Creer en Dios es fácil. Basta un simple razonamiento para que el hombre, consciente de su realidad, acepte que tiene que haber un ser superior, una fuerza poderosa que creó, con inteligencia y con amor, todo lo creado. Con inteligencia, para haberlo hecho tan maravilloso. Con amor, para justificar los errores que ha permitido, porque sólo un Creador amoroso, pudo dejar en manos de un ser egoísta y vano, como es el hombre, el libre albedrío.
Es comprensible que el megalómano, el soberbio, el prepotente, piensen que no es posible que haya alguien superior a ellos y duden de la existencia de Dios. Es factible también que las personas que tienen sus metas en lo material, se encuentren tan a gusto con sus logros que el simple hecho de pensar en otra vida mejor que la actual, les parezca absurda. Alguien comentaba que para ciertos políticos es imposible imaginar un mundo mejor que el que viven.
Leer, razonar, pensar, meditar la Sagrada Biblia, nos permite conocer las revelaciones que Dios nos ha ido mostrando para guiarnos hacia Él. No son necesarios los milagros patentes que muchos de nosotros hemos podido vivir y sentir a lo largo de nuestras vidas. La experiencia de Dios, de un ser superior, de un Creador que nos ama por encima de todo, que se recrea en nosotros, se demuestra a lo largo de la lectura de la Biblia. El pedido a Abraham del sacrificio de su hijo, para luego darnos Él a su hijo, el nacimiento, la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, sus enseñanzas, son suficientes para comprobar y comprender que hay un Dios, un Creador, que nos ama infinitamente, que quiere lo mejor de nosotros y lo mejor para nosotros. Por eso creo que los versos del soneto de Fray Miguel de Guevara (1585?-1646?), quien los dejó grabados en su celda del Convento en México, son los que mejor describen el porqué creemos que sí existe Dios:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno, tan temido,
para dejar, por eso, de ofenderte.Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz, escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.Muéveme en fin tu amor y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.No me tienes que dar porque te quiera
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera.
Gracias por estas palabras que me reconfortan en estos momentos difíciles. Creo en Dios, pero respeto a quienes niegan o dudan de su existencia, siempre que sean honestos y coherentes.