Es el momento de contar la triste historia de una doncella, que aunque mayor a mí en edad, me enloqueció desde que la conocí.
Nació libre dentro de un hogar sumamente rico, vivía en una zona que bien se podía considerar un paraíso terrenal.
En su propiedad, abundaban los árboles, aves, animales de la más rara especie; todo en un hábitat primigenio.
Era tal su prestancia que había trascendido hasta lugares remotos.
Luego vino la noticia. Aventureros llegaban a sus extensas propiedades donde estaban sus lares; los saqueaban y convertían en esclavos a sus agnados.
Diezmaron a sus familiares con raras enfermedades o los exterminaron con arcabuces fabricados para dar muerte.
Pasado algún tiempo parte de su familia, que no había logrado ser plenamente subyugada, limpio su heredad de los encajados y prestamente partieron a otras zonas para ayudar a todos los de su linaje.
Cuál más quería casarse con ella, ganó un forastero y contrajo primeras nupcias con un “recomendado”, que nunca quiso la virtud ni la metempsícosis familiar, sino aprovecharse de su dote.
Así ha transcurrido su vida: hermosa de cara, alma y cuerpo, a pesar de los años y de haber tenido poca suerte en sus maridajes; muy apetecida pero con una progenie poco preparada que, salvo pocas ocasiones, siempre fue atontada por hábiles lenguas de áspid que escupían demagogia.
Ella, con la templanza de Penélope espera durante años la aparición de un compañero logre formar un largo núcleo de seres entregados a servir: auténtico y fiel a la ascendencia de mí amada doncella y llevando a todos a un buen porvenir.
Mientras ese llegue, padece. Es pretendida por múltiples hombres de paja y enloquecidos frustrados.
No obstante, lucha y mantiene su castidad ante la promesa de un marido merecedor, puesto que el último con la que la sacrificaron, es el peor.
Se ha hecho sentir dueño y señor de todas las riquezas que no le pertenecen. Trata a todos en los términos más despóticos y utiliza a fantoches para manejar los asuntos que requieren idoneidad e inteligencia.
Santo Tomás de Aquino, entendía a las leyes, como “La ordenación de la razón dirigida al bien común, dictada por el que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad y solemnemente promulgada”. Empero él vivaracho “consuerte” se cree superior, para él: “La Ley Soy Yo”.
No le importa que las leyes de menor rango, se tengan que subordinar de manera absoluta a lo señalado por la Carta Magna. De igual manera a las leyes y convenios internacionales suscritos por el país que de lo contrario no pueden ser aplicadas u obedecidas.
Debemos comprender, que las leyes, son las pautas que norman los actos realizados en sociedad. Por medio de las leyes, se conoce lo que se puede realizar y lo que no; por ello no pueden ser versátiles, ni estar condicionada a pasiones y actos vengativos o viscerales.
Por cuanto de permitirse aquello, cualquiera, sin razón, puede emitir una orden y un inocente recibir una pena, la cual puede llevar a esa persona a la misma cárcel, la ruina o la prohibición del derecho de libre desplazamiento.
La Ley, fundamentalmente, es una estipulación escrita de los términos del buen vivir en colectividad.
La dama tan amada, la doncella tan acrisolada, la deidad: es mi siempre amada Patria, El Ecuador.