Tan confundidas andan las gentes de Alianza País, que en el snobismo político atrasado del que hacen gala, no captan al socialismo sino, unicamente, como el centralismo gubernamental que da limosnas a las manos pedigüeñas de quienes sufren hambre. ¿Hacerlo es solidaridad y el Estado cumple, así, con una justicia participativa?.
Pero esto no es solidaridad. Ni justicia. Peor socialismo. No pasa de ser un aprovechamiento de la miseria social existente. Simplemente un llegar, desde el oportunismo, a la toma del poder político por escalones inclinados hacia el fascismo. De hecho el abanico de los ismos socialistas es muy frondoso. Ninguno, sin embargo, puede ser catalogado de uno u otro siglo. No hay socialismos, ni liberalismos, ni comunismos, ni anarquismos del siglo 12, del 13 del 18, etc. Este socialismo del siglo XXI no pasa de ser, secreto a voces, simplemente el aventurerismo politiquero de siempre. ¿Y por qué hacia el fascismo?
Cuando la patria es reducida a un slogan, a un juego circense de marketing semántico pierde el significado socio cultural de su valor. Sólo importa, entonces, su negociación como mercancía. Por eso es que puede entonces el ciudadano dejar de serlo y transformarse en socio ahorro, socio vivienda, socio salud. O sea, accionista de una empresa con utilidades a repartir, como parte de su posicionismo en el mercado. ¿No queda así, al desnudo, ideológicamente, en este socialismo del siglo XXI, la cara escondida del llamado capitalismo humanista de hace 20 años que negaba, al definirse, su propia existencia?
Se busca con el patrioterismo, exacerbación patológica de promover la identidad nacional, tergiversando la verdadera razón de ser de la nación, e insistiendo por defecto, que todo desacuerdo con semejante criterio, reclama la inculpación de traición, pretendiendo así proteger la ilegitimidad del poder. Cantos, banderas, uniformes buscan desde todas las vitrinas posibles atraer a la mediocridad poblacional hacia la idolatría del fetiche y el rito, convertido en objetivo de gestión política. El fascismo, incluso, bajo el paraguas de un palabrerío socialistoide, pretende únicamente manejar la burocracia y desde allí dispendiar la cosa pública, el dinero fiscal y, desde luego, meterle la mano al bolsillo de la propiedad ajena, por mandato estatal. Prima la centralización de decisiones, la concentración de funciones, el manoseo parlamentarista, la liquidación de partidos y el auge de movimientos corporativistas al margen de partidismo ideológico, de principios.
En gran medida todo fascismo quiere ser reconocido como revolucionario. Hace, con tal motivación, presencia de una violencia radicalista, aunque sea verbal. Gira alrededor de un eje que no reconoce nada que no sea definido en el casillero del bien o del mal. Por cierto la militancia fascista es la fuente de toda bondad y los otros, son quienes “al no estar con nosotros, están en contra” y, por lo tanto, son los malos, de maldad absoluta. Amor para el que apoya el movimiento de la nueva verdad revelada y odio, a muerte, para el que dude o la niega. Cuando en 1933 Hitler, con su nacional socialismo, toma el poder en Alemania, José Antonio Primo de Rivera, en España, que comenzó reconociendo las reivindicaciones económicas y sociales de la izquierda, que abandonó casi enseguida, propugna al crear la Falange, movimiento fascista, “la nacionalización de la banca y los grandes servicios públicos, la redistribución de la tierra cultivable, el reasentamiento de los campesinos con tierras poco fértiles en nuevas unidades de explotación y la expropiación de la tierra “adquirida o utilizada ilegítimamente”. “Los partidos políticos – también insistió- deben desaparecer…Luchamos por un Estado totalitario que distribuya sus frutos justamente a grandes y pequeños”.
Así la patria sería de todos, en este contexto que para Primo de Rivera era “audazmente nacionalista y revolucionario…”. Claro que 3 años más tarde, como un adelanto al establecimiento de una revolución campesina y ciudadana, el mismo José Antonio fue juzgado por un tribunal popular y fusilado. La patria, estaba a ojos vista, no lograba, de nuevo, ser de todos… Este socialismo semántico en la práctica encubría la ideología fascista, que tiene en sus objetivos reconocer al humano solo en y desde sus relaciones sociales; esto es aceptar en él únicamente una forma de la artificialidad de la sociedad, también artificial de donde sale. ¿Y su identidad individual? ¿O sólo el hombre es fruto, como insisten los adictos al socialismo del siglo XXI, de una matriz colectiva que diseña, concreta y proyecta un ser con origen social pero sin destino propio? ¡Cuidado! Mucha ingenuidad puede transformarse en mucha culpa…
No está de más, en todo caso, recordar a Antoine De Saint-Exupéry en su explicar de que “el drama físico en sí no nos conmueve, sino nos muestra su sentido espiritual”. Mas aun cuando estos socialistas del siglo XXI elaboran una Constitución en el nombre de Dios y, al paso, se declaran en su modo de vida católicos practicantes y, desde esta perspectiva, marginan el derecho individual a la vida, y proclaman abiertamente el aborto. ¿Quién entiende a estos fanáticos de sí mismos, en su arroz con mango ideológico, en su fanesca sin Semana Santa? No por eso, sin embargo, pueden arrastrar al país al despeñadero! No hay que permitirlo. Hay que cerrar filas y detenerlos!
Excelente su artículo!!!!!