21 noviembre, 2024

La hora del Tibet

Cuando a fines de 1950 el año del Tigre de Hierro el adolescente Dalai Lama, recientemente entronizado, decidió enviar delegaciones al extranjero: Estados Unidos, Inglaterra y Nepal, la esperanza y la angustia atenazaban su corazón, que ya había sido estremecido por sueños, visiones y extrañas premoniciones. Las hordas de Mao, desde hacía varios meses habían atravesado la frontera por el sudeste, en la provincia tibetana de Kham y atacado al escuálido ejército tibetano. Su hermano mayor Taktser Rimpoche, Tulku como él (encarnación reconocida) y abad del tradicional monasterio de Kumbum, que por estar en plena provincia de Amdo, al noreste del Tibet, había caído ya bajo control chino, traía noticias espeluznantes. No sólo se trataba de las pretensiones de los comunistas chinos de colocar al Tibet bajo la influencia del gobierno de Beijing, sino de invadir al Tibet y desaparecerlo como país independiente, anexionándolo y convirtiéndolo en provincia china. Además algo quizá peor: arrasar con el budismo, el principal sustento cultural del pueblo tibetano.

La propia presencia de su hermano en Lhasa era una prueba de la sombra espantosa que proyectaba el monstruo que se avecinaba. Taktser Rimpoche había escapado de los chinos con la misión impuesta por los invasores de convencer al joven Dalai Lama que reconozca y acepte el dominio chino, o en caso contrario asesinarlo en caso de negarse aquel. Sin importar que fuese su propio hermano, su superior religioso y líder espiritual de todos los tibetanos, encarnación del Buda de la Compasión y protector del Tibet. Con el agravante que para todo budista es impensable matar a cualquier ser viviente, menos a un ser humano y mucho peor al propio Dalai Lama. Por supuesto, Taktser Rimpoche ni lo pensó, y aprovechó la oportunidad para escapar y advertir a su hermano acerca de lo que vendría.

A pesar de sus cortos quince años, el XIV Dalai Lama, Tenzin Gyatso, entendió instantáneamente que la única posibilidad de salvar a su patria solamente podía venir de fuera, de las grandes potencias y los países limítrofes. Ya en el mes de noviembre, el flamante gobierno indio con el apoyo de Gran Bretaña, había protestado ante la República Popular China por la agresión, y el Kashag (parlamento tibetano) había apelado ante la ONU, apelación que cayó en el vacío porque el Tibet, a pesar de ser un país soberano, no era miembro de la ONU.

Las grandes potencias, los países vecinos no movieron un dedo, ni una sola voz fue levantada, y el Tibet fue arrasado, los monumentales monasterios demolidos hasta no dejar piedra sobre piedra, los monjes asesinados, apresados y condenados a trabajos forzados durante décadas (hemos conocido a algunos de ellos), tesoros artísticos destruidos, bibliotecas de valor incalculable devastadas e incendiadas, y alrededor de un millón y medio de tibetanos muertos de una población total de unos cinco millones, por el asesinato sistemático, las privaciones, la tortura y las más espantosas condiciones de vida. Genocidio físico y genocidio cultural, limpieza étnica al más puro estilo balcánico, cumplida por el trasplante masivo de chinos de la etnia Han al Tibet, quienes ya son mayoría en tierra ajena. Todo esto a la vista y paciencia de las barrigonas democracias occidentales y cumplido día a día durante cinco décadas. Hasta la propia CIA “embarcó” a algunos patriotas exaltados a comienzos de los 50 en una guerra de guerrillas insulsa, y como en Bahía de Cochinos, los dejó colgados y expuestos a las furiosas balas maoístas. Los que no terminaron muertos en combate desigual, terminaron de morirse en las mazmorras del Ejército Popular de Liberación chino.

Pero los tiempos están cambiando, como decía la canción de Bob Dylan. Lo que no hicieron las grandes potencias, los organismos internacionales, lo está logrando la internacional de la conciencia, la misilística del poder moral instaurándose en el mundo. En pocos días se reunieron varios millones de firmas en todo el mundo, protestando los abusos del gobierno chino en Tibet y exigiendo un diálogo del gobierno comunista con la autoridad legal y moral del Tibet, Su Santidad el Dalai Lama. Por doquier ha pasado la llama olímpica, han estallado protestas con miles de manifestantes proclamando su rechazo: Londres, París, Atenas, y mañana será en San Francisco y Buenos Aires.

Esta no es solamente la hora del Tibet, es también la hora de la fuerza moral de la humanidad imponiéndose sobre los fusiles y los cañones, sobre los organismos internacionales donde mucho se discute y poco se hace, imprimiendo a los gobiernos y sus dirigentes el sello de la verdad que como una ola gigantesca recorre el mundo. Es la hora de los compromisos individuales con el sufrimiento de los pueblos doquiera estos se den. Es la hora de la paz y de los líderes de la paz, de aquellos que como Gandhi ayer y el Dalai Lama hoy, no sólo que hablan de ella, sino que la encarnan en su propia vida, con humildad, con silencio casi, que inspira a un mundo cansado de creer en los que hablan y empieza a creer en los que son. Es también la hora de China, porque si algún futuro en este siglo tiene esta gran y milenaria nación, este pasa por la libertad, por el respeto a los seres humanos y su libertad, por la tolerancia, y tal vez, por qué no, por la democracia.

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No hay comentarios

  1. Gustavo Ramirez Amat:
    Tengo que felicitarte por estos ccomentarios, tan acertados y oportunos,

    La hora del cambio humano social mundial esta llegando a su termino.

    Poderes politicos de ayer, seran historia mañana, creo que China sera
    dividida en parcelas, tal cual passo con la Union Sovietica, despues de los juegos olimpicos.

    Que la historia juzgue,
    todo por el cambio hacia la justicia social.
    Fraternalmente,

    Antonio

  2. Estimado Gustavo Ramirez A. Me parece un artículo excelente y esperemos que cuando pase la antorcha olimpica por los paises que falta, se dén las muestras de adhesión a este país milenario, y los tiempos han cambiado lo que no se logra en las mesas políticas que mayormente poco o nada concretizan y se gastan los dineros en proyectos lo lograrán la voz de protesta del pueblo que en resumen es la voz de Dios.

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