Seguramente Villamil protestaba por lo ocurrido a John Worthy, comerciante inglés a quien José Joaquín de Olmedo y Francisco Roca obligaron a bajar toda la carga de la nave para aforarla, a pesar de que apenas una parte de ella se quedaría en Guayaquil. Worthy amenazó con pedir ayuda a la marina naval inglesa. Afortunadamente Olmedo usando diplomacia logró convencer a Roca de que no era correcto que Worthy pagara aranceles sobre una mercadería que se vendería en otros países. Francisco Roca era uno de los comerciantes más grandes y ricos de Guayaquil y debió ser parte interesada en presionar para no tener competencia.
Más de un año después, el 21 de septiembre de 1822, las palabras de Villamil habían caído en oídos sordos. Irónicamente, Vicente Ramón Roca, hermano de Francisco, publicó en el Patriota de Guayaquil una carta abierta al Intendente, reclamando por un decreto en el que le prohibían:
“…la venta al por menor en su almacén de los efectos pertenecientes a los extranjeros que se me consigna a consecuencia de una representación hecha por varios individuos que se quejan extraordinariamente de mi proceder…hasta el extremo de darme el epíteto de desnaturalizado”
Durante siglos los guayaquileños se habían acostumbrado a trabajar en un sistema de economía cerrada, sin institucionalidad alguna, donde la iniciativa era escasa, no se premiaba la creatividad, ni el mérito, prevalecía el compadrazgo y la corrupción. Sobre la cultura heredada de los españoles, David Landes, profesor de historia económica de la Universidad de Harvard es muy duro cuando expresa: “Los españoles que llegaron al Nuevo Mundo no estaban allí para romper los moldes. Querían enriquecerse, sobornando a los encargados para obtener encomiendas y trabajo: unos pocos años en las colonias serían suficientes. El camino a la riqueza no pasaba por el trabajo, sino por la prevaricación y el desgobierno “. Esto era lo que había sucedido en la Audiencia de Quito, sucedía en el Guayaquil republicano y posteriormente en la república de Ecuador. En nuestro territorio faltaban las características de lo que el historiador australiano Graeme Donald Snooks llama sociedades dinámicas. En ellas los ciudadanos tienen gran espíritu de competencia y tratan de conseguir ventajas materiales, porque si no lo hacen, otros, los que desean el lucro, lo harán, conduciendo a las demás sociedades a niveles de subsistencia.
Por ser puerto, Guayaquil tenía acceso a los extranjeros y a las noticias que ellos traían, los guayaquileños tenían espíritu liberal y eran emprendedores. El periódico, El Patriota de Guayaquil, en todas sus ediciones mencionaba la llegada de naves estadounidenses y europeas y en el mismo medio aparecían nombres de subscritores extranjeros como William Robinet y Jonatas Winstanley, capitanes de goletas y prósperos comerciantes. Entre los oficiales que pelearon por nuestra independencia había ingleses como Tomas Carlos Wright, Juan Illingworth y Leonardo Stagg, es decir los guayaquileños no tenían excusa alguna para no hacer de su provincia lo que siglo y medio más tarde fue Singapur, auténtica ciudad-estado; o Florencia, Venecia y Génova en la Edad Media.
Los guayaquileños habían probado ser emprendedores y la evidencia se encuentra en el extraordinario desarrollo de las exportaciones, que entre 1780 y 1820 aumentaron más de 600%. Aprovecharon la oportunidad de las migraciones indígenas que dejaban las provincias otrora obrajeras para buscar futuro en la Provincia de Guayaquil; fueron contratadas para sembrar masivamente el cacao y otros productos agrícolas. Los guayaquileños debieron enterarse que la Revolución Industrial también había llegado a la industria chocolatera europea, la cual por primera vez pudo científicamente extraer la manteca y torta del cacao tostado y molido. La torta pulverizada se convierte en polvo y junto con la manteca, son indispensables para hacer bombones, caramelos y malteados. Lamentablemente el emprendimiento fue limitado por el entorno volátil y convulsionado ocasionado por la lucha política y busca del poder. El capital crece donde hay tranquilidad y garantías.
Las actividades productivas, incluyendo exportaciones cayeron durante las guerras independentistas tomando en cuenta que los campesinos fueron reclutados. De 800.000 pesos que había sido el promedio anual de ventas al exterior antes de iniciarse las guerras, para 1820, se ubicaba en 400.000 pesos, es decir 50% menos. Los años de 1821 y 1822 también fueron perjudiciales a los guayaquileños, por las batallas para liberar a Quito de los españoles. Los guayaquileños conocían que con la Independencia, la región costera, desfavorecida durante la colonia por las restricciones a las exportaciones de cacao, se encontraba ya libre de vender al exterior todo lo que producían las fértiles tierras, aumentaría el número de mercados y la frecuencia naviera, como efectivamente sucedió a partir de 1830; de básicamente tres mercados: Lima, Acapulco y Panamá, pasaron a más de seis, incluyendo algunos países europeos y Estados Unidos. Durante la Gran Colombia, Bolívar usó los aranceles del comercio exterior para tener recursos para sus campañas y obligar a los importadores de ciertos alimentos traerlos de Venezuela a un costo superior al de los proveedores tradicionales. En carta de 15 de Mayo de 1821, Olmedo había advertido a Bolívar sobre este tema:
“Es verdad que Méjico, Lima, el Realejo y Cádiz extraían cerca de cien mil quintales de cacao; pero también lo es que las cosechas pudieron duplicarse, y más, si las trabas, la enormidad de derechos, la mezquindad de los principios económicos adoptados, y el espíritu colonial de que estaba poseído el Gabinete español, no hubieran puesto obstáculos insuperables. Hemos creído indispensable hacer a Vuestra Excelencia estas indicaciones, para que se tengan presentes en cualesquiera de los tratados, que deben ser conformes a la libertad de comercio con todos los pueblos amigos y neutrales (negrillas del autor), que hemos proclamado en la Constitución provisoria de esta provincia”.