El ser más maravilloso de toda la creación, se llama MADRE. Es tan fascinante la función de una madre que el mismo Dios no quiso quedarse sin tener una para Él.
Dios pudo haber escogido aparecer en el mundo como un ser fantástico, surgir como una divinidad, como un sol refulgente que aflora como por encanto, maravillando y dejando atónito al mundo con su aparición, logrando por el asombro motivar más a la gente a seguir sus preceptos y con esa presencia extraordinaria, ya sea por temor o por amor, llevarnos a nuestra redención y santificación personal.
Pero en vez de esto, vino a nacer humildemente del vientre de nuestra adorada Virgen María, siendo un hijo sumiso, un niño sencillo, un muchacho como cualquier otro de su barrio, gozando de las delicias de tener una madre cariñosa, comprensiva, dulce y tierna, que con amor le cambió los pañales, le enseñó sus primeros gorjeos y sus primeras palabras, guió sus primeros pasos, curó con inmenso amor sus pequeñas heridas y lesiones, le enseñó sus primeras letras, le enseñó a orar al Padre y lo ayudó a modelar su espíritu.
No podía Dios, que es infinitamente sabio y todopoderoso perder la oportunidad de gozar la más grande delicia del ser humano, el infinito placer de tener una madre. Gracias a su encarnación, Dios pudo disfrutar del placer de tener una madre, de sentir su amor, sus cuidados, sus ternuras, incluso sus retos y sus correcciones, seguir sus órdenes.
Y Jesús fue un niño obediente y sumiso, como lo refiere San Lucas en su evangelio (Lc 2: 51) cuando cuenta que luego de que lo encontraron en el templo, regresó con ellos a Nazareth y siguió obedeciéndolos. Tan importante y tanta influencia tuvo su madre, que San Juan relata en su evangelio que María se acerca a Jesús, en la boda de Caná (Jn 2: 3-5) y le dice que no tienen vino, a lo que Jesús responde: “Mujer, ¿Por qué te metes en mis asuntos? ¡Aún no ha llegado mi hora!” Y María no le contesta, sencillamente, se vuelve a los sirvientes y les dice: “Hagan lo que Él les diga”
Tener una madre es la bendición más grande que puede tener un hombre. Jesús, que pudo disfrutar la alegría de tenerla tanto en su infancia como en sus momentos de sufrimiento y agonía en el calvario, pensando en los que la pueden perder prematuramente, resolvió dejarnos a Su madre como Madre nuestra también, dándonos la alegría de tener no sólo una, sino dos madres y nos la entregó al decir a su Madre, (Jn 19: 26-27): “Mujer: Ahí tienes a tu hijo”, y luego a Juan: “Ahí tienes a tu madre”. Desde ese instante, María es nuestra Madre del cielo, la que nos ama, la que nos protege, la que nos guía, la que ayuda a nuestra Madre terrenal en estas nobles funciones.
La madre tiene una función divina. Como acertadamente dijo el Arzobispo chileno Ramón Ángel Jara: “…una mujer que tiene algo de Dios…”
Que hermoso artículo José Fernando, me ha conmovido, tu sabes realmente el valor que la madre tiene y habiendo conocido a nuestra querida Victoria (Gotita) y a mi mamá, que de Dios gocen, no me sorprende tan bellas palabras, el homenaje mas bello que les haces. Juan Diego Donoso.