Mirar la vida con optimismo es la primera tarea de los padres y madres de
familia, mucho más de los educadores y líderes religiosos. El punto está
en cómo hacerlo. ¡Hay tantos problemas familiares! ¿Cómo conciliar la
singularidad de cada uno, de cada hijo con la necesaria unidad familiar? ¿Cómo
atender la individualidad y necesidad de cada estudiante con la preocupación
de la totalidad de la clase? Verdaderamente no hay recetas, ni soluciones
simplistas.
Sembrar la actitud de optimismo depende de las personas más cercanas que
se encuentren los hijos y los estudiantes, y ello requiere saber mirar con
profundidad y en totalidad la perspectiva de la vida, de la condición humana.
La cosa se agrava con casos muy dolorosos de disfuncionalidad familiar, de
agresividad juvenil y cerrazón al diálogo, al consenso. Veamos un caso, para
ver cómo podemos cada cual prevenir y caer en la cuenta de nuestros fallos
y errores, para crecer y no destruir la necesaria relación de crecimiento que
presenta cada situación problemática. Veamos un caso.
Ricardo cursa tercero de secundaria y su hermano Jorge en primero de la
misma etapa. Sus padres están separados. El padre se quedó con la custodia
de los chicos, porque ella no cuenta con un trabajo fijo. El padre trabaja de
sol a sol para sacarlos adelante., apenas se ocupa de los chicos, viven sin
control alguno, pasan mucho en la calle, faltan a clase. Ni Ricardo ni Jorge se
entiende con su papá, lo sienten muy exigente y metódico, no tolera la falta de
los chicos, pero tampoco aplica remedio alguno. Ricardo ya no quiere estudiar,
sino trabajar y salir de casa. La madre se halla en tratamiento siquiátrico a
causa de una profunda depresión, tiene problemas con el alcohol, pero intenta
superarse y buscar un trabajo, tiene que vivir.
¿Qué hacer? Lo primero tratar de entender adecuadamente la situación, no
tanto buscar culpables, cuanto comprender el comportamiento humano y la
conflictividad de la situación. Dicen los entendidos, sigo aquí a Eliseo Nuevo-
Diana Sánchez, (Adolescentes, 50 casos problemáticos, Editorial CCS, Madrid,
2009, p. 280). Los divorcios traumáticos en sí son causa de sufrimientos
para los hijos, quedan a merced de las circunstancias. El padre tiene falta de
iniciativa y poder de decisión. Se ve desbordado por el divorcio, se preocupó
de la vertiente económica, pero no de la educativa.
La madre tampoco se encuentra apta para educar a los chicos. El cuadro
familiar aparece desolador. Hogar dividido, sin norte ni rumbo, cada uno a
merced de su capricho. Los chicos no aceptan ayuda y no mejoran, el rechazo
escolar es evidente. Se tornan chicos despreocupados, manipulables, corriendo
riesgos de droga y delincuencia.
El destino que les depara será fruto de las actitudes que siembren. Solo se
espera que se encuentren con adultos que les hagan ver otro camino, que
los ayuden a madurar. Una buena inserción laboral puede ayudar, al final
requerirá de educación para mejorar su trabajo y condiciones de vida. No todo
mal estudiante es mal trabajador. En numerosas ocasiones, sucede lo contrario
Los centros educativos hoy en día son centros de estudios, de terapia de
deporte, de apoyo escolar, muchas cosas que suelen convertirlo en un segundo
hogar, tengamos esto claro los educadores para ayudar a los chicos, pero
exijámosles con amor, única forma de salir adelante en la vida. Como cuando
Jesús quería cortar la higuera que no daba fruto, se le ruega: “Señor, déjala
todavía este año, cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. Si no, el año
que viene la cortarás”. (Lc 13: 7-9). El Señor siempre tendrá paciencia, pero
siembre debemos nosotros exigirnos más y más para salir del abismo.
Me alegro tanto de que un educador católico escriba en esta tribuna, aborde más temas como éste, es necesario hacerlo y es una obligación de ustedes educadores exponerlo y orientarnos a todos respecto a la forma de tratar a los jóvenes actualmente que parece que estuvieran como ovejas sin pastor.