Con la Constitución Política, dada en el Palacio del Reino de Quito, el 15 de febrero de 1812, con el Pacto Solemne de Sociedad y Unión entre las Provincias que formaron el Estado de Quito, se puso en primer lugar el nombre de Dios, como reza en su texto “En el nombre de Dios Todopoderoso Trino y Uno.
El pueblo Soberano del Estado de Quito, legítimamente representado por los Diputados de las Provincias libres que lo forman, y que se hallan en este Congreso, en uso de los imprescriptibles derechos que Dios mismo como autor de la naturaleza ha concedido a los hombres para conservar su libertad, y proveer cuando sea conveniente a la seguridad, y prosperidad de todos”…..
Es decir, la Providencia Divina, siempre fue tratada con respeto desde el inicio de nuestra República, como se lo puede constatar en las siguientes Constituciones Políticas:
La Constitución Política de 1830, “En el nombre de Dios, Autor y Legislador de la Sociedad”….
De aquí en adelante tanto en las Constituciones de 1835, 1843, 1845, 1851,1852, 1861, 1869, 1884(siempre se invocó en primer lugar el nombre de Dios) ,1897 (En esta Constitución que fue promulgada por Eloy Alfaro el 14 de enero del mismo año, se dice en su Artículo 12(Religión Oficial) “La Religión de la República es la católica, apostólica, romana, con exclusión de todo culto contrario a la moral. Los poderes públicos están obligados a protegerla y hacerla respetar”Lo cual nos demuestra que Alfaro, no fue ateo, como se ha dicho, sino “un liberal con rosario en mano”.
Lo que sífue, anticlerical, como lo fue García Moreno, por que le gustaban las cosas rectas, y algunos religiosos no cumplían con su Misión Divina.
Luego, en la Constitución de 1946, también se invoca el nombre de Dios, como se lo hace en la de 1967, 1984, 1993, 1996, 1997 y 1998. (Fuente: Constituciones Ecuatorianas, tomo I y II de Juan Larrea Holguín +)
Podemos concluir diciendo que más del 98% de los ecuatorianos somos creyentes y tratamos bien a Dios como a nuestra Santa Madre Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo, del cual todos somos miembros por la gracia del Espíritu Santo.