22 noviembre, 2024

Remembranzas

Como diría el poeta, de las sombras del pasado me llegaron los sonidos del recuerdo. Un antiguo amigo me envió una nota, a su vez remitida a modo de carta al Director de un medio escrito, lo hizo con el objeto de recordar los tiempos entre nostálgicos, tristes, alegres, que vivimos allá por los años 70 en Ambato.

Por circunstancias propias de la vida de ese entonces, decidimos los miembros de mi cortísima familia irnos a vivir a Ambato, terruño con el que por ancestro teníamos algún nexo familiar, y que de todas maneras guardaba un halito de formalidad que nos daba esperanzas que permitían premonizar la posibilidad de una vida menos agitada que en la urbe que dejábamos atrás. La decisión tomada gregariamente indica un principio de respeto a la libertad de opinión que se practica en mi familia materna y en la mía hecha en los años.

Por ese entonces, la televisión era un lujo de pocos, mas apetecido era el salir en las noches, agruparse en alguna esquina, conversar de temas disimiles, variados, distantes, cambiantes. Intercambiar sueños, esperanzas, ver posibilidades. La disimilitud de criterios nunca origino más allá de una acalorada discusión que terminaba al darse la razón o manteniendo sus puntos de vista, manifestar que respetaba su criterio pero no lo compartía y san se acabo y al día siguiente nos encontrábamos sin alusión siquiera al hecho del día anterior, se practicaba el respeto a la opinión ajena. El día a día, venía a completarse en la noche, en la que no falto la música, la lánguida guitarra, los chistes, el forcejeo de barrio, el enamoramiento y todo ese trafago de cosas que se viven entre los 15 y 18 años.

La vida de una ciudad serrana en los setenta era eso, una especie de colgante en el tiempo, el repetirse las cosas, las reuniones, los encuentros, un poco ver y volverse a ver desde el aire, en un astral repetido, el lento pasar de los días dejaba al mismo tiempo el sabor del sentimiento de sentirse atrapado por decisión propia. Podíamos vivir y sin subterfugios morir, era decisión individual.

Los paseos en el parque los domingos, tratando que “en el encuentro casual“de la vuelta al parque lográsemos robar una mirada furtiva del objeto de nuestro secreto amor, para solo ahí hacerlo público y dedicarle todas nuestras fuerzas. Cuantos días de loca esperanza vivimos, cuantas noches de amargos desencantos guardamos en ese baúl de los recuerdos.

De alguna manera descubrimos lo que era la vida, asimilamos lo que debía ser esta transitoriedad en la inmensidad de la historia de los universos. De alguna manera decidimos en un punto aparte, cual debía ser el camino a seguir, aceptamos esa especie de encantamiento en unos casos, de condena en otros. La mayor parte aspiraba salir, una especie de romería gitana acompañada con la emigración esperanzada. Lo que me llevo años atrás a esa tierra, luego me empujo de ella.

En ella estaba solo el silencio, el encierro gigante entre montañas, montañas de criterios, montañas de tierra, montañas de sueños. Volamos sobre toda esa cordillera y llegamos a diferentes destinos, algunos se fueron de la vida, otros a su forma la vivieron, en fin, lo importante es que aprehendimos y lo hicimos, mal o bien, como barqueros de cada uno de nuestros barcos, capitanes de nuestros destinos, navegantes de igualdades y disparidades, de noches encantadas y días anodinos.

Hoy, cuando han pasado muchos más años de los que quisiera recordar, veo que en esos años aprehendí lo más importante de mi vida, los valores. Si los aplique, o los seguí, eso es discutible, lo importante es que llegue a saberlos diferenciar. Analizar cuando estaban presentes, cuando eran arrojados a un lado o cuando los ponían por delante como escudo para su perversión y desatención, este era el caso más peligroso, el del que se cubre de nubes de valores y se escuda en ese humo para hacer precisamente lo contrario.

Los engranajes mentales se mueven a distintas velocidades. El tránsito de esta media centuria cargo mi equipaje de preguntas y dudas, de anhelos, angustias, risas, recuerdos y dejo intactos mis sueños. Hoy miro los regresos y suspiro por adioses. Sin embargo mi piel siente que las cosas más allá de ella no han cambiado, la mentira sigue siendo mentira, la maldad sigue siendo maldad, los intereses siguen siendo intereses. Que todo está matizado, manipulado, repintado o como se dice ahora, repotenciado, palabrita inventada para disimular que es usado reconstruido, La política sigue igual de falsa, el vino hervido sigue teniendo sentido en medio de un trepidante ulular de versos medio ininteligibles.

Así que mi querido amigo, que me trajiste de golpe recuerdos déjame decirte únicamente que no ha cambiado nada, seguimos en la misma esquina, solo que ahora estamos más encorvados, algunos tenemos el pelo blanco, pero en el fondo, los únicos que fuimos transeúntes en el tiempo fuimos todos, lo sustantivo del ser siguió igual, el hombre sigue siendo hombre, bueno individualmente, con intereses, con perversidades, con mas intereses. Esos valores de practica sustancial, única, siguen sin alcanzar al colectivo, siguen alejados de la más humana de las actividades, de la política, que sigue siendo encarnada como meliflua, serpenteante, rastrera, aprovechadora. Qué pena, los hombres viajamos en la vida y la política en estructura se mantuvo estática, todo propósito se quedo en nerón, calígula, borgia, que los escribo con minúscula, porque no merecen un mayúsculo trato, por eso también política la dejo igual. Sigamos escribiendo de los versos que hablan del hombre, de los sueños, de los ensayos, de los cuentos, en fin de todo, así sigamos viviendo con nuestras vidas a cuestas, como ligera carga atrapada en alguna sonrisa que se quedo en el tiempo.

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