21 noviembre, 2024

Pretender el silencio

Lo dice y demuestra la historia política del mundo: Todo régimen autoritario busca los medios de silenciar a la oposición, sea esta real o imaginada, con el ulterior fin de llegar a ejercer el control total de la sociedad. En algunos casos se aplica la violencia física, en otros se utilizan medios de persuasión indirecta y en otros se cambian las leyes para amordazar a todo el que sea percibido como opositor.

Este último método es que se aplica según el manual del socialismo del siglo XXI, pues la experiencia les ha enseñado que los medios violentos o agresivamente disuasivos son rechazados por la comunidad internacional. ¿Qué mejor forma entonces que hacerlo de la manera diplomáticamente aceptable, o sea a través de leyes dadas con aparente legalidad? Esa forma, en las autocracias del siglo XXI como Venezuela, Ecuador y las demás del círculo de la franquicia chavista, es a través de una perversa corrupción de la democracia, secuestrada por el poder electoral manipulado para dar resultados favorables para las propuestas de los actuales beneficiarios del poder público. Esa corrupción se aplica al establecer un poder legislativo subyugado a los intereses políticos del grupo en ejercicio del poder público.

Esto se explica muy fácilmente: Los modernos autócratas del siglo XXI utilizan la democracia para implantar un programa de subyugación ciudadana camuflado con tintes de una revolución social. Todo es bonito mientras el programa se implementa, pero una vez colocadas todas las piezas en su lugar, la máscara se remueve y queda a la luz el lobo que estaba escondido bajo la piel de cordero. Ese es el plan ideal, pero a veces la impaciencia hace que la piel encubridora se corra y se vea ocasionalmente al lobo que está oculto.

Eso es lo que está pasando en Ecuador, ya demasiadas veces para que los incautos ciudadanos permanezcan impávidos ante la realidad palpable. Sin embargo, parece que viendo lo que podemos ver con ya bastante frecuencia, nos esmeramos en negárnoslos y seguir viendo al cordero y no al lobo que está detrás.

¿Y cuál es el fin? El mismo de toda autocracia: Controlar y dominar a todo un país para beneficio político, social y económico del grupo de detenta y a veces ostenta el poder público. Esto no necesariamente implica lucro, pero sí el peor de los males que aquejan a los autócratas: El ansia de poder desmedido. Y por supuesto, si adicionalmente viene el lucro, especialmente para el círculo de sabidos que rodea al idealista que sólo busca poder, ¡bienvenido sea!

El afán de callar a los medios de comunicación para lograr el control total del país a través del silencio opositor y el clamor de los obsecuentes solo lleva a la esclavitud ideológica. ¿Queremos eso en Ecuador? ¿Vamos a aceptar ser esclavos de las ideas de un proyecto que ya se prueba fracasado?

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