Un amable lector, el Sr. Patricio Ortega, tuvo la gentileza de colaborar con mi columna incluyendo hace pocos días un comentario sobre mi artículo “La degradación de la política: ¿cómo, porqué y hasta cuándo?”(2), publicado en Octubre pasado, discrepando parcialmente con la solución que yo planteo para revertir el proceso de degradación política, por parecerle insuficiente el que haya un mayor compromiso por parte de “las personas íntegras, preparadas y experimentadas”. Con mucha honestidad, el lector declara al final de su mensaje que “sigue mirando esta sociedad descompuesta y preguntándose como cambiar el curso de la historia”. Cita como argumento la escasa, por no decir nula reacción de la opinión pública ante un mensaje a la nación lanzado días antes por un grupo de prestantes ciudadanos encabezados, si no me equivoco, por el Presidente Oswaldo Hurtado Larrea y el Emb. José Ayala Lasso. Y finalmente utiliza un término que abre un campo muy amplio e interesante de discusión y análisis: se refiere a la anomia que impide, según él y yo coincido, hacer conciencia de la situación
Me pareció que su inquietud, indiscutiblemente válida ameritaba no una breve respuesta sino un análisis más profundo y por esta vía. Cumplo pues con mi promesa.
El artículo mencionado, que por su extensión apareció en dos partes, contiene una análisis de la que a mi juicio ha sido la evolución de la sociedad ecuatoriana en las últimas décadas, sin pretender por cierto atribuirme conocimientos científicos sociológicos pero si ejerciendo mi elemental derecho ciudadano de analizar los hechos a la luz del sentido común y de un cierto conocimiento de la historia que nos ha tocado vivir en los últimos 50 años, etapa histórica de la que hemos sido silentes protagonistas y testigos.
Comienzo por indicarle al lector que aunque comparto su angustia y desencanto no puedo compartir su pesimismo. El que un grupo de ciudadanos haga un planteamiento público sin que haya reacción de la ciudadanía, no implica que ése no sea el camino correcto pero tenemos que reconocer que la indiferencia de la mayoría de la sociedad a este tipo de iniciativas, amerita un estudio más exhaustivo. Y es ahí donde yo creo que el lector acierta al hablar de “anomia”. Y debo dejar constancia además de que no es la primera persona a la que escucho usar este término con relación a la problemática nacional, de hecho hace algún tiempo, un buen amigo, hombre muy decente, de altísimos valores éticos e intelectuales, pensador profundo además, lo utilizó en una conversación conmigo, en el mismo sentido que el Sr. Ortega.
Revisando nuestra historia Republicana, creo no equivocarme al afirmar que aunque esta etapa que estamos viviendo es una más en una larga cadena de crisis por las que hemos atravesado en estos 180 años, es ciertamente la primera vez y me atrevo a aseverarlo, en que nuestra sociedad cae en lo que el lector denomina como “anomia”, y por eso creo que es válido dicho término que comenzó a utilizarse en la antigua Grecia hace alrededor de 25 siglos, aceptando que es un concepto bastante complejo por la amplitud de significados que ha tenido a lo largo de la historia desde los tiempos de Herodoto, Tucídides y Platón, para quién la anomia significaba la anarquía. En el judaísmo anomia es “la violación de los principios generales morales, las fuerzas del mal contra las fuerzas del bien…”. Como se puede observar, a lo largo de los siglos el término ha sido usado extensamente y con aplicación a varios campos de la vida humana, incluso el religioso, por lo que es menester enfocarnos en las acepciones más modernas, vinculadas todas ellas a los campos de la política y la sociología.
Esa anomia, entendida como “estado de confusión” o también como “desintegración del sistema de valores” como lo definía Robert K. Merton, sociólogo norteamericano fallecido hace pocos años, describe con claridad y lucidez no sólo lo que estamos viviendo en la sociedad ecuatoriana sino incluso lo que se vivió en otras sociedades hace no mucho tiempo, históricamente hablando: en Alemania antes de Hitler, en Cuba antes de Castro, en Venezuela antes de Chávez, y tenemos que aceptar que nosotros la comenzamos a vivir en algún momento a partir del año 1996, antes de que al final aparecieran Correa y su grupo de resentidos.
Cuando escribí el artículo que acota el amable lector, no pasé por alto este detalle, al contrario, la solución que propuse, esto es el “compromiso” político, era y es la única que encuentro viable luego de reflexionar profundamente y analizar la historia y el pensamiento social de nuestros conciudadanos, sus sentimientos y sus angustias.
Los tiempos han cambiado, los hombres también cambian, y hoy ya no queremos caudillos, por más que en el caso del Ecuador tengamos que reconocer que algunos de los hitos más importantes en materia de progreso se los debemos a algunos de esos hoy tan vituperados caudillos. Pensemos, a modo de ejemplos, en la innegable obra de García Moreno en materia de consolidación nacional y de educación, en Eloy Alfaro y su tren, concreción de un secular sueño del país entero que, hace apenas un siglo, permitió comenzar a poner las bases de una todavía no alcanzada unidad nacional y pensemos también en Velasco Ibarra y sus también innegables contribuciones al desarrollo de la vialidad nacional y a la institucionalización del voto popular soberano y auténticamente democrático. Por cierto, esto no implica que haya que desconocer en lo más mínimo las obras de otros gobernantes que sin ser “caudillos”, dejaron profunda huella en nuestra historia, a veces incluso con pasos muy breves por ella.
Menos estamos a estas alturas de la historia para pensar en dictaduras y en golpes militares, a los que tantas veces, como sociedad, recurrimos en el pasado incluso no tan lejano. No olvidemos cómo se aplaudió generalizadamente, con increíble ceguera histórica, el advenimiento del gobierno de Rodríguez Lara, pensando como pensaron muchos ciudadanos, incluyendo a muchos de aquellos que por su acervo cultural debieron tener más visión, que el “carnavalazo” iba a marcar finalmente el inicio de una “verdadera revolución”. Para los desmemoriados me permito recordar que el General “Bombita” también prometió algo como que la Patria iba a ser, ahora si, “de todos”, tal y como pocos años antes lo había prometido, siempre con otras palabras, el Gral. Velasco Alvarado en Perú, y tal como nos lo prometieron hace cuatro años y nos lo siguen prometiendo a diario. Hasta el día de hoy, los “redentores” de turno, cambian el empaque de sus mesiánicos “regalos” pero el contenido siempre es el mismo: la “nueva” Patria, República, Sociedad, etc., etc.
En materia de liderazgo efectivo y sobre todo en el campo político no hay muchas opciones para escoger, y si descartamos el caudillismo como algo ajeno al siglo XXI, tenemos que forzosamente buscar liderazgos colectivos, basados en concepciones ideológicas claras y proyectadas a futuro, promovidas por estructuras políticas sólidamente organizadas que tengan por ende la capacidad de proponer tesis y soluciones. Eso mi estimado lector, se resume en dos palabras: partidos políticos.
Pero los partidos políticos no nacen por “generación espontánea” sino de la decisión o mejor dicho de la sumatoria de decisiones individuales, de grupos por lo general no muy grandes al principio, que sumadas toman forma de un planteamiento colectivo, que se propone a la colectividad en busca de aceptación y de captación de seguidores que permitan la aplicación de ésas tesis. Es siempre un camino duro y cuesta arriba, apto sólo para aquellos que tienen la voluntad de luchar para lograrlo, es fácil decirlo pero es una de las tareas más difíciles que encaran los seres humanos y es un camino siempre lleno de dificultades y obstáculos.
Uno de los principales obstáculos es a no dudarlo la falta de educación, (a todo nivel), que hace proclives a los individuos y a las sociedades a aceptar “cantos de sirena” que son tanto más bienvenidos cuanto vienen acompañados por generosas dádivas estatales, (subsidios), aparentes momentos de bonanza económica que en la práctica no son otra cosa que cómodas hipotecas del futuro que por cierto no serán pagadas por quienes las contraen o inducen al conjunto social a contraerlas. “Disfrute hoy y pague mañana”, es una frase que resume simplemente esos momentos que deslumbran momentáneamente a los frívolos y superficiales.
El lector con el que hoy dialogo, parecería opinar que ante la indiferencia social, es insuficiente eso que denomino en líneas anteriores como el compromiso de los capaces y decididos, y yo me veo precisado a insistir en mi tesis, basándome incluso en los mismos argumentos que él esgrime. La única manera de vencer la anomia que nos carcome, es el compromiso de unos cuantos hombres lúcidos y capaces, (favor no confundir con las “mentes lúcidas y los corazones ardientes”…), que quieran dedicarse a la política entendida como una entrega total, en tiempo y persona.
Los “capaces y decididos” tienen que hacer la función de la levadura en el pan: ayudar a fermentar la masa. Suena duro el concepto y quizás lo sea, pero basta revisar la historia de la humanidad para entender que así ha sido desde el principio de los tiempos. Claro que hay levaduras y levaduras, unas fermentan, otras pudren.
Quizás un detalle que se le escapa al amable lector y es lo que genera su desencanto, es que la anomia como tal es a la vez causa y efecto, en un círculo vicioso y perverso en el que unos pocos se aprovechan para apoderarse del poder y de todos los poderes, un proceso en el que ciertamente terminarán apoderándose del “santo y la limosna” y dejándonos mucho peor que antes.
El camino es inobjetablemente largo y por cierto se presta para perder el ánimo una y muchas veces, la falta de valores no se enmienda en un día ni en un año, pero mientras no demos el primer paso, difícilmente vamos a poder dar el segundo, el tercero y los subsiguientes. Y seguiremos en la anomia.
Me quede anosmiado y anestesiado leyendo este articulo. A lo pasado, pisado. Basta de querer volver a los semi lideres del pasado que en muy poco aportaron al desarrollo de este pais. Todos han dado muestras de inteligencia pre-presidencial y se han convertido en elementos egoistas y llenos de si mismos, favoreciendo a sus trincas y perjudicando a la gran mayoria.
Ninguno se libra y es porque en nuestro pais no existen reales partidos politicos donde se debatan ideas de distintos tonos, donde nadie se erija como dueno de la verdad. Quienes se afilian a un partido politico, deberian de estar obligados a participar y a tener el mismo valor sin importar su apellido, titulo, dinero o demagogia.
Esto, por desgracia no es parte de la identificacion social de los individuos de nuestra sociedad. Se ve en las corporaciones, en las oficinas publicas, en los cuarteles, donde de inmediato aparecen las diferencias del debil y el fuerte, del que siente no tiene sitio para ser escuchado y el que grita cuando le da en gana.
Solo cuando los ecuatorianos se sientan con el mismo poder, el mismo valor, solo entonces la anosmia, la cacosmia y otras nosmias podran ser superadas.