Quiero partir de un razonamiento ya expresado en anteriores entregas: los aprendizajes que desarrollamos en el transcurso de la vida tienen muchos mediadores a veces no contemplados por quienes hablan de educación y por supuesto tampoco por los naturales guías, dígase los padres de familia y los tutores en la escuela o colegio. Sin embargo, el internet, la televisión, los amigos(as), los abuelos, el celular, la Iglesia, la radio, revistas, las canciones populares, etc, etc, compiten en una suerte de constante estimulo con quienes tradicionalmente han sido la base fundamental del proceso de enseñanza-aprendizaje y determinan resultados, en ocasiones, nada halagadores…
Todos estos “mediadores de aprendizajes” no son malos per-se, pero tampoco puede etiquetárselos como buenos del todo. Su eficiencia y efectividad puede notarse en detalles como… los cambios de conducta de los chicos, la práctica de hábitos ajenos a nuestra Cultura, el acercamiento o el rechazo a determinado tipo de gente o de grupos, el vocabulario y el lenguaje nuevo y desconocido para los mayores, y en fin… numerosas características observables que hoy suelen percibirse en los seres humanos sujetos de esta influencia de aprendizaje. Por favor, sin juicios de valor, por el momento intento no estigmatizar mis conceptos hacia lo bueno o malo, simplemente quiero hablar de lo que tenemos, de lo que es notorio, para bien o para mal… ¡aprendemos!
Los mencionados mediadores son determinantes para el desarrollo de aprendizajes cognitivo-afectivos, entre ellos los que hoy denominamos “filtros mentales”. Uno de esos “filtros” instalados a través del tiempo en el cerebro de tanta gente es “la soberbia”. En todas sus formas, intelectual, moral o psicológica, lo cierto es que cuando se ha instalado como “software” en el cerebro del “perjudicado”, muy probablemente se manifieste oprobiosa en muchos aspectos de la personalidad, pero sobre todo en uno en particular, me refiero a la toma de decisiones… ¡terrible!!
Si observamos en una empresa cuya cabeza visible tenga el mencionado filtro, es probable que veamos algunos de los siguientes desfases…
- Se escogen funcionarios ejecutivos que sean dóciles y complacientes y que de ninguna manera se atrevan a retroalimentar a su jefe.
- Emitir una opinión que le disguste puede provocar su ira e impaciencia
- Se crea una “Cultura organizacional” basada en la centralización
- Se estimula la mediocridad pues nadie puede osar corregir al jefe y peor plantear cosas que no se le haya ocurrido al soberbio. La creatividad y la innovación se deja a un lado
- Se fomenta la “lucha por el poder” y por “agradar” al jefe
- El proceso de mejoramiento continuo es dejado a un lado, pues sólo una cabeza es capaz de pensar, el resto se allana y se estanca
En algún momento de mi carrera educativa aprendí la lección, me tocó enfrentar a un jefe soberbio cuya particularidad lo hacía mirar a todos por debajo del hombro, se aislaba como recurso para que la gente no lo interrumpiese y fomentaba una especie de “culto a la personalidad” entre sus colaboradores.
Me atrevo a considerar dos tipos de “soberbios”, de acuerdo a la variable “toma de conciencia del filtro”, los que se han dado cuenta de que la “soberbia” los lleva de a poco a la soledad y al rechazo, lo cual los hace luchar para encontrar “curas” cognitivo-afectivas que procedan, y los demás que ni siquiera toman conciencia del problema pues la soberbia llega a obnubilar hasta su juicio crítico personal a fuerza de pensar que nadie hace las cosas tan bien como él o ella.
Los primeros en la clasificación personal que antecedo tienen posibilidades ciertas de corregir sus yerros si… ¡se dan cuenta de que tienen el filtro!, y trabajan con denuedo para crear aprendizajes opuestos que contrarresten el condicionamiento imperante en su mente. De lo contrario no pasa nada… ¡seguirán dañando a la gente a la cual dice “servir”!
Los libros más modernos de pensamiento nos alertan de éste y otros tantos filtros de los cuales me permitiré comentar en sucesivas entregas y proponen verdaderos “antídotos” para oponérseles, tema que enfoqué en un artículo anterior. Como educador me preocupa que muchos jóvenes llegan tan llenos de filtros a los colegios y a las universidades que resulta obscuro el futuro de los mismos en un mundo en el cual la flexibilidad mental, la retroalimentación y la comunicación interpersonal exitosa en el liderazgo configuran el perfil de los más exitosos personajes del presente. ¿Cómo hacemos?. ¿Seguimos enseñando materia o comenzamos a trabajar competencias por procesos para combatir tan mortales flagelos cognitivos?. La sociedad demanda, alguien debe tomar la iniciativa…
Reconozco en el artículo, observaciones objetivas y fácilemte comprobables. Creí durante más de 40 años, que la humildad era la madre de todas las virtudes, máxime para un educador, cuyos alumnos reciben, además de mensajes cognitivos, una comunicación interlineal, gestual, y atinente a la inteligencia emocional o social.
Un docente, está educando personas, no programando máquinas… de allí que la genuina autoridad deba basarse en auténticos valores ! Pues hoy he comprobado, con asombro, que la soberbia, no solamente es defendida a capa y espada, sino alimentada y hasta protegida, cuando es desenmascarada.
Tal parece que es más importante un ego inflado y bien lustroso, que la sabiduría natural que sólo puede nacer de la humildad de espíritu, bien entendida. Gracias, Roberto Briones, por sus aciertos esclarecedores, en un mundo cada vez más confuso. Donde se vuelve imperioso un discernimiento comprensible entre valores y antivalores. Cabría esperar que las personas de buena voluntad optaran por los primeros, pero, aún a consciencia, escogen los segundos… ¿por qué?
Impensable, en un mundo de relaciones máximas, la existencia de la soberbia sin la humildad.
Me permito exponer frases elaboradas, producto de pensamientos circunscritos a épocas diferentes a las nuestras: «La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano». San Agustin.
«Ruin arquitecto es la soberbia; los cimientos pone en lo alto y las tejas en los cimientos», Francisco de Quevedo,
«Más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla». Francisco de Quevedo.
Como información general San Agustín vivió hace más de 1500 años y Francisco de Quevedo hace ya cerca de 400.
Las elaboraciones de circunstancias para el entendimiento, o más bien, puesta en escena, de una imagen próxima a la soberbia no están de más, sin embargo me parece que el tratamiento del tema debe enfilarse a la raíz del mismo.
Debemos ser partícipes del conocimiento de nosotros mismos, lo contrario significa ser soberbios, la valoración que demos a ese conocimiento dependerá del real entendimiento, podemos decir conciencia o cualquier cosa, las valoraciones de bueno o malo quedan expuestas a la razón de la moral, necesaria, pero insignificante al momento de decidir. Detenernos y apreciar lo conveniente o no, dependerá entonces del conocimiento que tengamos de nosotros mismos y su participación en el bienestar común, he alli el punto reflexivo, «El bien Común».
Cabe, en los momentos actuales, la formación de estructuras coercitivas. cuya finalidad sea la de formar pensadores, seres humanos capacitados para dudar y plantear escenarios inimaginables a los abyectos de lo instituido y de su réplica, seres libres cuyas propuestas desestimen la exclusividad de su único bienestar, anteponiendo el común.