21 noviembre, 2024

Sobre las injurias a un Presidente

No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia.

Mahatma Gandhi

Hace ya algunos años, a inicios del siglo XX, Leonidas Plaza Gutiérrez, presidente del Ecuador en ese entonces, era culpado de autor intelectual y de haber armado el operativo que terminó con la vida de Eloy Alfaro Delgado. La turba que lo arrastró desde el panóptico hasta El Ejido, donde sus restos fueron incinerados a la vista de todos, no pasó de ser el instrumento del crimen. Fue ¡la hoguera bárbara! como calificara Alfredo Pareja Diescanseco semejante acto de felonía y crueldad. Desde ese enero de 1912 los escritos periodísticos acumulaban denuncias, amenazas y acusaciones en un contexto de dicterios, socarronería e injurias. El blanco de cada palabra, de cada gesto, de cada caricatura tenía un nombre: Leonidas Plaza Gutiérrez. Dicen que… En una ocasión el periódico con que Manuel J. Calle atacaba sin piedad a Plaza, no salió a circulación. El presidente supo que su ausencia era porque el “Tuerto” Calle no tenía dinero para comprar el papel… Entonces ordenó que le faciliten, desde el propio gobierno, las resmas necesarias para su impresión. Que sea verdad o no este “decir…” ya no tiene importancia, en su expresión formal. No es más que parte del atuendo con que, en ciertos momentos, se vestía una época. ¿Y hoy? Sólo enjuiciamientos, cárceles y persecución… También amenazas y chantajes…

Es que esto de las injurias a las autoridades, a los héroes, a los dioses no es de ahora. Es socialmente de siempre. Es parte, incluso, de la sapiencia de los humanos para propiciar con beneplácito la supervivencia. En algunas ocasiones tales injurias han sido bienvenidas, en tanto necesidad de los rituales, para que los milagros lleguen en beneficio de la comunidad que los pide. Cuando la sangre de San Genaro, patrono de Nápoles, y sacrificado en el siglo IV por su fe cristiana, demora en pasar de su estado sólido guardada en un recipiente cristalino, a una presentación totalmente líquida, los parroquianos que exigen el “milagro” para evitar catástrofes en su contra, gritan y vociferan con fuertes vocablos y señales insultantes con las manos, contra el santo mártir. ¿Injurias sacras? Pero necesarias…

Cientos y cientos siglos antes, cuando Julio César supo del adulterio de su esposa Pompeya con terceros que rozaban en enemistad, simple y llanamente uso el divorcio para zanjar el “problema”, sin darle mérito a ningún tipo de injuria. ¿Para qué temeridades e intemperancias sinónimo de cegueras políticas inútiles? Cuando el vencedor de los galos era paseando en triunfos, con sus trofeos por las calles de Roma, el coro de festejo del pueblo y militares en conjunto, tenía una sola voz desfachatada de agravios: “¡Aquí va con nosotros el calvo adúltero, marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos…!”. Y César, reía… Reía y saludaba con los brazos en alto, tratando en su gesto de alcanzar al pueblo, y abrazarlo…Y en su ánimo cívico político, sin embargo, siempre vivió como hijo de los dioses… Hasta Tiberio, más pederasta y más sanguinario mientras duraba más en el poder, llegó en un día de cordura a expresar “En verdad, siempre es preferible la libertad de lengua y de pensamiento…”.

Pero es interesante constatar el daño social que aun la estupidez humana, queriendo recoger sus pasos para concluir, insiste desgraciadamente en causar. Como muestra de la irracionalidad y la incapacidad del poder político de gestionar una verdadera democracia libertaria, de algunos gobiernos de aquí, de allá y de más allá, sobresale el Código Penal español con que enmascara jurídicamente, 36 años después, el franquismo fascista. Toda calumnia o injuria contra el rey, la reina, ascendientes y descendientes, regente y familiares y uso, incluso, de sus imágenes “que pueda dañar el prestigio de la Corona” será castigada con encierro y multa. Es lo estipulado, en resumen, en los artículos 490 y 491. ¿Es que es posible semejante impertinencia en el siglo 21? ¿Cómo así una cosa folklórica de los juegos carnavalescos de España, sin responsabilidad sobre la cosa pública, pueda ser objeto de penalización cuando alguien se acuerda de sus protagonistas por sus infecundas existencias? ¿O es que no hay claridad aun en que no es gracias a la monarquía que vive la democracia, sino que gracias a la democracia sigue en el gasto inútil del presupuesto de España la monarquía?

Es que, además, por ningún motivo, una autoridad o funcionario público, de presidente de la república hacia abajo puede estar exento de críticas, se las asuma como insultantes, ofensivas, injuriosas, insolentes y toda la gama de subjetividades calificativas con que las sienta quien las recibe. Cualesquiera de estos juicios de valor no son más que opiniones que no admiten ni siquiera pensar en el inicio de un proceso penal. Es menester, por lo tanto, que los organismos internacionales de derechos sociales y humanos insistan, cada vez más, con exigir la despenalización y la no criminalización de estos eventos. Pues hasta ahora, en los países, en que solapadamente la inculpación penal, por semejantes circunstancias, todavía es válida, tal cual sucede aquí en Ecuador, sólo sirve para la persecución política, el encarcelamiento, el chantaje, el incumplimiento de los derechos, y obligar por el miedo a no pensar, a no expresarse. Es, en realidad, la instalación de una cárcel del silencio. O sea, el paso al abuso del autoritarismo y el encaminamiento al poder fascistoide… Plenitud de la violencia que, como bien aclara Antonio Fraguas, no es otra cosa que “el miedo a las ideas de los demás y poca fe en las propias”. Algo que, en palabras del cientista Isaac Asimov termina siendo “el último recurso del incompetente”.

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