22 noviembre, 2024

Recuperando archivos: Quito, diecisiete de noviembre: Sucre, Serrat y Sabina

El viaje a Quito era la tercera de tres opciones. Por motivos varios a los que he de llamar fortuna, fue la opción elegida y, la decisión acertada. Mi esposo y yo viajamos a Quito el viernes en la noche para aprovechar el sábado y, de alguna manera, encontrar una buena localidad para el concierto “Dos Pájaros de un Tiro”, que tendría lugar el mismo sábado a partir de las 8 de la noche en el coliseo Rumiñahui.

Para nosotros improvisado concierto, para los quiteños, muy planificado. Por temprano que llegamos a las boleterías del coliseo, ni ahí ni los revendedores tenían nada mejor que ¡general! Que más daba. Era ir o no ir. Así que compramos los boletos con la esperanza de lograr algo mejor por la noche…Luego de comprar las entradas decidimos ir a caminar por el Centro Histórico. Paseo que ya hemos hecho por múltiples ocasiones. Pero bueno, había expectativas nuevas. Sobre todo ir por Carondelet a “ver que tal las cosas con el Presidente”. Lo novedoso talvez fue la música, que en otros tiempos no se escuchaba por el lugar, como las canciones del desaparecido canta autor chileno: Víctor Jara. Conversando y caminando por las centenarias calles llegamos a la Catedral Metropolitana, donde tuvimos el primer gran encuentro del día: Sucre. Esperaba majestuoso en el féretro que guarda sus restos. Tal como hubo de ser mientras vivía, callado, digno, admirable. Ahí, en pie, estábamos los dos, ante el magnánimo hombre que amó a nuestra Patria como suya…

…Serrat y Sabina salieron al escenario al tiempo previsto y su sola presencia fascino. Apenas abrieron la boca para decir su saludo al ritmo de Hoy puede ser un gran día, sencillamente cautivaron. Sabina comenzó las bromas hablando del Barcelona de Guayaquil (se ganó a mi esposo, ¡de una!) y Serrat hizo lo suyo cuando dijo: ¡pero aquí todos son de la Liga…! Entre broma y broma en las que sacaban a pasear la “vejez” de Serrat, la “voz de tarro” de Sabina y la virilidad de ambos (parece que venida a menos), ofrecieron al público un repertorio fuera de serie. Un amigo (cura, por cierto) me había dicho: espero que disfrutes el concierto, seguramente. ¡Va a estar bestial! Y así estuvo. Lloré una vez más y ahora en “vivo y en directo” recordando a mis hijos, con los locos bajitos: “…y nada ni nadie puede impedir que sufran. Que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen. Que crezcan y que un día, nos digan adiós…” Me llene del mismo vigor de la adolescencia, entonando Cantares a viva voz: “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…nunca perseguí la gloria…caminante, son tus huellas el camino y nada más…” Y, una vez más al son de Mediterráneo, uniendo mi voz a la de Serrat, recordé mi infancia: Quizá porque mi niñez sigue jugando en la playa… Y también le pedí a Dios mi sincero deseo, canturreando la misma canción: “A mí, enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo…”

Un soleado día quiteño, una bella e inolvidable noche y unos versos de Sabina deseándoles lo mejor a todos quienes estén leyendo este relato: “Que el fin del mundo te pille bailando…que el corazón no se pase de moda, que los otoños te doren la piel… que cada noche sea noche de bodas y todas las lunas, sean lunas de miel. Que se divorcié de ti el desamparo, que cada cena sea tú última cena…que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde… ¡no valga la pena!

(Publicado en Revista Samborondón, sección Relatos Breves, edición número 125, diciembre del 2007)

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  1. Lindo!! Cuanta envidia siento de haber estado en ese espectáculo, pero me alegra su relato por que me hace vivir un pedacito del mismo.

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