Las Pancartas

Veinticuatro pancartas de bajo presupuesto, son suficiente para poner en descubierto la prepotencia de un gobierno dispuesto a todo, y a tener la última palabra. Queda clara la estrechez mental de quienes o intentan halagar al emperador Correa, o cumplen con las disposiciones que llegan por teléfono celular cuya factura la paga el mismo gobierno.

Lo peor de esto que supera el orden debido de las cosas, ya que a la diligencia de un fiscal, un juez responde con tanta rapidez para emitir su estúpida boleta, y luego con tan calculado ocio se ausenta del despacho 24 horas para no continuar el trámite y determinar la obligatoria fianza. Al parecer las cosas han cambiado: primera vez que un moreno le da una orden a un rubio. Las diferencias sociales se han invertido, olvidando que en una auténtica revolución ciudadana nadie debe la orden a nadie fuera de sus propias esferas. Un gobernador moreno es una cosa, y un juez rubio es otra.

De una infracción que debe ser sancionada por un Comisario Municipal, por desacatar la prohibición de colocar pancartas en la vía pública, a una declaración de traición a la Patria, hay una buena diferencia de criterio. Eso del separatismo es tomado por los pelos, porque si bien por un lado el separatismo ha lugar en el alma de quienes así lo sienten, su pensamiento o sentimiento no es delito sino cuando para lograrlo acudan a métodos ilegales tal como sucede con los vascos de ETA.

Son sus métodos los que los ponen al margen de la ley y no su pensamiento. Nuestros indígenas orientales han ido más lejos, y buscan una autonomía profunda, con participación directa en los ingresos que genera el petróleo, cosa con la cual yo concuerdo mientras el centralismo succione con tanta fuerza. En el Oriente ecuatoriano tomaría raíces fácilmente el separatismo si alguien se organiza y busca ese camino, para evitar que el centralismo le succione como vampiros sus venas. El centralismo no une, sino que divide.

El más grande separatista ecuatoriano es Rafael Correa quien se alimenta políticamente, haciendo girar su retórica en contra de Guayaquil, para encontrar un factor aglutinante en su perturbado discurso usado como instrumento para fortalecer la votación contra la ciudad más poblada y productiva de todas, pese a sus adversidades y errores.

No es una situación política solamente, pues si bien la Alcaldía la ganó con facilidad Jaime Nebot, este ha sido muy cauteloso para no ponerse a la ofensiva, sabiendo que las alcaldías institucionalmente han quedado atrapadas dentro de un nuevo esquema jurídico que se lo está inventando e improvisando desde el mismo Palacio de Gobierno, a través de la amante que ahí vive, pues amante de Correa es la Senplades, y nada más que eso.

Las pancartas solo expresaban ese estado de ánimo que tenemos algunos guayaquileños en rechazo del discurso presidencial continuo, en contra de la urbe. Como no va a hastiar ver a la policía, nacional se dice, gastando fuerzas y energías en contra de los metropolitanos por cuidar a los informales que intentan desordenar la orden. Mientras tanto la inseguridad ante la delincuencia sigue su curso. Esa actitud solo atrae más informales del interior del país, al ver que esa medida y ese discurso no se aplica en Quito donde existe un alcalde alineado con el Gobierno. ¿Permiten acaso volver a los informales al centro histórico capitalino, o alguien los incita a ello? ¡Mierda!. Por eso salieron las pancartas, aunque a algunos damitos o señoritos guayaquileños no les parece que es la forma de actuar, sino que deben reunirse en sus clubes, o ambientes de sobacos perfumados, como Assad Bucaram lo decía, para allí calcular como se acercan a Correa o al menos pasar desapercibidos y no ser estigmatizados durante sus siempre ofensivas cadenas sabatinas.