Sucedió hace poco. Fue como a las seis de la mañana cuando me disponía a efectuar los ejercicios de pesas que hago diariamente en una multimáquina. En el suelo se encontraban diferentes discos de 3, 5 y 10 libras que uso en las rutinas. Después de acabar con los ejercicios pectorales, me dispuse a ir al lugar donde se encontraban las mancuernas. Al tratar de coger la de 10 libras, me encontré con una horrible culebra negra que estaba enroscada sobre sí misma y a punto de atacarme.
¡Casi muero del susto!… No sabía que hacer; estaba paralizado por el miedo.
No podía gritar porque estaba mudo y también por la vergüenza de lo que el alarido podría significar para toda mi familia que plácidamente dormía en ese instante.
La feroz culebra permanecía inmutable, acechando y lista para matarme.
Para mi fueron segundos de tortura y desasosiego.
Mi gran dilema se debatía entre enfrentar al temible reptil o salir corriendo y avergonzar a los que quiero. Esta disquisición se convirtió en una angustia torturante que atormentaba mi existencia.
No pudiendo aplazar la decisión, me armé de valor y decidí enfrentarme al invertebrado.
En todo momento estaba consciente de que mi vida peligraba y el costo de una derrota era mi muerte.
No teniendo armas a la mano o algo parecido, cogí una bota de las que tenía puestas y agarrándola fuertemente por la punta, comencé a blandear el taco por el aire para amedrentar a la serpiente que en ese mismo instante me amenazaba sacando su lengua bífida con la que pretendía envenenarme, mientras sus ojos vidriosos y malignos me miraban fijamente con furia.
Mi respiración acelerada me hacía bufar como un toro enfurecido.
¡Tomé por fin la decisión! ¡Ahora o nunca!… ¡Era yo o la culebra!
Sin pensar más me lancé a destrozar la cabeza del reptil para matarlo.
Los minutos que siguieron fueron espantosos.
Por un lado arremetía con todas mis fuerzas contra el cráneo del invertebrado, mientras por otro, la culebra seguía agazapada desafiante, mirándome y dispuesta a envenenarme cuando pudiera.
Con el taco de mi bota yo daba golpes a más no poder sobre la cabeza llena de sangre fría que parecía no inmutarse; ya que mientras más le pegaba, más blandía desafiante y estoica su testa.
Arremetía y repetía el mismo ataque con todas las fuerzas que tenía, ya que mi vida dependía de ello.
Fue tanto el escándalo del enfrentamiento, que la vecina abrió su ventana y se encontró con una lucha despiadada por la supervivencia entre el hombre y el invertebrado.
Después de un largo rato de luchar; todo acabó.
Sudado y sin fuerzas, me recosté en la banca de las pesas.
Estaba jadeando y mis ojos parecían haberse salido de sus órbitas. Mi pulso corría en desenfrenada taquicardia, mientras mi cuerpo temblaba irracionalmente de miedo.
¡Había triunfado!…allá a lo lejos en una esquina, yacía el inerte cadáver de mi mortal enemiga.
Pasó algún tiempo antes de recuperarme y volver a la normalidad.
Más tranquilo y sobretodo con vida, procedí a enrollar un periódico para empujar al repugnante invertebrado.
La tocaba, la tocaba y la empujaba, pero como no tenía respuesta, supe que había ganado la batalla.
Es por eso que en un acto de suprema valentía, me armé de coraje y entre mi dedo índice y el pulgar agarré al cadáver de mi oponente por la cola.
Inmediatamente que lo alcé comenzó a desenrollarse y enrollarse en un sube y baja como resorte sin fin…! Era la culebra plástica de mis nietos!
¡Casi me caigo para atrás!
Los bebes tenían una culebra negra de caucho que habían dejado entre las pesas.
Comencé a reírme a carcajadas.
Reí y reí hasta desfallecer.
Solo entonces comprendí que la mejor manera de reírse, es poder reírse de uno mismo.
Dr.Palacios,
Comparto el susto que debio tener al encontrarse con tremenda culebra. Yo tambien le tengo miedo a las culebras y creame que si veo una grande y negra salgo corriendo.
Sinembargo le dire que en una ocasion me encontre con una culebra muy pequena y que se atravezo en mi camino en un parque. Las dos nos quedamos mirando y ella se detuvo …yo tambien, sin saber que hacer. Recuerdo que me miro con un miedo tremendo y curiosidad que me conmovi y no hize nada, mas bien le cedi el paso. Ahora no se que haria si veo una gran culebra negra y enroscada …Gracias a Dios lo suyo no fue sino un gran susto con una culebra de caucho y de sus nietos.
Esta experiencia ya lo preparo para cualquier experiencia en su contra.
Ademas, sus nietos tendran para contar esta anecdota a todos sus amiguitos.
Tenga cuidado con las culebras de verdad.
Cuidese,
Alba