21 noviembre, 2024

El dolor y la fe

Hay dos clases de dolor: el dolor físico y el dolor del alma, y ambos provocan sufrimiento al ser humano. Creo que muchos, si se pudiera elegir, escogeríamos el dolor físico, porque podemos tener más control sobre él.

En todo caso el sufrimiento, el dolor, puede ayudar a fortalecer la fe y muchas personas pueden aferrarse a ella como a una tabla de salvación para poder salir adelante, o entrar en una duda incluso de la existencia de Dios, destruyendo la fe.

Perder un padre o una madre, nos hace huérfanos, perder el esposo o la esposa, nos convierte en viudos, perder un hijo… no tiene nombre. Estas duras pruebas por las que tenemos que pasar, son quizás los sufrimientos más profundos del alma.

Una de las preguntas más comunes que uno se hace en esos momentos es: “¿Por qué a mí?”. El Padre James Martin SJ., en su excelente libro “The Jesuit guide to (almost) everything”, señala acertadamente que la pregunta correcta debería ser: “¿Por qué NO a mí?”, pues si vemos las desgracias que ocurren a diario, si pensamos con empatía en lo que ocurre a nuestro alrededor, comprenderíamos la gran verdad de esos versos de Rosaura a Segismundo en “La vida es sueño” de Don Pedro Calderón de la Barca: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que comía./ ¿Habrá otro – entre sí decía – / más pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió / halló la respuesta viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó.”

El dolor y el sufrimiento son episodios naturales de esta vida. No son enviados por Dios que es un Padre amoroso, magnánimo, benevolente e infinitamente misericordioso. Tampoco es que el sufrimiento es para purificarnos. Es cierto que muchas veces un dolor, una ausencia, una enfermedad puede hacernos reaccionar y corregir el rumbo que llevábamos, pero no es Dios quien nos lo mandó, eso iba a ocurrir. Si ese hecho nos lleva a reflexionar y a enderezar el camino, debemos dar gracias a Dios porque ese dolor nos ha llevado a corregir nuestro rumbo.

No culpemos a Dios de nuestras desgracias. Aceptemos con humildad nuestros dolores, nuestros sufrimientos y en todo caso, ofrezcamos a Dios nuestra pena en desagravio de tanto sufrimiento que hemos causado, ya sea voluntaria o involuntariamente o del que ocasionan otros y lo hacen sufrir, pues es Cristo el que padece en cada persona que sufre.

La fe es necesaria para poder salir adelante. Debe ser muy triste la vida del ateo que piensa en la muerte como el final de su vida. ¿Para qué trabajó? ¿Con qué finalidad hace las cosas? Si no hay un Dios, si la muerte no es el nacimiento a la vida eterna, ¿Qué hago en el mundo? Si todo lo que hacemos es pasajero, si nuestra vida termina y no hay un más allá, ¿Qué sentido tiene vivir?

Todos algún día vamos a morir; seremos causa de sufrimiento para otros y/o sufriremos los dolores de nuestro segundo nacimiento. Aprovechemos la vida que Dios nos ha dado, para agradecerle, para servir a los demás que es la forma de servir a Dios. No perdamos el tiempo en quejarnos o en reclamar a Dios por lo que nos pasa.

Vive como si cada día fuera el último de tu vida. Deja siempre una huella de amor por donde pasas.

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  1. Gómez dice «La fe es necesaria para poder salir adelante. Debe ser muy triste la vida del ateo que piensa en la muerte como el final de su vida. ¿Para qué trabajó? ¿Con qué finalidad hace las cosas?»

    Pues en realidad es todo lo contrario. La vida del ateo tiene mucho más sentido pues trabaja, vive, y ama sin esperar una recompensa en una imaginaria vida en el más allá. Más bien lo hace desinteresadamente. Valora la vida por lo que és, sin esperar nada desúes de morir. Hace el bien porque cree en el bien, no por temor al castigo que pueda recibir, o por ir a un imaginario infierno o quedarse en el limbo (perdón los inventores del limbo han decidido ahora eliminarlo de este fantasioso mundo del más allá).

    Lo único cierto es la vida que vivimos, las personas que nos rodean y podemos tocar. Para lo otro, esa imaginaria vida después de la muerte no existe una sola prueba científica.

    Si alguien quiere creer en pajaritos preñados, en vírgenes encintas, en hombres que resucitan y caminan sobre los mares, en «almas» (¿qué es eso, alguien la ha visto en una radiografía, en qué parte del cuerpo queda?) que se elevan a cielos con angelitos tocando arpas, pues bien por ellos. Y si eso los ayuda a ser mejores personas, enhorabuena. Pero que no se vengan a sentirse superiores porquen creen en este mundo de fantasía y a sentir lástima por los ateos, que somos, al final de cuentas, los únicos cuerdos y con los pies sobre la tierra.

  2. Justamente porque la vida es pasajera es que vale la pena vivirla. Los ilusos que creen en otras vidas, son los que suelen desperdiciar ésta en aras de otro mundo que solo existe en sus mentes febriles.

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