Uno de los eventos más polémicos en la historia de América del Sur es la agenda tratada por Bolívar y San Martín durante los dos días de reuniones que tuvieron a puerta cerrada en Guayaquil. Como no hubo testigos, se desconoce el contenido de las conversaciones y acuerdos alcanzados.
Existen una carta de Bolívar a Santander, otra del Secretario de Bolívar al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, una de Bolívar a Sucre y la polémica misiva del 29 de Agosto de 1822 de San Martín a Bolívar, publicada en 1843, veinte y un años más tarde, en la obra de Lafond de Lurcy, francés que vivió en Guayaquil durante la reunión de los dos personajes. La autenticidad de la carta de Agosto de 1822 ha sido cuestionada durante casi dos siglos. Los más prestigiosos historiadores sudamericanos del siglo XIX, XX y lo que va del XXI han estudiado detenidamente el contenido y emitido sus conclusiones. La mayoría afirma que es auténtica. El estudio más reciente es de Jorge Paredes, historiador peruano. La citada carta es polémica porque difiere notablemente de las demás, en ella San Martín critica a Bolívar en duros términos:
“Le escribiré, no sólo con la franqueza de mi carácter, sino también con la que exigen los altos intereses de la América. Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra.
Desgraciadamente, yo estoy íntimamente convencido, o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.”
“Las razones que me expuso, de que su delicadeza no le permitiría jamás el mandarme, y que, aún en el caso de decidirse, estaba seguro que el Congreso de Colombia no autorizaría su separación del territorio de la república, no me han parecido bien plausibles. La primera se refuta por sí misma.
En cuanto a la segunda, estoy persuadido, que si manifestase su deseo, sería acogido con unánime aprobación, desde que se trata de finalizar en esta campaña, con su cooperación y la de su ejército, la lucha que hemos emprendido y en que estamos empeñados, y que el honor de ponerle término refluiría sobre usted y sobre la república que preside.
No se haga ilusión, general. Las noticias que tienen de las fuerzas realistas son equivocadas. Ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden reunirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota diezmado por las enfermedades, no puede poner en línea sino 8.500 hombres, en gran parte reclutas”.
“La división del general Santa Cruz (que concurrió a Pichincha), cuyas bajas no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones, ha debido experimentar una pérdida considerable en su dilatada y penosa marcha por tierra, y no podrá ser de utilidad en esta campaña. Los 1.400 colombianos que envía, serán necesarios para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima.
Por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se prepara por puertos intermedios, no podrá alcanzar las ventajas que debieran esperarse, si fuerzas imponentes no llamasen la atención del enemigo por otra parte, y así, la lucha se prolongará por un tiempo indefinido Digo indefinido, porque estoy íntimamente convencido, que sean cuales sean las vicisitudes de la presente, la independencia de la América es irrevocable; pero la prolongación de la guerra causará la pena de sus pueblos, y es un deber sagrado para hombres a quienes están confiados sus destinos, evitarles tamaños males”.
“En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. He convocado el primer congreso del Perú, y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide venir al Perú con el ejército de su mando.
Para mí hubiera sido colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad. ¡El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse! No dudo que después de mi salida del Perú, el gobierno que se establezca reclamará su activa cooperación, y pienso que no podrá negarse a tan justa demanda”.“Le he hablado con franqueza, general; pero los sentimientos que exprime esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia”.
Con quien llevó la carta, San Martín envió una escopeta, dos pistolas y un caballo de paso ofrecido para las futuras campañas. Los regalos incluyeron la siguiente nota:
“Admita, general, este recuerdo del primero de sus admiradores, con la expresión de mi sincero deseo de que tenga usted la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud”.
Un mes después, San Martín dejaba Perú para siempre, después de haber organizado el Congreso y renunciado.
En la última parte de esta serie describiré las personalidades de Bolívar y San Martín, según sus contemporáneos.
Es menester reescribir la historia
que gusto que me da, el poder leer artículos que lastimosamente no los encuentras en libros, y que gente como usted se preocupa por darlos a conocer.
Gracias y felicitaciones por ello.
Por que hay mucha gente que le interesa que el pueblo viva en la ignorancia.