La subjetividad forma parte de la vida de las personas. Aún cuando exista el convencimiento de que somos objetivos, no es así. Efectivamente, no toda la gente padece de falsedad; pero es lamentable confirmar que, del todo, una buena parte vive bajo los parámetros de la misma. La subjetividad es la falsedad, porque es observar, analizar y juzgar al mundo bajo parámetros propios, creyéndose el que interpreta así la vida, como el gran conocedor de todo y no da lugar a otras formas de pensamiento. Es a lo que llamo “la teoría de la falsedad”: “las cosas son como yo las pienso y entiendo. Lo demás está equivocado”.
Creamos ídolos de barro, sabios de papel, intocables arraigados en sus teorías obsoletas. No estoy en contra de los grandes y auténticos maestros, estoy en contra de los que siendo maestros en el ayer, ahí se quedaron; con sus viejas teorías, no buscaron nada más, no quisieron aprender lo nuevo y por eso se encuentran estancados. Pero como son “intocables”, les han hecho creer que lo son, no hay manera de hacerles ver que están equivocados. Que el mundo ha progresado y que el aprendizaje significativo va más allá de aplicar las normas de la sintáctica y la semántica tradicionales.
Me encantaría ver a esos tótems del ayer, que lamentablemente siguen evaluando hoy con sus normas sin vigencia, diciéndole a García Márquez, que le van a bajar puntos por no usar tildes y por no poner la coma en el lugar que a ellos les parece el adecuado.
Es una pena que aún estemos viviendo la educación, de esa manera.
Y no solo están ellos, también están los sabios del momento, los que en la alborada de sus actividades, sin haber realizado mayores conquistas ni haber logrado cristalizar mínimos retos, también se creen sabios. Es decir, estamos rodeados de sabios sin saber. Como un océano vacío de agua, que pretenda ser océano. Soy arquitecto, puede decir alguien. Soy conocedor de absolutamente todas las teorías de la arquitectura; estudié y me gradué de arquitecto en el exterior, puedo juzgar a cualquiera y además bajarle puntos. ¿Y, cuantos edificios ha construido, arquitecto? No, ninguno. No he construido ninguno, he sido asistente, eso sí. ¡Ah! Cuando construya el primer edificio y compruebe que no se le caiga, entonces venga y cuénteme que ya se gradúo de arquitecto. Lo anterior es un simple ejemplo. Como decir: para ser escritor, hay que escribir un segundo libro.
Debería ser una exigencia a todo nivel, la actualización en los modelos de educación. Debería ser una exigencia la aplicación de rúbricas estandarizadas que no permitan, en lo máximo posible, apreciaciones subjetivas, sobre el trabajo de los estudiantes. No podemos seguir calificando de acuerdo a lo “que a mí me parece” o “lo que yo quisiera” o “lo que yo esperaba”. Haga usted entonces lo que le parece, lo que quisiera o lo que espera, pero sea objetivo al valorar el trabajo que el otro, el estudiante, está presentando, ateniéndose a lo que ha aprendido en las aulas de clase, y poniendo además su mejor y mayor esfuerzo. (Me refiero a los buenos alumnos).
Valga reconsiderar el punto importante de los derechos. El estudiante tiene derechos, no solo deberes. Si se siente perjudicado bien puede apelar, y sin opción a que su apelación sea negada. Es justicia. Como consejo útil a quienes se dedican a dar cátedra en escuelas, colegios y universidades: hagan uso de parámetros objetivos para calificar a los estudiantes, sean puntuales y exactos en las correcciones. Busquen la afirmación en el logro de los objetivos. Dejen de escarbar en las minucias para bajar puntos. Eso solo demuestra desconocimiento y no los hace más sabios.
La teoría de la falsedad, de los falsos sabios, de los fariseos del saber, nos intenta estancar, pero la juventud progresa porque sus alas no se achican, se vuelven grandes, van más allá porque ven más lejos.
Su «Teoría de la Falsedad» es falsa por estar basada en sus opiniones subjetivas. Un amigo mío que murió solía decir «lo máximo que podemos aspirar es a la multisubjetividad». Sus palabras fueron muy sabias.