24 noviembre, 2024

Buscar lo positivo

“Existe la virtud, yo no lo niego, / pero siempre en conjunto defectuoso; / hay rasgos de virtud en el malvado / y hay rasgos de maldad en el virtuoso.” Verdades amargas

Todo ser humano tiene algo bueno y algo malo. El ser perfecto no existe. El libro de Carlos (González) Vallés, S.J. “Te quiero, te odio”, indica que en toda relación hay un te quiero (esto me gusta de ti) y un te odio (esto tuyo no me gusta), incluso en la relación con uno mismo (me quiero, me odio) y en la relación con Dios hay los mismos sentimientos. Todos tenemos (como las pilas) un lado positivo y un lado negativo.

Encontrar lo malo de las personas es lo más fácil que hay. Criticar los defectos ya sea de carácter o de comportamiento, o las actuaciones, criterios o procedimientos de otro, es sencillo. Escarbar para encontrar lo bueno del alma de cada persona, es difícil, pero es lo único procedente.

Muchas veces lo que criticamos en el otro son nuestros propios defectos, nuestras falencias, pues son a nuestro interior los defectos más abominables, porque no quisiéramos tenerlos, pero nuestro superego nos impide reconocerlos.

¡Cuán maravilloso sería el mundo si en vez de escarbar en busca de los defectos de los demás, buscáramos y destacáramos sus virtudes! Lograríamos dos efectos maravillosos: En primer lugar, no llenaríamos nuestra alma de odio, trataríamos de emular las virtudes ajenas y estaríamos fomentando en los demás la emulación de esas virtudes. En segundo lugar, provocaríamos en la otra persona una simpatía mayor hacia nosotros, evitaríamos confrontaciones y envidias y seríamos un agente importante para hacer de este planeta un mundo mejor.

Hay dos fuerzas que pueden mover al mundo: el odio y el amor. Si actuamos por medio del odio, llenaremos nuestra alma de odio, que será acrecentado por el rencor, la envidia, la inconformidad, la ambición y todos los elementos negativos.

Si actuamos con amor y benevolencia, llenaremos nuestra alma y nuestro pensamiento de amor, de sentimientos nobles, de dulzura y al mismo tiempo que llenamos nuestra alma de felicidad, de paz y de Dios, haremos un oasis de amor y sentiremos el amor del mundo en nuestra alma.

Marco Tulio Cicerón, en Roma, hace casi 2100 años destacaba que las palabras amistad y amor tienen un mismo origen y que la amistad no consistía en ser cómplices o en tapar las pillerías del amigo, sino que la virtud era como una luz que ilumina a la persona y que atrae hacia ella a las otras personas virtuosas, que se deleitan sin pedir ni exigir nada a cambio, sino en gozar de esa comunión de espíritus en la virtud, que es la base para la verdadera amistad.

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