“Madre, yo al oro me humillo, / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado / de continuo anda amarillo” así reza la primera estrofa del verso satírico de Quevedo, cuyo estribillo repite: “Poderoso caballero / es Don Dinero”
Los seres humanos basamos nuestra felicidad en lo que poseemos, y anhelamos tener siempre más. Consideramos a los que más tienen, como a los más felices y tratamos de ser como ellos.
Esto no es verdad. La persona que posee mucho, tiene también miedo de perderlo, y mientras más posee, más miedo tiene. En su alfabeto para un niño, nuestro prócer J. J. de Olmedo, enseña: “Oro es un bien apreciable / para el cómodo sustento, / pero es el mayor tormento / la sed de oro insaciable”. Es decir, hay que tener para vivir y no vivir para tener.
Tony de Mello, brillante Jesuita nacido en la India, prematuramente desaparecido hace más de 20 años, comenta que encontró la fórmula de la felicidad, a través del desapego: “El mundo está lleno de sufrimiento; la raíz del sufrimiento es el deseo-apego; la supresión del sufrimiento es el abandono del apego”
La pregunta que orienta al hombre hacia la verdadera felicidad debe ser ¿Qué es lo más importante que tengo en la vida?, o dicho en otra forma: ¿Para qué o para quién trabajo? La respuesta lógica es: Mi familia. Hace algún tiempo hice una encuesta en mi Consultorio preguntando a mis pequeños pacientes que preferían: Todo el oro del mundo, o tener a papá y mamá juntos toda la vida, y no encontré uno que prefiriera el dinero. Nuestra mayor preocupación debe ser darles a nuestros hijos un hogar sólidamente unido y prepararlos para que sean hombres dignos, honrados y responsables, orgullo de la familia, de la patria y del mundo.
Apena ver a jóvenes que recién inician su vida atropellar las reglas, romper los códigos establecidos de ética y moral para lograr subir rápidamente y obtener fortuna en poco tiempo, sin importarles lo que tengan que hacer para ello.
El dinero, la posesión de bienes, no produce tranquilidad sino angustia. La verdadera felicidad está en la vida en familia, en el hogar, en el trabajo honrado, en el servicio a los demás. Dice un viejo refrán: “Si el pícaro conociese las ventajas de ser honrado, sería honrado por picardía”.
El culto tan exagerado que se le rinde al dinero, es incomprensible para una persona que piensa. El desapego es la base de la felicidad. Las posesiones terrenales son pasajeras. La verdadera fortuna es la que acumulamos en el amor de la gente que nos conoce. Hasta ahora no conozco a nadie que al morir, haya podido llevarse al más allá, un solo centavo de lo que tenía en la tierra. Da pena admitirlo, pero hay gente que deja a sus descendientes cuantiosas fortunas, algunas mal habidas, y lo único que logran para sí mismos es un puesto en el infierno.