Hoy grito el dolor, más grande del mundo, de tantas madres, que ante la pérdida de sus hijos, sienten la rabia por la impunidad de los criminales que siguen buscando más víctimas cada día y hora.
¡Cuántos niños caídos por balas asesinas! Vidas truncadas a destiempo. Hijos amados por sus padres, proyectos y sueños de esperanzas rotas. Me duele también los hombres padres, esposos, hermanos adultos, acribillados a tiros, dejando tantos niños en orfandad, esposas sin ruta, enloquecidas de dolor…
Quisiera hacer llegar mi voz a los sicarios criminales, hijos también de una madre adolorida de ver convertido al hijo de sus entrañas en un monstruo.
¡Pobre mujer herida! Que sobre el dolor y la vergüenza, quisiera morir y de seguro, de tanto sufrir, morirá; siendo sus ultimas palabras de ruego porque su hijo que la tiró a la vergüenza y al desprecio por cada vida que truncó ¡Se salve!
¿Y si ustedes, los que ejercen ahora el crimen ¿tuvieren hijos?
¡Pobres niños! No hay desgracia más grande para un hijo, saber que su padre, el hombre del que necesita apoyo para crecer, es un ser desalmado, que mata sin piedad, vendiéndose por dinero. ¡Qué pan tan amargo el que le dan a probar!
Esos niños, sus hijos, con su sonrisa borrada del rostro, mirada baja de vergüenza, secándose las lágrimas a cada rato; queriendo ser sordos para no oír y ciegos para no ver a los otros niños de la escuela cuando le gritan: ¡Tu padre es un criminal! Y tal vez huyan de la escuela o de su casa una tarde, caminando sin ruta, dejando a sus madres llorando al hijo perdido, buscándole entre calles y calles. Y llegada la noche lo piensan dormido a la intemperie, en un barranco o tal vez recogido por alguien en una casa, a la que no se atreven a preguntar, para que no las humillen enrostrándoles su vergüenza.
¡Oigan mi voz de madre y de maestra!
Porque todo lo que he dicho es cierto, aunque es solo un reflejo, porque para hablar de la monstruosidad de sus acciones, no hay palabras.
¡Reaccionen! Cada uno de ustedes, diciéndose ¡Basta!, a nombre de los que amaron y los aman: madres, hijos, mujer y por ustedes mismo. ¡Reaccionen!
Entréguense, en su nombre, a pagar sus culpas a la justicia y qué los encierren, ¡bien merecido lo tienen, por todo el mal que hicieron! por las muertes no solo de los que vertieron sangre, sino de todos los vivos que siguen sufriendo “Todo en la vida tiene un precio, que hay que pagarlo…”
Pero ¿Saben? La rabia que me causaron vuestros crímenes y que hiciera les escriba esta carta en Diciembre, se convirtió en un grito desgarrador de ternura por los niños: los asesinados, los huérfanos y los hijos de ustedes criminales, porque todos son niños inocentes, hijos de madres sufridas que gritan, unas su dolor y otras su vergüenza…
¡Ah 2010 tan ensangrentado!
Pongamos fe ¡qué el 2011 no lo sea!