El 10 de enero de 2004 este artículo fue publicado en la página editorial del Diario El Telégrafo, cuando este era aún un diario libre y guayaquileño. Cuatro años después los hechos presagiados en aquel artículo se han cumplido.
León queda atrás, como atrás quedan el odio, la insidia y la sed insaciable de venganza de sus enemigos, enemigos también del Ecuador. Con nosotros quedan su ejemplo, su imagen imborrable y su inspiraciòn por siempre. Mientras viva Guayaquil, vivirá León Febres-Cordero en el corazón de los guayaquileños y ecuatorianos. Quiera el Cielo que nuevos liderazgos recojan su senda
Guayaquil, sábado 10 de enero del 2004
La noticia fue primeramente difundida por una radio. Rápidamente otras radiodifusoras y los más importantes canales de televisión se precipitaron a la fuente más segura de información para confirmar la noticia. Unos minutos después, el deceso fue confirmado.
La mañana había sido relativamente fresca y exceptuando algún esporádico vaho acumulado, tras la lluvia de la noche anterior, nada haría suponer el sofocante calor que al rayar el mediodía, empezó a levantarse. Junto con el sol y el calor, típicamente envolvente, del invierno guayaquileño, la muerte del hombre no fue ya solamente noticia, sino también sensación. Algo grande, gris, oscurecido y tirando a negro, como cielo presagiando lluvia, se instalaba no sólo arriba, sino también dentro del pecho de los guayaquileños. Era la clara sensación de haber perdido algo grande y hondo, quizá más que querido, propio. Como cuando se pierde al padre y con él no sólo se va una persona y un recuerdo, sino un rumbo y se entiende que el presente y lo que uno tiene y uno es, no puede disociarse de aquel que ya no está más.
En la tarde, lo que durante la mañana fue noticia y al mediodía sensación, era ya tristeza, amplia, profunda, generalizada.
Guayaquil entera estaba de luto, no solamente por lo que los medios -ahora sí- dijeron, sino porque eso era lo que la gente común sentía, sin necesidad de que los comunicadores de siempre lo indujeran. Y aunque no faltó por allí algún graznido disonante, la gente de los medios rápidamente entendió que más vale aliarse con los muertos, si estos son populares y que no convenía discordar con un sentimiento que crecía espontáneamente. Los taxistas, vendedores ambulantes, la gente en las calles, en voz baja, con espontáneo respeto comentaban la gran pérdida. El sentimiento generalizado era de impagable gratitud y al mismo tiempo de orfandad, de ya no tener voz, de no tener quien nos interprete y según el sentir común, quien nos defienda de algo que no está claramente definido pero que se lo siente como una amenaza externa, quizá lejana, pero real.
Al empezar la noche la pregunta en boca de todos era dónde sería la “velación”. La familia, claro está, no quería convertir un acto íntimo en una manifestación política de masas. Sin embargo, desde la noche estuvo claro que no podía quitársele por segunda vez a Guayaquil, lo que ya había perdido.
Desde la muerte de Julio Jaramillo no se había visto muerto más entrañable, ni sepelio, ni tristeza más multitudinaria. Y como en el caso del Ruiseñor, después de su muerte muchos que no eran sus devotos empiezan a entenderlo, a valorarlo, a añorarlo. Si bien es cierto que ahora Artieda no cantará como entonces, dedicando poema alguno a su muerte, la muerte de León Febres-Cordero agitó algo que dormita en el regazo de esta Ciudad y que como en la muerte del cantor se despertó, arrastrando el sentimiento de los que aquí viven. Algo que pertenece al alma de esta ciudad que abraza y nunca abandona, que tiene muchos, incontables hijos, pero que a algunos sin prejuzgar, los declara predilectos, aquellos que encarnan lo que desde siempre se ha dicho que es ser guayaquileño.
Ríos humanos recorrieron las calles en eso tan guayaquileño de “acompañar al muerto”. Desde el Guasmo, el Suburbio Oeste y las ciudadelas del Norte venía la multitud. Sólo faltaron el Río y los Cerros de Santa Ana y el Carmen en el sepelio. Al final de los finales lo que queda de él es mucho más que un recuerdo o una imagen admirada. Es una especie de icono que se muestra a los que vienen detrás, que se dice “así eran los hombres de antes”, pero principalmente, “eso es un guayaquileño”. Y el lejano y para siempre ido eco del rugido hidalgo defendiendo a la ciudad de todos empieza a resonar, ya no en las radios, los televisores, en las frases golpeantes que uno adivina saltando de las páginas de los dia rios, sino en el corazón de los guayaquileños de ahora y de después, porque después vendrá la Historia y quizá la leyenda. De ahí en adelante se dirá de Guayaquil: “la egregia ciudad de los dos tuertos, el de la fundación y el de la refundación: el Tuerto Orellana y el Tuerto León”.
Hace unos pocos días, el ex-Presidente Abdalá Bucaram en respuesta a las alusiones del Ing. León Febres-Cordero dijo: “Febres-Cordero morirá solo”. Yo no sé cómo morirá Abdalá, ni cómo moriré yo, pero de lo que sí estoy seguro es de que León no morirá solo, que su muerte será llorada y lamentada por la mayor parte de los guayaquileños y que ésta seguramente será algo muy cercano a la fantasía que antecedió a este párrafo.
Paz en la tunba de un gran hombre,consuelo a su familia y amigos, y valor, coraje, tezon para un pueblo que busca un futuro mejor no en palabras vacias, cadenas radiales, sarcasmos o sonrisitas, sino en accion y realizaciones.
Que viva LEON, un Guayaquileño GuañaquiLEON.
Aparicio Ysefue
GRACIAS MUY BONITO SUS COMENTARIOS SOBRE NUESTRO QUERIDO LEON…SIN TEMOR A EQUIVOCARME EL QUE MORIRA SOLO SERA BUCARAM, QUIEN DESDE YA ESTA SOLO, XQUE EL SABE EN SU CONCIENCIA SUCIA EL TREMENDO DAÑO QUE LE HIZO A LA CIUDAD DE GUAYAQUIL, Y AL ECUADOR…..
EN CAMBIO TODOS EXTRAÑAREMOS A NUESTRO LEON X SIEMPRE , Y MUCHO CUANDO VEAMOS Y DISFRUTEMOS DE TODAS SUS BELLAS OBRAS, ES X ESO QUE PIDO QUE EL MALECON 2000 LLEVE SU NOMBRE MAS LA PERIMETRAL…VERDAD??????