Desde que tengo memoria he escuchado a los “expertos” en política hablar de “disciplina partidista” para justificar el hecho de que uno o más miembros del partido obedecen o no la consigna venida desde las esferas de dirección a propósito de una que otra decisión importante en el Congreso, la Asamblea o cualquier Ministerio.
En resumidas cuentas, la “indisciplina partidista” se paga a veces con la exclusión y la condena pública. Lo mismo ocurre en los hogares, cuando muchos son los padres y madres de familia, cultivadores del inmediatismo en la formación de los más jóvenes, esmerados cuando valoran al “bien comportadito” o sea al más obediente ante su jerarquía sin dar espacio a la argumentación y al pensamiento crítico, otra vez mezclando la disciplina con la sumisión. ¿Cuándo cambiará esto?
El tema viene culturalmente enraizado pues en la escuela y el colegio –lugares donde los maestros continúan “puntuando numéricamente” en un casillero de la libreta escolar la variable “disciplina”-, se siguen confundiendo las cosas como queriendo reflejar la “conducta manifestada a través de actitudes y comportamientos que no van de acuerdo con las reglas exigidas en la comunidad”. Otra y otra vez se denigra el concepto de disciplina que es, diríase vital, para explicarnos por qué o cómo deben hacerse las cosas. Por lo demás, los temas de sumisión y obediencia ciega han ido desapareciendo de la faz del planeta a propósito de que hoy ya no es factible encontrar ni empleados ni esposas… ¡sumisas!. Los indígenas otrora obligados a obedecer al latifundista hace rato que dejaron sus conductas obedientes y lo muestran constantemente, por tanto los nuevos ecuatorianos, literalmente amamantados por la computadora, el internet y el ipod difícilmente son testigos de conductas sumisas. ¿Cómo exigir “bajar la cabeza” en pleno siglo XXI?
¡No nos equivoquemos!. La disciplina es condición indispensable del éxito, en cualquier tarea o profesión que nos dediquemos. Mi postura va en dirección de que puntualicemos con claridad el vocablo para darle la connotación que realmente tiene, de lo contrario la confusión nos trae durísimos reveses. Ser disciplinado es seguir ordenada y organizadamente una secuencia de pasos previamente establecidos con la seguridad de cumplir óptimamente con un propósito. Podríamos decir que es el precio que tenemos que pagar por el éxito en un contexto ético. Asumir libremente el disciplinarse con todos los riesgos y detalles que eso significa es lo que se debe inculcar en los más jóvenes. Después de todo, la naturaleza es disciplinada, el cuerpo humano es disciplinado, la vida misma sigue una secuencia disciplinada de pasos que si se alteran con seguridad deviene en monstruosos resultados.
Si una persona concluye que lo que se pide es sumisión de su parte porque es “disciplinada” muy probablemente acepte –por conveniencia temporal- pero tarde, más temprano que tarde responderá pues tiene su propio cerebro y por tanto sus propias decisiones. Lograr total obediencia sin criterio razonador no es una conducta positiva si de educar se trata, por ello es que los procesos educativos ecuatorianos no mejorarán mientras se siga fomentando la educación libresca y memorística que deforma al estudiante y lo vuelve sumiso, esclavo y obediente al establecimiento. En cambio un individuo libre y pensador, reflexiona y hace uso cabal de su libertad para cambiarse y cambiar la sociedad, tal vez eso es lo que no quieren los detentadores del poder –los de esta época y los de otrora-, al final la motivación de poder mueve a los liderazgos… ¡y a los cacicazgos!