Todo animal (y el ser humano es un animal), tiene dos instintos básicos inherentes a su esencia: El instinto de conservación de la vida y el instinto de conservación de la especie, o sea el instinto sexual.
El hombre además de estos instintos animales, tiene intelecto, es decir tiene además la capacidad de pensar, discernir y optar por lo que le conviene. Esto diferencia al hombre de los demás animales. El discernimiento le permite incluso obrar en contra de sus instintos básicos. Hombre no es el que hace lo que quiere, sino el que hace lo que es correcto, lo que debe hacer.
Una virtud que sólo la puede practicar el hombre, es la continencia y se requiere ser bien hombre para ello. Los animales pueden ser fieles, pueden ser humildes, pero el instinto los lleva a buscar satisfacer sus deseos al momento. Una de las pruebas más claras de inteligencia es la de contenerse, como lo declara Daniel Goleman en su libro La inteligencia emocional.
Cuando una persona quiere evitar que se disparen sus deseos, es muy importante evitar el aumento de estímulos. Dice un viejo refrán que “El hombre es fuego, la mujer estopa; viene el diablo y sopla”. Es muy difícil mantener el celibato si estoy todo el tiempo hablando y pensando sobre temas que me producen un aumento de excitación. Se requiere tener muy firmes convicciones para no caer. Además hay que orar. Hay que mantener la cabeza ocupada en cosas espirituales. Cuando uno llena su mente de las cosas terrenas, se vuelve casi imposible mantener la cabeza apartada de estos instintos.
Considero un acierto la decisión de la Iglesia Católica de conservar el celibato para los Sacerdotes. Es muy difícil ocuparse de las cosas de la familia y al mismo tiempo de las cosas de Dios. Cuando se pierde el espíritu de oración y el de humildad, que obliga a aceptar la voluntad de Dios, estamos perdidos. En un precioso Vía Crucis encontré esta joya puesta en boca de Jesús referente a la primera Estación: “En las manos de Pilatos, yo veo la voluntad de mi Padre.
Aunque Pilatos es injusto, el gobierna, tiene la ley y tiene poder sobre mí. Y yo, el HIJO DE DIOS, obedezco. Si yo puedo someterme a la ley de Pilatos, porque este es el deseo de mi Padre, ¿puedes tu rehusar obediencia a los que yo he puesto sobre ti?” Martín Lutero pudo tener mucha razón en sus reclamos contra la forma de manejar la Iglesia de su época. Pero en su orgullo cometió el mismo pecado de Adán: desobediencia. Rompió con las normas de la Iglesia, se casó luego con una ex monja y provocó un cisma que la prepotencia de muchos ha permitido que se vaya ahondando y degenerando en varias Iglesias más, a conveniencia de cada cual.
A nadie se lo obliga a ser sacerdote. Es una opción libre y voluntaria, tal como debe ser la opción matrimonial. La persona que elige el sacerdocio sabe que está haciendo un voto de castidad. Fallar a los votos religiosos es como fallar a la fidelidad matrimonial, pero más escandaloso. La Iglesia católica sí tiene un puesto para los casados que quieren servir desde la Iglesia: El Diaconado. Los Diáconos se pueden casar y sirven a Dios desde dentro de la Iglesia, con gran efectividad y amor.
Muy bueno Jose Fernando, tienes toda la razón, porque causar escándalos en la Iglesia?, pudiendo como bien dice tu, servir a Dios desde el Diaconato
A no dudarlo este artículo nos aclara todas las dudas que podríamos tener.
Nos fortifica y orienta en conocimientos.Excelente artículo.
Excelente artículo. Enfoca el problema desde la raíz: el hombre es un ser «animal» y «racional»; en la racionalidad se comprenden inteligencia, discernimiento y libre albedrío, que usted desarrolla magistralmente. Sus argumentos son inobjetables frente a los que atacan el celibato fundados únicamente en el poder del instinto, prescindiendo del poder de la virtud,de la voluntad. Gracias.
Muy acertado José Fernando, concuerdo contigo que el sacerdote no puede dedicarse a las dos opciones, ya que si se casa debilita su ministerio sacerdotal al preocuparse de su familia o corre el riesgo de dejar a su familia al abandono por cumplir con sus deberes sacerdotales. Juan Diego Donoso
Nuevamente estoy plenamente de acuerdo con el escritor. Fui una joven muy codiciada y no creo que precisamente por mi belleza sino por mi moral, la que se difundia entre los varones mientras entre las vecinas que me veian asomar con uno y otro y salir a fiestas
mi nombre no era nada bueno, pero no me importaba, demostraba que se puede salir, divertirse sanamente y portarse biem. Acabo de escribir un libro que titula «Cómo crecen nuestros hijos» http://www.lulu.com/behury. Y justamente indico que una buena educacion le libera al ser humano de sufrimientos ocasionados por el sexo y su mal uso. Behury Calderon