Sinceramente no recuerdo al autor que sugería que los diputados , (parlamentarios, asambleístas o como quiera usted llamarlos) , al tiempo de ser elegidos como tales, reciban una condena a varios años de prisión. Condena que iría disminuyendo , hasta desaparecer, si el comportamiento de ese representante del pueblo era positivo y digno de encomio.
Solo entonces podía gozar de plena libertad e incluso optar por una reelección , que vendría acompañada de una nueva condena . Exactamente lo contrario de nuestros principios constitucionales que proclaman la inocencia del individuo hasta probarse lo contrario. El humor que impulsó a ese autor se tornó en cruel y despiadada descripción de la realidad parlamentaria de muchos países. Demás está decir que el Ecuador encaja con vergonzosa holgura en ella.
Los anteriores Congresos hicieron méritos para ganarse los peores calificativos. Rodrigo Borja llegó a decir que constituían una “jauría”. Antes, Carlos Julio Arosemena aludía a ellos como los “patriarcas de la componenda” y en años recientes fueron motejados como “diputados de los manteles”, hasta culminar con la contemporánea versión de “alzamanos de Montecristi”. Es triste señalarlo, pero nunca se libraron de calificaciones degradantes, aún a pesar de la presencia de buenos parlamentarios que, por su escasez, no lograron revertir la opinión popular.
Hoy los diputados ( porque en definitiva eso son y seguirán siendo ), creen que encarnan mandatos revolucionarios que transformarán al Ecuador. Y llevados por la idea de que toda revolución es arrasadora, no han tenido empacho en cometer todos los imaginables desafueros que la impreparación jurídica, el sectarismo y la sumisión personal ante un autócrata pueden cobijar. Por allí reaccionó un Alberto Acosta, singular compendio de aristócrata y revolucionario, escondiendo – quizás, sólo quizás – sus pretensiones presidenciales, aunque plausiblemente opuesto e impermeable ante la imposición grosera de quien lidera la revolución.
La idea de la revolución ha servido para justificar estupideces que durante "la larga noche neoliberal" habrían dado lugar hasta a enjuiciamientos políticos o penales. Elegida para diseñar la nueva estructura jurídica del Estado y redactar un proyecto de nueva Constitución ( ¿ Cuántas veces se ha dicho esto sin resultado alguno? ) , tuvo un plazo compuesto e improrrogable para ello.
El propio Correa prohibió (?) que se excediera del plazo una Asamblea que decía tener plenos poderes y que, sin embargo, rendía periódicas cuentas al politburó gubernamental. Y , sometido al dictado, no se excedió ; pero esgrimiendo el favor popular y los postulados revolucionarios, se autoconvocó para una nueva prórroga, delimitó sus propios poderes, se aseguró de poder integrar Tribunales Electorales que sirvan de comparsas y coreen sus cánticos revolucionarios hasta Febrero próximo y, por último, de amarrar – sí, amarrar , atar, liar, empaquetar, embolsar, enfundar – las integraciones futuras de autoridades de control.
Todo esto mientras se disfruta de absoluta impunidad ante la ausencia total de fiscalización, que ha convertido en tabú un estado de emergencia que va para dos años y en irreverente blasfemia todo intento de meter las narices en él. Después de lograrse todo esto , lo que sobrevenga por la vía democrática les tiene sin cuidado. Los Congresillos nos habrán dejado virtualmente en calzoncillos , dicho con el peor gusto literario y la mayor peyoratividad posible. El descaro con que se actúa es total e insultante.
Y la ciudadanía yace impotente ante los hechos que se consuman en planificada seguidilla. Ese es el Ecuador que empezamos a vivir, al ritmo impuesto por un motor de 75 caballos de fuerza, en el que la mayoría no son, precisamente, caballos.
No son los errores los que definen a un gobierno . Los errores – como toda equivocación – pueden corregirse y en política todo es subsanable si se actúa con presteza y oportunismo. Es la persistencia en cometerlos lo que cuenta, lo que marca y caracteriza a un gobierno o a un órgano legislativo. Porque tal actitud ya incide en aspectos de mayor trascendencia: la estupidez que les guía y la materia prima de que esta compuesta nuestra clase política. Los alzamanos de Montecristi reeditarán esta gimnasia en Quito y ratificarán su denunciada devaluación. Eso es irreversible.
La historia es vieja. Y lo que se dijo con sentido del humor al comienzo de este artículo, bien podría ser un acto de legítima defensa de la institucionalidad democrática : que los próximos asambleístas vayan con una condena bajo el brazo y comiencen a servir al país si quieren librarse de ir a prisión.