras de alto contenido patriótico. Es que nos es dable que ciertos individuos desconozcan los logros de SAI., que obtuvo un crecimiento del 2,6% frente al mediocre desempeño de vecinos que apenas alcanzaron un 8%.
Frente a ello la tan publicitada reunión callejera del 24 llevada a cabo por pelucones inexistentes, salvo aquel que sobrevolaba según las malas lenguas en un helicóptero la ciudad, se compuso de jóvenes, adultos e incluso de viejos, según la descripción presidencial. Codo a codo, obligados exclusivamente por su propia conciencia, obreros; artesanos; empresarios; comerciantes minoristas; comunidades afuereñas; pugnaban por dar a conocer su insatisfacción. Aunque no puedo dejar de comprender el temor de este gobierno por la multitudinaria presencia de la clase más peligrosa y enemiga: las mujeres. Cientos, miles de ellas, esbeltas o algo menos curvilíneas; jóvenes, adultas o en la plenitud de los cincuenta y tantos años, bronceadas o no pero todas con un denominador común: hermosas, llenas de vida, alegría, fortaleza y defensoras de su integridad.
Si realmente SAI., fuera guayaquileño conocería que los habitantes de esta calida tierra somos: alegres, generosos, entusiastas y dispuestos a luchar por lo que creemos. Muchos de los que asistimos respetamos los logros del alcalde Nebot aunque discrepamos de su entorno. Que hay errores, a Dios gracias si, ya que solo los mediocres se consideran infalibles. Lo que los guayaquileños opulentos o no, elitistas o ciudadanos comunes, semi-ignorantes o instruidos no desean, es volver años atrás a aquella parodia de ciudad sucia, abandonada, carente de luz y falta de agua.