Hace más de 2350 años, Platón, el inmenso filósofo griego, consideraba que la mujer, de inteligencia rápida, suficiente energía y con grandes dotes de idealismo era igualmente capaz, y en muchas ocasiones con mejores merecimientos que el hombre para triunfar en la administración pública. Muchos siglos más tarde Armando Palacios Valdez, afamado literato español, sostenía que el criterio de Platón era restringido, pues solo se refería a la administración pública, y que existen otros campos en los cuales el hombre y la mujer pueden triunfar sin necesidad de ser políticos.
La última opinión se amolda a la personalidad de Rosita Vera Lago, mujer que estudió en el Normal Rita Lecumberri, cuando este era un centro de luz y de vida donde se formaban a las futuras maestras. De gran inquietud intelectual Rosita ingresó a estudiar en la Escuela Nacional de Servicio Social, nueva carrera vocacional que se abría en el país, siendo la primera graduada en 1947, fundó en Guayaquil la primera oficina de trabajo social en el Tribunal de Menores, dándose tiempo para ayudar a la desaparecida Liga Ecuatoriana de Antituberculosos (LEA), la Casa Cuna, y un sinfín de Instituciones que tuvieron en ella una decidida e inteligente cooperadora.
Hace más de 50 años conoció a Salvador Briz Hernández, y juntos iniciaron la vida matrimonial. Rosita, sin dejar su casa, sin descuidarse de sus tres hijos, colaboró eficazmente con su marido en la prosperidad de Casa Briz, almacén de grata recordación para los ciudadanos.
Fallecido su esposo en 1975, le sucedió como Cónsul Honoraria de la República de Haití, y desde entonces fue miembro del Cuerpo Consular, Sub-Decana y Decana del mismo.
Desplegó, y me refiero específicamente al campo consular, una sostenida labor de promoción del país que representaba, de facilitadora de las relaciones entre este y el Ecuador, y en fin, no descansó en propender que la actividad consular en general, efectuada en Guayaquil no decaiga y que siga siempre adelante, y que cada día sean más fructífera esta ciudad que siendo en todo primera, es en todo sin segunda.
Yo personalmente pude constatar cuando fui Subsecretario de Relaciones Exteriores en Guayaquil, el entusiasmo de Rosita en el trabajo social, por algo fue la primera trabajadora social ecuatoriana. Asimismo, en la oficina de protocolo del Cuerpo Consular, siempre estuvo lista a prestar ayuda, a dar consejos, a señalar orientaciones. Siempre fue la primera en ofrecer su aporte y colaboró hasta que se enfermó con la directiva que preside Xavier Simon Isaías, que tantos cambios positivos ha traído para esta Institución.
Unamuno sostenía que era deber de la Sociedad reconocer de alguna manera a los seres humanos que trabajaron en beneficio de ella, y Rosita Vera de Briz mucho hizo con relación a Guayaquil y al Cuerpo Consular. Por ello, y por los múltiples meritos que tuvo, la menciono en este artículo a los pocos días de su fallecimiento recordando las virtudes de esta mujer generosa, inteligente, con gran comprensión social y, noble espíritu como son la mayoría de las mujeres nacidas en este pórtico de oro que a la diestra del Guayas se levanta.
Muy lindo y muy merecido tu comentario, Carlos.
La gratitud es para mi una de las más grandes virtudes y hay que hacer honor a quien honor merece.
La verdad estas palabras del Dr. Estarellas me han conmovido mucho y me han puesto a recordar cada instante compartido con la querida Sra. Rosita Vera de Briz, su vida fué por muchos años el Cuerpo Consular de Guayaqui, aprendí mucho de ella y la llevaré siempre en mi mente y corazón.
La verdad estas palabras del Dr. Estarellas me han conmovido mucho y me han puesto a recordar cada instante compartido con la querida Sra. Rosita Vera de Briz, su vida fué por muchos años el Cuerpo Consular de Guayaqui, aprendí mucho de ella y la llevaré siempre en mi mente y corazón.
Lindo artículo que describe la personalidad trabajadora solidaria e incansable de mi abuela Rosita. Muchas gracias por sus palabras.
Saludos. «Una golondrina no hace verano».
Napoleón Sotomayor