22 noviembre, 2024

¡Hagamos la verdadera revolución!

Si usted puede treparse a una tarima y tener la habilidad de disfrazar sus mentiras con algún viso de verdad, tiene ganada la partida, cualquiera que ésta sea. No existe nada más poderoso que la mentira. Goza de un poder cautivante del que carece la verdad, que suele ser fría, escueta y hasta cruel, pero nunca embelesante. Quienes sólo rinden culto a la verdad, terminan arrinconados. La gente no gusta de la verdad porque genera sinsabores. Las mentiras son miel para los incautos que, ¡ oh coincidencia ! son mayoritariamente incultos.

Estas reflexiones me llevan a abogar por una revolución. La revolución que, hasta ahora, ningún líder ecuatoriano puede aspirar a representar. Una revolución inequívocamente cultural y educativa. Llamémosla Cívica. Me duele pensar que este Ecuador, esta poca cosa que es el Ecuador que amamos, no sabe distinguir las virtudes cívicas de las excrecencias políticas, la discreción de la sicopatía, lo irracional de lo racional, la prudencia del desenfreno.

Y no hablo, como pudiera pensarse, de la educación que garantiza la idoneidad del individuo en la realización de sus labores materiales y productivas, esto es, de la educación que ayude a prosperar materialmente al ser humano en sus profesiones, artes u oficios. La revolución a que aludo – y que, repito, no tiene líderes sino detractores – es otra. Es la revolución cívica y cultural del hombre y mujer ecuatorianos, aquella que permita a éstos vivir políticamente con los demás ciudadanos(as), gozando de capacidad para distinguir correctamente, sin exabruptos viscerales ni compulsiones emotivas, conceptos tan simples y a la vez tan evasivos como lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo cierto y lo falso, lo aseado y lo fraudulento.

Salen al paso palabras patéticas de John Galbraith: “Todas las democracias contemporáneas viven bajo el temor permanente de los ignorantes”. Es verdad, pero llegar a prevenir ese temor y poder predominar sobre esos ignorantes, son los objetivos de esta revolución. No es peyorativo el uso de la expresión. La ignorancia es de todos y sólo los grados de la misma separan a unos de otros. Pero son los más ignorantes, todos ellos con derecho a voto, quienes inconscientemente se oponen a las reformas que el país reclama, coartando el libre desarrollo y discusión de las ideas políticas y de las fórmulas de progreso y desarrollo social.

Ellos no tienen la culpa de su ignorancia. Son los sistemas políticos y religiosos de antaño, al igual que doctrinarios de hoy (MPD incluido), los que mantienen sus repudiables privilegios gracias a la eficacia de sus embustes. Sus víctimas aún prefieren el hechizo de los demagogos, las promesas paradisíacas (gratuitas, además) y la revancha social perversamente insuflada en sus mentes y en cartillas alfabetizadotas que avergüenzan. Por desgracia, ellos son mayoría. Una mayoría que dejaría de ser un lastre si llegara a educarse en civismo.¿Un sueño? Quizás.

Pero nunca es tarde para empezar a enseñar el respeto a las leyes, a identificar la equidad, a exigir de los líderes valores permanentes y morales que justifiquen su presencia, a formularse mandamientos cívicos que les hagan “vivir” la condición de ciudadanos gobernados y legitimar la posibilidad de ser algún día gobernantes. La gente que siga esas normas no cometerá las estupideces electorales que aquí se han dado .Podrá alguna vez equivocarse, mas sus yerros se deberán a imponderables democráticos. Y dejaríamos de elegir a quienes siempre estafan las esperanzas de un pueblo pobre e ilusionado.

Hoy se exacerba las pasiones más negativas de nuestro pueblo. La meta es ganar el referendo, no importa cuál sea el precio que el país pague. La Iglesia Católica ha sido estigmatizada y no acierta en su defensa. El concepto de democracia ha sido ultrajado brutalmente: ya no solo se pretende cautivar deshonestamente con falsas promesas a un electorado ignorante; hoy se apela también al uso de la fuerza bruta de una mayoría circunstancial (“ ustedes son 400 y ellos son 50 majaderos “),dando las espaldas a la discusión y razonamiento democráticos.

Se dispuso el uso de la brutalidad policíaca, invasora ilegal de un recinto universitario bajo las narices de un Rector comprometido o, cuando menos, pusilánime. No se pidió a esos 400 universitarios que actuaran como tales, sino como ignorantes seguidores del demagogo.

Afortunadamente no hubo respuesta para ese inducido canibalismo universitario. Y el infundio siguió al invocarse amistades en el seno del Consejo Universitario para exigir expulsiones de jóvenes que no admiten castraciones cívicas. ¿Se habló de análisis? ¿De algún debido proceso? ¡No, sólo Compromiso, Iracundia y Miedo! ¡La amistad basta para cometer castraciones! ¡Vaya conceptos de democracia! ¡Los más apabullen a los menos! ¡Para eso son más, para aplastar! ¡Acaben con las minorías! ¡Exijo expulsiones, cobardes “amigos”! Ufff. ¿Para qué el referendo si no habrá Constitución alguna que le calce? Merecemos, sin duda, una revolución cívica, aunque demore en llegar y muchos no podamos saludarla.

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