25 noviembre, 2024

Carta a Usted

Los amores prohibidos también se acaban. José Ángel Buesa nos habla de ello en su despechada “Carta Usted”, una carta a una mujer con la que ha tenido un romance y luego de un tiempo, ella se aleja y ese amor prohibido termina.

Hablar de José Ángel Buesa, de quien ya hemos dado una somera descripción hace varios meses, es hablar de uno de los poetas románticos más famosos y más leídos del siglo pasado. Sus metáforas, su versificación, su ritmo y su rima, al mismo tiempo que lo profundo de sus sentimientos, hacen que sea uno de los favoritos del mundo romántico.

Disfrutemos ahora su famosa “Carta a Usted”. Una carta a una mujer que fue su amante y que “según las malas lenguas”, ahora anda con otro.

Veamos este poema:

Carta a Usted

José Ángel Buesa

Señora, según dicen, ya usted tiene otro amante.
Lástima que la prisa nunca sea elegante.
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa,
se resigne a ser viuda sin haber sido esposa
y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas, sus goces… y su lecho.
Pero el amor, señora, cuando llega el olvido,
también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón si es que la hiere mi reproche. Perdón,
aunque sé que la herida no es en el corazón.
Y para perdonarme, piense si hay más despecho
en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho.
Pues sepa que una dama, con la espalda desnuda,
sin luto, en una fiesta, puede ser una viuda,
pero no, como tantas, de un difunto señor,
sino para ella sola, viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, ¿recuerda? Fue un amor diferente,
al menos al principio, ya no, naturalmente.
Usted era el crepúsculo a la orilla del mar
que según quien lo mira, será hermoso… o vulgar.
Usted era la flor, que según quien la corta,
es algo que no muere… o es algo que no importa.
O acaso cierta noche de amor y de locura,
yo vivía un ensueño y usted… una aventura.

Usted juró cien veces ser para siempre mía.
Yo besaba sus labios, pero no lo creía.
Usted sabe, y perdóneme, que en ese juramento,
influye demasiado la dirección del viento.
Por eso no me extraña que ya tenga otro amante,
a quien quizás le jure lo mismo, en este instante,
y como usted, señora, ya aprendió a ser infiel,
a mí, así… de repente, me da pena por él.

Si, es cierto. Alguna noche su puerta estuvo abierta
y yo, en otra ventana, me olvidé de su puerta,
o una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida,
y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso, bebiendo en la corriente.
Sin embargo, señora, yo, con sed o sin sed,
nunca pensaba en otra, si la besaba a usted.

Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas,
Pero ni los rosales dan solamente rosas
y no digo estas cosas por usted, ni por mí,
sino por los amores que terminan así.
Pero vea señora, que diferencia había
entre usted, que lloraba y yo que sonreía,
pues nuestro amor concluye con finales diversos.
Usted, besando a otro. Yo, escribiendo estos versos.

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¿Por qué viniste a mi senda?
¿Quién hizo brillar tus ojos
en la noche de mi pena?
¿Qué lluvia de mal cariño
quiso convertirme en yedra,
que va creciendo y creciendo
pegada a tu primavera?

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