“…Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo. Haya paz….Amo mi cuerpo. Me ha servido muy bien. Todavía me recojo cada noche con la esperanza de llegar cada mañana. …Dentro de los límites infranqueables de que hablaba, puedo defender mi posición palmo a palmo…”
Hermosas líneas de las “Memorias de Adriano”, que tengo que volver a su lectura, cada vez que siento esa fragilidad tan sensible entre la vida y la muerte, especialmente al sentir lo hermoso que es vivir, a través de los ojos de cómo la vemos, y que sin embargo para aquellos seres que nos sembró su amor, o de padres de amigos que están próximos a partir a no ser testigos diarios de estas noches y soles, mi alma vibra en pensamientos y reflexiones sobre lo inexorable que es el paso del tiempo. Estos días vimos también en la televisión cómo se jugaba con la muerte de unos, con una indolencia ante caprichos personales, creando dolor innecesario para muchos.
1920, año en que mi padre nació. Yo también vivo desde ahí.
Sus vivencias. Las rieles del tren que pasaba por Milagro, de aquel río en que hundía sus zapatos a la salida de la escuela; la casa de mis abuelos…los golpes bajo el piso. Las calles de Guayaquil, sus tranvías, la revolución Juliana. El encuentro con mi madre en 1949, momento en que se fundió un amor eterno, sólido como dos palmeras junto al mar, en que el viento las mueve pero no los quiebra, ejemplo de vida intensa, consolidando principios y valores de una familia especial, tan unida y diferente, pero a la vez corrientemente humana.
Más allá de lo que vivieron ellos en los 50 cuando nacieron mis hermanos, o sus años de vida en Olón hasta inicios de los 60, década en donde nací para regresar a la ciudad, nos enseñaron el esfuerzo. La seguridad nunca nos faltó; en tener en nuestra madre un ser que enseñaba para vivir hacia adelante y un padre que mostraba ejerciéndola. Hicieron que aquello que nació hace noventa años lo lleve tan arraigado en mi, y que fuera la semilla en vivir enamorado en y de estas islas donde las encrucijadas de mis decisiones me trajo; en que mas allá de seguir en mi camino de ser, disfruto en cada una de mis nadadas en aguas abiertas entre estrellas de mar y lobos marinos ; o al cruzar la isla en bicicleta mientras subo hacia lo más alto en un bosque de Scalesia , y cuando corro, inmerso en la bulla silenciosa de mis pensamientos – disfruto el entorno, viendo que mis rodillas de 47 años responden todavía ante el palpitar en cada pisada. Y esta semilla germinó por las enseñanzas de amor en casa, y ante tantas vacaciones al aire libre que tuvimos en familia, en mi primera juventud.
Quise escribir, mezclando la sencilla presencia de un hombre, mi padre; en sus tiempos que la vida le está regalando como él dice; y que tiene la satisfacción de haberla vivido a cabalidad; con líneas que exprese cómo disfruto mis islas en cada una de sus piedras y por tratar de seguirlas entendiendo e identificarme en ellas intentando generar formas de vida sustentables o “reglas” que me permitan seguir teniendo el derecho de estar acá; y también con palabras que registre que la mejor manera de ser buenos ciudadanos y mejores humanos es simplemente tratar de hacer las cosas bien. En los negocios, en nuestros trabajos, nuestros proyectos, con la familia, con nuestro entorno. Y si no hicimos siempre las cosas bien… pues nunca es tarde para resarcirlas. Saber que nuestros ángeles y demonios están, los llevamos (…“el paraíso existe en nosotros, el diablo está en todas partes”), y que no permitamos que los años vengan solos, sino que la madurez se agarre a ella. Justo en las locuras de viajes, mochilas e irresponsabilidades donde se puso a prueba el temple y la incondicionalidad de familia, fueron aquellas bofetadas de amor y aprendizaje que marcaron también nuestro rumbo.
En esta mezcla de ideas quiero evitar la política, sin embargo no podemos vivir alejados de ella. Esta política es la que construye el país, y sobre esto hay esperanza…, siempre hay esperanza.
La única manera de saber o adivinar el futuro es: haciéndolo. No hay tercer responsable, todo depende de nosotros. Pues de manera independiente, respetando a los otros -todos y desde nuestras diferentes posiciones podemos hacer mucho y más que los gobernantes de turno.
La vida es una línea inexorable de tiempo que nos permite, en la inmensidad de esta existencia no aclarada todavía, tener el privilegio de vivirla. No hay marcha atrás, es irreversible, solo queda nuestras huellas y lo que sembramos. Nuestra sociedad, requiere decisiones complejas, cada vez más técnicas, efectivas, fuertes, competitivas, sustentadas, sin embargo si no hay en el fondo de las personas a quien le corresponde tomar estas decisiones: buena fe, solidaridad, o aquellos instantes íntimos consigo mismo para reflexionar con humildad, y buscar nuestra reconciliación interna no vale en absoluto la pena nada.