Existen dos principios básicos que la liberad de expresión jamás debe pasar por alto. La libertad de expresión, moralmente tiene límites. La libertad de expresión, éticamente debe responder a limitaciones fundamentales. Delimitar la libertad de expresión a estas dos virtudes del comportamiento humano, inevitablemente solo puede florecer desde la calidad personal de quien reclama el derecho a ejercer esta actividad innata de un ser pensante, inteligente y responsable.
Cuando la libertad de expresión transgrede principios elementales de convivencia y viola los fundamentos morales y éticos que deben regir a cualquier actividad del ser humano, necesariamente involucra a las leyes que serán las responsables de imponer los límites en los que esa libertad puede y debe transitar.
Cuando el poco sentido común, las pasiones negativas, la visceralidad política, el rumor morboso, la simple duda que no se puede demostrar, y el lucro económico prevalecen sobre la moral, la ética, la verdad y el respeto al derecho al buen nombre de los seres humanos, se cae en terrenos antinaturales, de energías perversas, que solamente pueden provocar un incalculable daño a la colectividad. No se hiere solamente a la democracia, se enferma y se castiga al mismo tiempo a la sociedad.
La libertad de expresión, no solo es un derecho, es también una responsabilidad y las dos deben encuadrarse en principios inviolables de respeto. El estado debe respetar el derecho de sus ciudadanos a expresarse y los ciudadanos deben respetar la responsabilidad que ese derecho les otorga. El derecho y la responsabilidad solamente pueden ser definidos como un cuerpo siamés, dependiente el uno del otro.
Los Estados Unidos de Norteamérica, cuya constitución, protege en su primera enmienda la libertad de expresión y, en donde las Cortes de todos los niveles han sido intransigentemente defensoras de ese mandato constitucional, al que inclusive otorgan prioridad sobre el derecho a la vida de las personas; tiene mecanismos sociales, profesionales, comunitarios, donde los excesos y libertinajes suelen ser remediados con mecanismos impuestos por los mismos actores privados de la sociedad. Evitando en muchos casos que sean las Cortes las que determinen la peligrosidad y daños generados por comentarios racistas, de odio, amenazantes a la integridad o simplemente injuriosos.
En los últimos días de Febrero, el juez jefe federal para Montana, Richard Cebull, auto declarado opositor acérrimo al gobierno de Obama, en forma privada y utilizando el correo de la Corte Federal, envió un e-mail a seis de sus más cercanos amigos, en el que vulgarmente y en forma racista, ofendía a la madre del Presidente Obama. El e-mail, para infortunio del juez Cebull, se convirtió en cadena masiva llegando finalmente a manos de grupos civiles y autoridades que inmediatamente pidieron se investigue y sancione al citado juez.
Lo rescatable del caso en mención, no solamente es, que organizaciones privadas y la misma corte hayan reaccionado fundamentando “violación al código de ética” de comportamiento de esta autoridad, que incluye límites a la libertad de expresión que cualquier ciudadano pueda argumentar. El juez, públicamente ha admitido su monumental error, que puede llevar a catapultar su prestigiosa carrera a los basurales del deshonor. Pero más allá de aceptar su falta , ha anunciado sus públicas disculpas al Presidente Obama y ha solicitado a un panel de jueces federales para que se investigue el infortunado desliz de su conducta.
La libertad de expresión tiene limitaciones, en cualquier cultura.
Lo que lamentablemente no tiene límite en nuestro medio, es el orgullo, la vanidad, la prepotencia, la furia desmedida y la vergüenza que genera en ciertas mentes egocéntricas reconocer públicamente un error. Saber pedir disculpas en el momento preciso y por las debidas razones solamente enaltece al ser humano, jamás lo humilla, ni lo reduce.
Seguramente, el juez Cebull, será perdonado y nunca más utilizará su libertad de expresión para ofender a ningún ciudadano de su agrado o desagrado. Así habite en la tierra donde la primera enmienda, alegan muchos, puede proteger cualquier barbaridad.
Es gratificante encontrar en esta columna periodistica una opiniòn sensata y oportuna en estos tiempos en que muchos tergiversan los terminos «Libertad de expresiòn y Libertad de prensa». Felicito al Periodista por sus acertadas opiniones .