Uno de los grandes males de nuestra sociedad, de nuestras instituciones y de nuestros gobiernos, es la caridad que se hace con dinero ajeno.
La indelicadeza en el manejo de los bienes públicos o institucionales lleva a que la persona que ostenta un puesto que conlleva la posibilidad de decidir si se entrega dinero o bienes, o se exonera a alguien de algo, o permita la posibilidad de viajar con viáticos o pasajes gratuitos, piense que es él quien concede ese favor o quien tiene derecho de ser quien lo usufructúa o quien use para su comodidad personal los bienes a él entregados.
Lo vemos a diario. Ahora hay un poco más de vergüenza, pero aún se pone obra del gobierno de fulano o de tal partido. Las obras no se hacen con el dinero de esa persona o partido, sino con el de todos los que viven en el país. Si fuera necesario, debería ponerse “Obra del pueblo ecuatoriano”, ya que es con su dinero que se ha realizado ese trabajo.
Con las Instituciones pasa lo mismo. El hecho de pertenecer a ellas, lo que significa un gran honor y una altísima responsabilidad, obliga a la persona a tener aún más cuidado que si se tratara de su propio peculio, ya que es dinero, si es de una organización estatal o gubernamental, de todos los ecuatorianos y si es de una entidad de beneficencia, de los pobres a los que está destinada esa Institución. No se puede o mejor dicho, no se debe crear puestos para fulano o mengano que es mi amigo o exonerar a mi empleado o a un conocido de pocos recursos del pago de sus haberes por este motivo. Si en verdad quiero hacerle caridad a esa persona, debo asumir su gasto, pagar yo la cuenta de mi amigo o empleado con mi dinero. Es común ver a políticos y personajes importantes, llamar a recomendar que se exonere a alguien de un pago, cuando ellos tienen el dinero suficiente para pagar esa atención y si desean ayudar a esa persona, deberían estar dispuestos a hacerlo.
En el caso de viajes, a menos de que sea obligada mi presencia es preferible no viajar, o si por alguna razón debo viajar al mismo lugar, aprovechar mi viaje, pagado con mi dinero, para ayudar a la Institución que me ha dado el honor de pertenecer a ella.
Otra incorrección es el aceptar un puesto de vigilancia o control y recibir el sueldo sin cumplir cabalmente con el trabajo. Los problemas económicos (feriados, AGD, etc.) del país, son prueba de ello.
Así como no hay derechos sin obligaciones, tampoco debe haber honores sin sacrificio. Ocupar un cargo honorífico, un puesto gubernamental, una embajada, etc., implica que la persona que ocupa ese cargo cumpla con todas las reglas del puesto, que vea por la gente que tiene alrededor y que actúe, no pensando en amistades, ventajas o comodidades, sino en brindar servicio, amor y ayuda, no mirando a quien se presta ese servicio como a un deudor, sino como a un acreedor. Es preferible, si es necesario hacer contratos, no buscar al amigo que da obsequios o devuelve favores (peor aún al pillo que da porcentajes), sino a la mejor opción para la seriedad y cumplimiento y alguien a quien podamos exigirle el desempeño cabal y serio de sus obligaciones contractuales.
Publicado en El Observador el viernes 23 de enero 2008
EN SÍNTESIS: LA POLÍTICA DEBE SER PARA SERVIR Y NO PARA «SERVIRSE» DE ELLA, PERO PARA DESGRACIA NO SOLAMENTE DE NUESTRO PAÍS SINO DE TODO EL MUNDO, LA DEMAGOGIA «ENFERMEDAD GENÉTICA DE LA DEMOCRACIA» HACE QUE LOS POLÍTICOS, AÚN LOS MÁS ÉTICOS, LO OLVIDEN.
SALUDOS
GABRIEL AQUIM CH.
Más claro no canta el gallo. Ojalá las personas que ostentan los cargos en mención pudiesen ser capaces de revestirse de un poquito más de esa humildad y amor propio que caracteriza a los grandes hombres, para poder brindar servicio y amor al prójimo.