No conozco en la historia de algún caso en el que se haya logrado la paz, cediendo a la razón en forma imparcial, el más fuerte. La paz se impone por la fuerza. Ya sea en la guerra, donde el más fuerte se apodera de lo conquistado, o en la paz, donde el raciocinio del que tiene más poder es el que se aplica.
El egoísmo es una de las pasiones más bajas del ser humano. Limita su inteligencia al simplemente “yo quiero” y la cierra al raciocinio y a una de las virtudes que más eleva a la criatura creada por Dios: La magnanimidad.
Ser magnánimo es ser grande. Es elevarse por encima de las miserias humanas. Es dominar el egoísmo y las pasiones y demostrar grandeza de alma. Eso no está al alcance de cualquiera. Sólo las almas grandes pueden lograrlo.
Toda paz firmada tiene una espina de resentimiento, de impotencia, de imposición externa que busca, consciente o inconscientemente, una venganza, un desquite o la restauración de los derechos perdidos. En las guerras la situación puede ser diferente cuando el golpe destructor es demasiado fuerte y cuando el perdedor estaba atropellando a los demás, como en el caso de la segunda guerra mundial. Aquí puede caber el refrán de “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Muchas veces las acciones realizadas por un líder son mucho más efectivas si en vez de buscar confrontación imponiendo la fuerza a la razón se busca destacar y emular lo bueno. Un ejemplo de esto es el problema actual del Gobierno con Guayaquil. La Ciudad de Guayaquil lleva más de 16 años de un cambio radical. Es la Ciudad modelo del país. El buen Gobierno municipal ha logrado el ordenamiento, el respeto a las leyes y la Ciudad tiene una imagen digna, se mantiene hermosa, limpia y ordenada. Esto es lo que ha logrado que todo el pueblo respalde y quiera continuar con su Alcalde. El Gobierno equivoca de plano su actuación al querer imponer el desorden en la Ciudad por tratar de desacreditar el buen trabajo de la Alcaldía. Esto provoca la reacción de un grupo mayoritario de ciudadanos que están contentos con la labor municipal y se ponen en contra del atropello gubernamental contra la Ciudad.
Es mucho mejor reconocer las virtudes del contrario que combatirlas, pues se logra mucho más con una colaboración que con un ataque y más cuando el ataque es contra algo que está funcionando muy bien. El Gobierno debe reflexionar y cambiar su actitud contra Guayaquil. No es conveniente crear enfrentamientos ni divisiones en un país que justamente lo que requiere es unidad y fijar la vista en una sola dirección: Hacia el futuro y el progreso.