En una entrega anterior, comenté sobre la relación entre el ejercicio del poder y la degradación de la política. Un buen y querido amigo con quién compartimos ideas e inquietudes, me hizo ver la necesidad de profundizar en cómo se dio esa degradación y cuál es la causa para que la sociedad en su conjunto haya dejado de reivindicar el valor de la experiencia y la preparación como requisitos elementales para, en este caso específico, ejercer cargos públicos y para que los ciudadanos otorguen su voto a los candidatos que se presentan en los sucesivos procesos eleccionarios.
Ambas preguntas son no sólo interesantes sino hasta incluso inquietantes. Es innegable que este proceso de degradación no se ha producido, como algunos aseveran, en la última década pues es un proceso mucho más largo, que se evidencia desde el retorno mismo al sistema democrático en el año 1979. Basta ver cómo se ha degradado el nivel del parlamento, llámese Congreso o más “revolucionariamente” Asamblea.
Si tratamos de buscar y definir algún momento en particular que haya determinado un cambio de hábitos y valores en la sociedad ecuatoriana y que haya generado este proceso de decadencia, muchos coincidimos en que tal inflexión histórica tiene que ver con la llamada etapa petrolera de nuestra historia económica. Al igual que en la década de 1920, la desaparición del cacao como primer producto exportable, generó y marcó un cambio radical que incluso coincidió con la tristemente célebre Revolución Juliana, el inicio de la era petrolera en 1972, marca un hito histórico que al principio pasó casi inadvertido pero no por ello dejó de ser destructivamente profundo.
Fue cuando nuestros gobernantes militares decidieron “sembrar el petróleo”, y después de protagonizar el bochornoso y hasta cursi espectáculo de enterrar el “primer” barril de crudo extraído de la amazonía en el Templete de los Héroes del Colegio Militar Eloy Alfaro, en Quito, (¡¿ alguien puede explicar qué hace un barril de petróleo junto a los huesos de algunos ilustres héroes ?!), iniciaron el igualmente célebre proceso de “endeudamiento agresivo” supuestamente para acelerar el proceso de desarrollo que la nueva riqueza iba a producir.
La idea, supuestamente, era promover el cambio social, pero del supuesto no pasamos. Como se dijo más de una vez, el oro negro únicamente se sembró en el bolsillo de algunos pero tuvo el efecto pernicioso de trastocar el más frugal estilo de vida que llevábamos los ecuatorianos hasta entonces y convertirnos en un país de “nuevos ricos”. No hay que olvidar que paralelamente en el mundo se produjo en ésa década la primera manifestación de poder de la OPEP, con la “Guerra del Yon Kippur” que, como consecuencia del brutal encarecimiento del precio del petróleo, generó inmensos flujos de dinero hacia los países árabes los cuales lo retornaron en la única dirección posible depositándolos a su vez en los bancos occidentales, dando origen a una ola de créditos fáciles y “baratos” nos solo a favor de los gobiernos sino incluso de los bancos y empresas privados.
Esa liquidez, interna y externa, tuvo consecuencias tanto a nivel estatal cuanto privado. El Estado se sobre-endeudó o mejor dicho comenzó a sobre-endeudarse, (mala costumbre que no ha desaparecido hasta ahora, ni aún en estos tiempos “revolucionarios” en los que este gobierno de “corazones ardientes” no encuentra nada mejor que hacer que endeudarse para financiar sus presupuestos deficitarios), y al mismo tiempo comenzó el proceso de “distribuir” riqueza vía subsidios, vicio conceptual que hasta hoy se mantiene, (¡ y peor que nunca !), sin que ningún gobierno haya podido hacerle entender al país que el subsidio lo único que hace es postergar para mañana la solución de un problema de hoy y que vivir barato hoy es una mera ilusión que terminarán pagando nuestros hijos y nuestros nietos. Vana tarea la de intentar hacer entrar a nuestro pueblo en razón, aquellos gobiernos que lo han intentado han sido rápidamente depuestos.
Liquidez interna y externa más la instauración de una sociedad de subsidios por lo general ni siquiera focalizados sino generalizados y que han terminado por décadas beneficiando incluso a países vecinos, no podía generar otra cosa que una nueva generación de ecuatorianos, conocida como los “Miami Boys”, cuyos sitios de veraneo ya no eran Salinas, Bahía de Caráquez, Esmeraldas o Riobamba y Cuenca, (según el caso), sino Miami porque “resultaba más barato irse a Miami que a Salinas”. Nos guste o no nos guste, tenemos que aceptarlo, a partir de la década del 70 nos volvimos cada vez más rentistas, egoístas, codiciosos y hasta, porqué no decirlo, angurrientos, en toda la extensión del término.
Es conocido hasta la saciedad y no por ello menos patético, que muchos de ésos préstamos que generosamente concedió la banca nacional e internacional, en condiciones de tasas de interés y plazos sumamente “favorables”, junto a una primera oleada de laxitud en los controles, generaron que los préstamos que se otorgaban para el desarrollo de nuevos proyectos al mismo tiempo y en demostración de gran “sapada criolla”, servían para financiar los departamentos en Miami, la compra de nuevos y más lujosos automóviles, las infaltables vacaciones en Europa y por supuesto, los estudios de nuestros jóvenes en las mejores universidades de los Estados Unidos. Antes ir a una universidad de ése país era una excepción, a partir de los años setenta, se volvió una regla y más bien la excepción era lo contrario.
En tales circunstancias, no podía dejar de suceder lo que en efecto sucedió: la sociedad en su conjunto se frivolizó y se volvió en algunos casos incluso un tanto hedonista y bastante superficial, además de históricamente ignorante. La supervivencia y el éxito y hasta la movilidad social, se volvieron más “fáciles” y con ello vino advino la “moda” de la “antipolítica”: “…yo no me meto en política porque no tengo tiempo…” o “…no lo hago para que no me tilden de ladrón…”, pretextos éstos que junto a otros de igual laya sirvieron de argumento para que las personas educadas y preparadas se dediquen cada vez más y con cada vez mayor pasión al culto del “becerro de oro” en desmedro del culto a la responsabilidad histórica que no quisieron ver que su propio bienestar económico les imponía.
continuará