21 noviembre, 2024

Dios es un Dios increíble por Su capacidad de Amar

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: – «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.  El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios. [1]

 

  1. Para que los niños del catecismo capten lo que significa la afirmación – contenida en el Evangelio de hoy – : “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”, suelo contarles esta historieta: “Había un rey que tenía un hijo maravilloso. Un día adoptó a un chico pobre, para que gozara igual que su hijo de todos sus bienes. Crecieron los dos, pero el adoptado se volvió malo; y tanto, que se hizo amigo de unos bandidos, enemigos del rey. Un día los bandidos secuestraron al hijo adoptado y le dijeron al rey: si quieres recobrar a tu hijo adoptado, danos a cambio a tu propio hijo. El rey se estremeció de dolor, se lo propuso a su hijo y éste le dijo: Papá, aunque sé que me van a matar, quiero rescatar a mi hermano. Y el rey entregó a su hijo en manos de los bandidos”.  Efectivamente: Dios ama tan seria y realmente al pecador que, incluso, llega a la ‘locura’ de sacrificar a su propio Hijo para rescatarnos del pecado, de la condenación eterna, del Demonio…. 
  2. Acudiendo a otro símil: El Pastor vino a rescatar a la oveja perdida (la raza humana toda), atravesó valles, ríos y abismos para rescatar a la oveja perdida, y cuando la encontró, la oveja se transformó en un lobo que devoró al Pastor (la Pasión y Muerte). La historia de la Redención no es la de un idilio amoroso, sino una historia de sangre, la de una criminal ingratitud por parte de la criatura humana. Dios Padre sabía que esto iba a pasar y, a pesar de todo, envió a Su Hijo para que nos salvara.  Y aquí viene lo más maravilloso: Justa y precisamente en la noche oscura de la ingratitud humana es como se revela, se manifiesta y se patentiza con más brillo el Amor de Dios, y aún más, el Dios-Amor. Partiendo de que esto, de que Dios es Amor, una de las cualidades más consoladoras de Dios es Su inmutabilidad: Dios es inalterablemente Amor, incambiablemente Amor, indestructiblemente Amor… Las grandes aguas de la maldad humana no pueden apagar el infinito volcán del Amor, ni los ríos anegarlo.[2] Veámoslo.
  3. Para intentar entender este ‘loco’ amor divino, primero debemos captar la gravedad del pecado.

a.  El pecado es un desamor, una ingratitud y una rebeldía de proporciones infinitas porque es una ofensa a Dios,  infinito en todos sus atributos (en Su amor, en Su misericordia, en Su paciencia…). Y tanto lo es, que el único que puede comprenderlo en toda su amplitud es el mismo Dios. Como el niño que rompió el jarrón de porcelana, pieza de colección, así el que peca ‘no sabe lo que hace’. [3] El pecado es un misterio de iniquidad, consumado por la criatura humana contra su Creador, por un hijo contra su Padre, por el amigo contra el Amigo.  Es un mal de proporciones tan gigantescas que si Dios nos lo hiciera comprender en totalidad nos moriríamos de dolor, de pena  y de vergüenza… 

b.  La gravedad de una falta se mide por la dignidad del ofendido: no es lo mismo una bofetada a mi hermano,  a mi profesor, a mi madre, al Papa…  Como Dios tiene una dignidad infinita: el pecado es una ofensa de proporciones infinitas.  El pecado es infinitamente grave porque es una ofensa a Dios.[4]

c.  Es imposible que nosotros captemos en sí misma la malicia del pecado; pero podemos sospechar su malicia contemplando sus efectos. Valga un ejemplo: Pasamos por la ciudad arrasada por un huracán y al ver sus efectos decimos: ¡Qué terrible debió ser…! Al pecado le pasa como a la electricidad: lo conocemos por sus efectos. No vemos la electricidad, pero sí el movimiento, el calor, la luz… No nos damos cuenta de la terrible malicia del pecado, pero si vemos sus consecuencias podemos hacernos una idea de su gravedad: Contemplamos montones de cadáveres en los campos de batalla, miles de millones de enfermos y moribundos en los hospitales, toda la raza humana sumergida en un océano de dolor, sufrimiento y angustia, y nos cuestionamos: “Si esto es consecuencia del pecado,  ¡qué terrible debió ser el pecado original y es todo pecado!”. 

d.  ¿Hay algún otro modo? Sí; precisamente es el tema del que estamos hablando: Detenernos ante Dios clavado en la Cruz, transformado en un ser repugnante, y preguntarnos: ¿Qué gravedad tendrá el pecado, como para que haya tenido que venir Dios en Persona a morir con una muerte como jamás hubo ni la habrá mientras el mundo exista?  Lo dijo San Pedro: Habéis sido rescatados,  no con algo caduco, oro o plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo”[5]. Y lo dice el Evangelio de hoy: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna…

  1. ¿Y, no podíamos, quizá, nosotros mismos los seres humanos pedir perdón?

a.  Como el pecado original fue un desorden gravísimo en el hombre y en la Creación, y un increíble desamor, no había nadie con poder creador y capacidad de amar suficientes para repararlo. Si la magnitud de una ofensa se mide por la dignidad del ofendido, el valor de su reparación depende de la categoría del que pide perdón. Por ejemplo, si un periódico ha ofendido al Gobernador, las disculpas debe darlas el Director. Si éste se lo encargara al responsable de las tiras cómicas, se produciría una nueva ofensa. Dadas sus proporciones, no había en la tierra nadie capaz de reparar el pecado. Sólo alguien con poder infinito y capaz de hacer un acto de infinito amor podría repararlo: Dios mismo. Por eso el Padre quiso enviar a su propio Hijo para que nos reconciliara con Él:"Dios mismo reconcilió consigo al mundo por medio de Cristo".[6]

b.  Pero como el pecado original fue una ofensa humana a Dios, correspondía al hombre en justicia,  repararlo.  ¿Cómo lograrlo, si no había entre nosotros alguien capaz? Dios hizo algo maravilloso: Se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, para decir por nosotros y con nosotros: "¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!"[7]. En la Redención, Dios es el ofendido, y Él mismo es el que repara la ofensa, porque nos ama de verdad, con un amor increíble, que va más allá de todo lo que nosotros podíamos soñar, con un amor infinitamente misericordioso y misterioso. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió a Su Hijo Único, para que vivamos por medio de Él… nos lo envió como víctima para el perdón de nuestros pecados”.[8]

c.  Dios se pasó: Como hemos dicho, las acciones tienen el valor de quien las realiza: una carta que me escribe el Papa tiene un valor distinto de otra, escrita por un amigo mío cualquiera. Como Dios tiene una categoría infinita, cualquier acción llevada a cabo por Él tiene un valor infinito. Toda acción humana de Jesús, dado que es Dios, era suficiente para redimir al género humano; hasta un simple silencio, un parpadeo… A pesar de que el hecho más insignificante de la vida del Hijo, le hubiera bastado al Padre para redimirnos, el Padre decidió que la Redención se operara por la Pasión, y Muerte de su Hijo, el amado, el de sus complacencias.[9] En esta ‘exageración’ está la revelación y expresión de cuánto ama Dios al hombre; hasta tal punto que nos podemos preguntar – ¿Qué necesidad había de que el Hijo de Dios muriera en la cruz, con una muerte tan terrible, tanto por los tormentos de Su cuerpo, como por los sufrimientos de Su alma?: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?[10]¡Quién soy yo, Dios mío, para que me hayas tomado tan en serio!: El hombre se transforma en un enigma y un misterio para sí mismo ante el Misterio del infinito, del inexplicable, del desconcertante Amor que Dios le tiene…

  1. Este amor se manifiesta, precisamente, porque Jesucristo muere por los pecadores.

a.   El verdadero amor se manifiesta sólo cuando nada se puede dar a cambio: Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía desprecio.[11] El pecado humano lejos de ser un obstáculo para el despliegue del amor divino, fue, por obra y gracia de la Sabiduría amorosa del Padre, la gran ocasión para que ese amor se desplegara de modo sorprendente: En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dio
s nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. [12]

b.  El pecado del hombre no puede jamás desnaturalizar el amor de Dios: Las grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.[13] Un  Dios obsesionado de amor por los “gusanitos” humanos… con lo fácil que hubiera sido volvernos a todos a la nada de nuevo… Sin embargo: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo nunca me olvidaré de ti. [14]

  1. Hablemos ahora de la Pasión de Cristo. La muerte de Jesús es única e irrepetible; no sólo por los terribles tormentos de su cuerpo y los sufrimientos de su alma, sino por la dignidad de quien murió: Dios; y por el motivo por el cual murió: por salvar a todos los hombres del pecado.

a.  Pensemos lo que les costó el Drama de la Redención al Hijo… Porque no vayamos a pensar que Jesús, a medida que se acercaban los días de su Pasión veía acrecentarse una cierta ilusión, como la que tienen los niños ante los regalos de Navidad… Además de ser Dios, Jesús era perfectamente humano, divinamente humano, infinitamente humano… Jesucristo expresó frecuentemente su angustia a medida que iba llegando la hora marcada por el Padre: Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!. [15] En la Cena le daba vueltas y vueltas de modo obsesivo a la traición de Judas, muerto de miedo: En verdad en verdad os digo que uno de vosotros me va traicionar… Lo repitió muchas veces de distintas maneras.[16] En el Huerto se transformó en un guiñapo humano: Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» [17] En la carta a los Hebreos se recuerda lo sucedido en Jerusalén en términos inmensamente dramáticos: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que  podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia. [18] Le pidió, por favor, no beber el cáliz, llamándole tiernamente Abbá, pero el cáliz fue bebido hasta la última gota…  [19]

b.  ¿No es poco chocante el que Dios haya elegido el camino de la Cruz para salvarnos? Entendámoslo bien:  Lo que nos consiguió la salvación no fue la magnitud de los padecimientos de Cristo, sino Su amor al Padre, mostrado en una obediencia hacia Él que no se detuvo ni siquiera ante la perspectiva de morir como murió: obediente hasta la muerte y muerte de cruz.[20] 

c.  ¿Qué dice la Biblia sobre la magnitud de la Pasión de Cristo?  La Biblia nos da testimonio de la magnitud de la Pasión, con palabras enigmáticas y terribles: “Al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado a favor nuestro, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él".[21]

d.  ¿Algún texto sobre Sus tormentos corporales?  En Isaías se describe así al Redentor:

Despreciable y desecho de los hombres,

varón de dolores y conocedor de dolencias,

ante quien se vuelve el rostro, estimado en nada.

¡Y con todo eran nuestros crímenes las que él llev
aba encima

y nuestros dolores los que soportaba!

Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.

Él ha sido herido por nuestras rebeldías,

molido por nuestras culpas.

Él soportó el castigo que nos trae la paz,

y con sus heridas hemos sido curados…

Fue aplastado, y él se sometió y no abrió la boca…[22]

e.  ¿Y sobre los sufrimientos de Su alma?  En un Salmo se dice:

Indefenso se entregó a la muerte

y con los rebeldes fue contado,

cuando él llevó el pecado de muchos,

e intercedió por los rebeldes”.[23]

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza;

de día te grito, y no respondes.

Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente,

desprecio del pueblo;

al verme se burlan de mí, hacen muecas, menean la cabeza:

“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;

 que lo libre, si tanto le quiere”.

Tengo los huesos descoyuntados;

mi corazón, como cera se derrite en mis entrañas.

Mi garganta está seca como una teja,

la lengua se me pega al paladar.

Me acorrala una jauría de mastines,

 me cerca una banda de malhechores;

me taladran las manos y los pies,

puedo contar mis huesos.

Ellos me miran triunfantes,

se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. [24]

 

  1. Luego de todo esto: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?… ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?… Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”. [25]
  2. ¡Si las estrellas hablaran!… El
    que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?[26] ¡Si las estrellas hablaran!
    Después de habernos detenido en el inimaginable amor que el Padre nos ha mostrado en la Redención, podemos sentirnos mimados de Dios. Si la creación pudiera hablar, quizá iba a querellarse con el Creador… Así lo expresa Alfonso Gálvez: 

 

En el hablar callado

de la noche serena, las estrellas

quejáronse al Amado:

que quiso hacerlas bellas

pero nunca de amor morir por ellas.

 


[1] Jn 3:14-21

[2] Cantar 8:6-7

[3] Lc 23:34

[4] La Teología enseña que esto se da al pie de la letra sólo en el pecado mortal.

[5] 1 Pe 1:18-19

[6] 2 Co  5:19

[7] Hay textos en la Biblia en los cuales se deja entrever la misteriosa ‘solidaridad` del Redentor con los redimidos; del Santo de los Santos, con los pecadores: Los Salmos y textos relativos al Siervo de Yahvé: Isaías: “Cánticos del Siervo de Yahvé”: El primero: 42,1 4; el segundo cántico del Siervo de Yahvé: 49,1 6; tercero: 50,4 11; y cuarto: 52,13 53,12. Este último, el más famoso e impresionante de los cuatro poemas, alcanza su cima en el contraste "humillación-glorificación". Presentado como desfigurado, traspasado, aplastado, es un cúmulo de toda clase de sufrimientos: desprecio, vejación, ultraje, castigos corporales…

[8] 1 Jn 4:9-11

[9] Mc 1:11

[10] Salmo 8:4

[11] Ca 8:7

[12] Ro 5: 6-8

[13] Jn 3:16

[14] Is 49:15

[15] Lc 12:50

[16] Mt 26:21-25; Mc 14:18; Lc 22:21

[17] Mt 26:36-46

[18] Hb 5:7-8.

[19] Mc 14:36; Mt 26:39 

[20] Fl 2:8

[21] 2 Co 5:21

[22] Is 52:12 – 53:13

[23] Idem

[24] Salmo 21

[25] Ro 8:31-39

[26] Ro 8:32

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  1. Ojala que no se publique esto, pero quisiera decirle al Padre, que no creo en muchas cosas que dice la Biblia. Siempre me he considerado, Cristiana, Apostolica y Romana. La verdad es que no es asi. No soy pecadora, (me refiero al pecado diario, o al menos trato de no ser mala con mi projimo.
    Los consejos de la Iglesia Catolica, son verdaderamente, lo que todos debemos seguir. ? Es que la Biblia esta llena de parabolas?

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