Lejos de la controversia filosófica que exige una respuesta entre si… “vivimos una época de cambios o un cambio de época”, lo cierto es que para todo ser humano los remezones morales –por llamarlo de alguna manera- suelen darse todos los días, unos mayores que otros, porque en general la vida misma está matizada con “alteraciones” que ponen a prueba nuestras habilidades y destrezas personales y sociales para adaptarnos al mundo real tanto el interno como el externo.
Hombres y mujeres hemos tenido que desarrollar “competencias” cada vez más específicas para lograr literalmente “sobrevivir” en una sociedad “mundializada” que exige mayor rapidez en el ajuste y toma de decisiones a veces inmediatas, así como nos cuesta desde nuestra individualidad entender que el aprendizaje se ha convertido en una necesidad para toda la vida si queremos tener éxito en la “pequeña aldea” que es el mundo en que vivimos. Vistas así las cosas un “cambio de actitud” parece aconsejable, aunque en realidad hay mucho más por trabajar…
La actitud puede decirse que es la respuesta tangible a un cambio más profundo que tiene que ver con nuestras CREENCIAS más representativas, con nuestros juicios de valor –diríamos- y con las virtudes que deberíamos intentar desarrollar por la práctica continuada de hábitos. Siempre me remito a las propuestas de Steven Covey, quien en su histórico libro “Los siete hábitos de la gente eficaz” patenta el concepto diferenciador entre la ética de la personalidad y la ética del carácter. Afirma el investigador que la primera responde a las “aspirinas personales y sociales” que nos recomiendan los motivadores trasnochados de los años ochenta al impulsarnos a “pensar y hacerse rico”, a “hablar bien para atraer a los clientes” y también a “vestirse apropiadamente para convencer al comprador”. La ética del carácter por otro lado tiene que ver con una transformación profunda del “ser” basado en la decisión personal de cambiar y todo el trabajo que eso demanda en nuestros valores y virtudes.
Cuando nos preguntamos el por qué un Asambleísta –por ejemplo- se mostraba de una manera diferente mientras trabajaba como uno más de los ecuatorianos comunes y corrientes mientras que hoy con el poder obnubilante que le otorga el todopoderoso ente de Montecriti lo o la vemos agresivo(a), beligerante o necio(a) podemos entender las demostraciones más fehacientes de lo que hoy enfocamos en este artículo de opinión. Dichas personas sólo están mostrando cambios actitudinales que se notan han dejado de lado el fondo mismo de su desarrollo. Se comportan de acuerdo a sus intereses, deseos y circunstancias, haciendo gala de una ética de la personalidad apropiada pero mostrando muy poco en su desarrollo de la ética del carácter. No se puede hoy emitir un criterio sobre un tema de fondo, importante y delicado, en tanto hace escasos dos años o tal vez dos meses se tenía un punto de vista totalmente contrario. ¿Qué ocurrió con su formación humana?. Su comportamiento deja profundas dudas. Me viene a la mente un caso llamativo, el de alguien que hoy se piensa todo lo satánico sobre el Alcalde de Guayaquil en tanto hace tan solo unos meses era poco y menos que su ídolo. ¿Verdad que tales conductas nos preocupan tomando en cuenta el poder que le hemos delegado?
El cambio de actitud es importante ciertamente, pero no es suficiente, si dejamos borrosas huellas en lo más profundo, en el carácter, si este cambio de comportamiento no refleja una nueva realidad producto de la reflexión personal acerca de los hechos y del compromiso por ser más para dar más. Cuando observo el caso de los políticos realmente es penoso, pues la gran mayoría de los ecuatorianos depositamos nuestros votos por gente que actitudinalmente parecen que están bien, para luego darnos cuenta trágicamente de sus profundos desvaríos. ¿Hasta cuándo?. Puede ser, hasta que la educación mejore y ser forme óptimamente a los nuevos ecuatorianos…