Es verdad, puede che alguien haya pagado dinero para liberar a Ingrid y que la operación de rescate haya sido una farsa. Si nos gusta y nos hace bien, hasta podemos llegar a pensar que tampoco existió la historia de esa mujer, y que ella pasó seis años y más escondida en alguna mansión regal para crearse una imágen de víctima que muy bien le saldría para su próxima candidatura a la presidencia. Si pudieron engañar al mundo con el hombre paseandose en la Luna, tiene que haber sido un juego tomarnos el pelo a todos con algunas fotos (muy pocas, en realidad…) de la mujer disfrazada de prisionera. Muy buena actriz, eso s¡.
Lo que quiero decir, es que lamentablemente estamos muy acostumbrados a mezclarlo todo. No sé si el rescate fue pagado ni quien lo pagó. Sencillamente, ahora no me ahora. Seguramente no lo pagó la misma Ingrid ni tampoco fue ella quien pagó el sueldo a aquellos brutos para que la detuvieran casi siete años. Los juegos políticos no son alguna novedad y la basura que hay por todo lado tampoco. Pero… aún así… No serían ni Uribe ni los Estados Unidos o quien sea a perder su cara por el rescate, sino los guerrilleros que, aceptando la liberación de su “rehén de oro” en cambio de dinero, han declarado el fracaso de su ideología y de toda su historia.
Y me alegraría si fuera así. Me alegraría también darme cuenta de que aún podemos vivir una emoción sin ensuciarla. Cuando es felicidad, pura felicidad. Cuando es rabia, pura rabia. El sufrimiento de Ingrid, de sus seres queridos, de la humanidad civilizada es un hecho indiscutible, y considero indiscutible la felicidad por la conclusión de aquel sufrimiento. Claro que aún hay rehenes, que cada día se mueren millones de personas, que hay seres humanos que viven en un sufrimiento que no tiene voz ni ojos. Y los niños, ¿qué decir de los niños? Pero no podemos llorar por todos, porque terminaríamos aplastados por el dolor de la humanidad, acabando también con nuestras vidas y con las muy pocas oportunidad que tenemos para ayudar a que no sea así.
Para vivir en este mundo necesitamos de mucho equilibrio. No podemos llorar por todos pero podemos hacerlo cuando lloramos por úno, y de la misma forma podemos alegrarnos cuando la luz, de repente, parece volver. Nos queda muy claro que a las pocas horas tendremos que volver a luchar con injusticias, corrupción, pobreza: por eso aquella luz tiene un valor inmenso y hay que respirarla en toda su pureza, porque nos llena de nuevas esperanzas y fuerza, y nos recarga para cuando vuelve la noche y nos da miedo.
No se trata de olvidar la tortura y mortificación que sufrió Ingrid. Ella está libre y eso debemos celebrar. Ojalá que todos los rehenes sean liberados.
Ingrid es política y ya desde Europa empieza más consistentemente a llamar la atención sobre la inconveniencia de la política de «mano dura» de Uribe para liberar a los rehenes.
La posibilidad de que se ha pagado por el rescate es intrascendente frente a los valores de libertad, pero es una posibilidad que admite puntos de vistas políticos en torno a la llamada «seguridad democrática» del gno de Colombia. Uribe hace una semana sugirió a Felipe Calderón, presidente de Mexico, sobre la efectividad de utilizar recompensas económicas para combatir el secuestro y el terrorismo; y está bien que así sea. Lo que no podemos acolitar es la mentira o el soterrado interés de represtigiar a un gno que los colombianos sabrán juzgar.
?A mí lo único que me interesa es oír a Rafael Correa diciendo ?sí vamos a seguir apoyando a los secuestrados, sí vamos a ofrecer nuestro territorio para que puedan haber contactos entre el Gobierno de Colombia y las FARC?, dijo Ingrid Betancourt.
Pero para Betancourt ?Chávez tiene la llave para la liberación de los rehenes; logró sacar a muchos, es para nosotros un aliado extraordinario?.
A Álvaro Uribe lo instó a acabar con el lenguaje del odio. ?Hemos llegado al momento en el que hay que cambiar ese vocabulario radical, extremista, de odio?, afirmó Betancourt, en su primera crítica pública desde su liberación a su alguna vez rival político.
?Para Uribe la crisis es un problema de seguridad nacional, de conflicto, que produce injusticia social. Para mí es un conflicto de violencia social que produce inseguridad?, añadió.
Anunció que decidió escuchar a su familia, preocupada por su seguridad, por lo que no asistirá a la marcha por los rehenes en Colombia, el 20 de julio, y permanecerá en Francia.
La resaca
La euforia de la liberación de Íngrid Betancourt, los tres contratistas norteamericanos y los once miembros de la Fuerza Pública ha traído enormes cambios en la coyuntura política reciente. El Presidente, que se veía envuelto en una de las peores crisis institucionales del país, salió indemne por cuenta de la operación Jaque. Sus márgenes de popularidad en las encuestas vuelven a romper récords mundiales.
Pero ?sin ánimo de dañar la fiesta? no todo será color de rosa para el Presidente. En el mediano plazo varios temas deberán constituirse en fuertes preocupaciones: las dudas sobre la operación de rescate, el choque de trenes con la Justicia y el juego político de Íngrid.
Sin importar los medios utilizados, creo que la operación de rescate valió la pena. La liberación de quince secuestrados utilizados por las Farc como material de exigencias políticas indefinidas en temas y tiempo es un hecho positivo por sí mismo. Creo también que esa operación no fue producto solamente de la habilidad y preparación de las Fuerzas Militares. Además de sus méritos, que no pongo en duda, comparto la hipótesis de que allí se dieron pagos a los captores. Al igual que sucedió en la operación de eliminación de Pablo Escobar, es muy probable que la historia nos releve que ciertos hechos no manifiestos explican los resultados exitosos de la operación. Tres grandes preguntas rodearán el caso si es cierto que hubo pagos: ¿quién puso el dinero y a cambio de qué?, ¿qué papel jugaron las autoridades de Estados Unidos para incluir a los contratistas en la liberación? y ¿quién recibió el dinero, las Farc en su conjunto o sólo los captores de momento?
La pelea con la Corte tampoco quedará sepultada con la euforia del momento. Después de las celebraciones, la resaca se vendrá con todo. No hay razón para que el choque de trenes se detenga, las demandas están vigentes y el caso Yidis tendrá que fallarse al margen de la popularidad del Presidente. Así no sea material de primera importancia en los medios, la procesión institucional continúa. Y no pareciera que las partes fueran a aprovechar la distracción en otro asunto para alcanzar un arreglo mínimo que le hiciera menos daños a la institucionalidad del país.
Por último está la opción política de Íngrid Betancourt. A mi modo de ver, sus aspiraciones presidenciales presentan demasiadas falencias para convertirse en una posibilidad real. Íngrid está a años luz del genio político de Uribe. No tiene la capacidad de comprender las emociones que el manejo del poder produce en las regiones. En eso el Presidente es un maestro. Tampoco tiene la habilidad para establecer los acuerdos necesarios con las fuerzas políticas regionales, indispensables en la dirección del Ejecutivo colombiano. Incluso si Uribe no aspirase a una segunda reelección, otros candidatos la superarían en esos temas.
Sin embargo, Íngrid, en su proceso de proyección como un actor político nacional, está en todo su derecho de cuestionar al gobierno de Uribe. Y eso sí que se puede constituir en un costo enorme para el Gobierno. Sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de una candidata construida a partir de su popularidad en Francia y Europa, donde más se cuestiona el estilo de gobierno del Presidente.
(*) Profesor de la Universidad de Los Andes