Autocracia, corrupción y libertad de expresión

La libertad de expresión es un tema del que nunca dejaremos de hablar. Al menos mientras este gobierno nos gobierne. Irónicamente, es un tema que sólo se aborda cuando se la ha violentado o se quiere extinguirla. Nuestro gobierno y la libertad de expresión ocupan espacios contrapuestos. Son lo malo y lo bueno . Lo torpe y lo discreto. Lo perverso y lo ético. Y no podía ser de otro modo.

Estaba previsto – muchos lo anunciamos – que las cosas vayan por el camino que hoy van y que , aprovechándose de una mayoría parlamentaria cuyos integrantes debieran reflexionar sobre su futuro personal en la conciencia ciudadana, pronto tendremos un ordenamiento legal que permitirá a Correa – dar rienda suelta a su fobia personal contra los medios de comunicación. Cuando el vendaval Correa cese y su protagonista ingrese progresivamente al olvido ( para su bien ) , la sociedad ecuatoriana, principal víctima de la autocracia correista y de la fobia narrada, comenzará también a resarcirse anímica y materialmente de los daños infligidos por su aberrante conducta.

¿ Qué puede animar a un autócrata a pretender captar todos los poderes ? Quizás el envanecimiento personal. Talvez una sicopatía. O talvez un sectarismo dogmático. O, peor aún, la mezcla grotesca de los tres. Lo cierto es que está comprobado históricamente que la asunción de poderes absolutos trae consigo irremisiblemente la corrupción absoluta. La simple desnaturalización del ejercicio legítimo y legal del poder , es una muestra de corrupción del sistema. Pero a ella se suman luego las mil y un prácticas deshonestas de quienes, desde las esferas que les han asignado y sintiéndose a salvo e impunes, quebrantan en su provecho personal los límites éticos y morales que se les impone.

Así, el uso mismo de la palabra, el hablar, un bien que la naturaleza nos ha concedido y que forma parte de un derecho implícito a nuestra condición humana, será limitado, restringido y coartado. La palabra , como lo expresa el acreditado periodista colombiano Garrido, es un bien social, un bien de todos, pertenece a la sociedad humana, sin restricciones.

Nadie puede privarnos de ella, ni aún a pretexto de ejercer control sobre sus posibles excesos. La legislación de las naciones modernas así lo reconoce mientras en el Ecuador se encarcela a quien Correa no le es agradable. No estoy diciendo algo nuevo ni original. Este concepto consta en todas las Declaraciones Universales que sobre Derechos Humanos se han emitido e, irónicamente, Ecuador las ha suscrito e incorporado a su legislación nacional. Es Ley, pues, de la República que nos impone respetar ese derecho a la expresión y a la información, cuya observancia se pretende desconocer a través de la una Ley de Comunicación que pronto aprobará la Asamblea Nacional y publicará con alborozo nuestro gobierno.

Cuando se llega a este punto, se comprobará que la corrupción – real o en ciernes – exige de toda autocracia una adecuada protección. Y la única manera de lograrlo es acallando , amedrentando y frenando la libertad de indagación y de expresión de los medios, evitando en la práctica el derecho a ser informado que todo ciudadano tiene respecto de lo que acontezca en su derredor. Es obvio que, en esta tarea , los medios privados de comunicación están demás y deberán cerrarse..

La corrupción , hermana siamesa de todo totalitarismo, exige que la sociedad ignore sus delitos o los calle por temor. Las pillerías , los parivideos, la ingestión de cheques, entre otras porquerías, habrían sido ignorados si los medios no los hubiesen divulgado. Habrían sido ,quizás, muestras de la sagacidad revolucionaria o simples “errores administrativos”. De ese modo , el viejo aforismo que proclama la inocencia de los individuos hasta que no se pruebe fehacientemente lo contrario, será vil y desvergonzadamente adaptado a las circunstancias impuestas por un gobierno autócrata y totalitario que se encargaría de desaparecer las pruebas por atentar contra los sagrados principios revolucionarios. Si todo se oculta, si nada se llega a saber, los pillastres no sólo serán inocentes sino, además, patricios ejemplares de la revolución ciudadana.

Las baladronadas oficiales nunca podrán convertir a los pillastres en seres honestos, pero contribuirán al desconcierto de una ciudadanía voluntariamente ciega, paradójicamente convencida de que la corrupción existe y, a la vez, manteniendo su fe en la redención de su pobreza a manos de una demagogia que se da mañas para mantener vivas esas esperanzas.

En materia de comunicación arribaremos a un “Gramma”, único organismo de prensa escrita con que cuenta todavía la Cuba castrista. ¿ Llegaremos a avergonzar hasta ese extremo a “El Telégrafo”, decano de la prensa ecuatoriana ? La única “verdad” televisada que conoceremos será la que nos suministre el gobierno a través de SUS canales públicos , convertidos en gubernamentales o, más concretamente, en “revolucionarios ”.

¿ Cree usted, lector, que tras casi tres años de acusar incansablemente de corruptos a los medios privados de comunicación, nuestro Presidente respetará su existencia bajo la nueva Ley ? NO , sin duda. Entonces, lo que nos corresponde hacer es arrimar el hombro para que esa Ley no se apruebe y sea echada al canasto. De lo contrario tendremos un certificado previo de extinción de nuestro derecho a abrir la boca…