Me obligo, a petición de algún vasto sector de Guayaquil, a transcribir mi comentario al artículo
anterior, esperando de corazón que podamos vencer a aquel monstruo de mil cabezas, cuya
inmoral y perversa arma de destrucción se la utiliza para asesinar a niños por nacer:
“Quienes han opinado y a quienes les importa el respeto a la vida:
Gracias en verdad a quienes han opinado y les han publicado sus comentarios, y gracias también a
quienes, aunque no se han pronunciado mediante este artículo, están absolutamente convencidos
de que la vida es el don más preciado del ser humano.
Es tremendamente doloroso el constatar que en nuestro planeta existan personas cuyos
escrúpulos, si acaso los poseen, no los detienen a pensar tan solo un segundo que muy por encima
de sus intereses, está y estará siempre antepuesto el sagrado e inalienable derecho a no atropellar
ni segar la vida de nadie; mucho menos la vida de un ser totalmente indefenso.
Es también por demás execrable aquel mismo hecho que, por su forma y su fondo, denigra nuestra
condición de especie humana, y desgarra de un solo tajo cada uno de los principios y valores
que siempre deben estar intrínsecos en nuestra manera de conducirnos como seres pensantes y
razonables.
No hay ni habrá justicia viva mientras que, con el solo pensamiento, se quiera quebrantar el
derecho ajeno, y ese acto sea perversamente consentido, aunque la ley escrita promulgue lo
contrario?……, no hay ni habrá justicia viva, mientras de manera perversa y cruel creamos estar
convencidos de hacer prevalecer supuestos derechos propios, desconociendo y atropellando los
derechos ajenos?……, no hay ni habrá justicia viva mientras morbosamente manipulamos la
conciencia de otros, con el único afán de satisfacer nuestros intereses?……, no hay ni habrá justicia
viva, mientras juguemos a creernos Dios, y a importarnos poco el dolor y el sufrimiento de un ser
vilmente masacrado.
Poco o nada me importan los comentarios de cretinos y rapaces personajes que viven de estos
crímenes, y disfrutan maquiavélicamente de la secuela de dolor que dejan en cada acción que ya
han emprendido, y que les eleva su maldito y perverso ego de creerse con el derecho de decidir por vidas ajenas.
Me defino frontalmente como un obediente de Dios Padre, y como un fiel defensor del derecho a la
vida, incluido aquel derecho a la vida desde la concepción.
Nada me importan los calificativos recibidos por defender estos derechos, y por privilegiar además
aquellos principios constitucionales y legales.
Continuaré luchando siempre hasta el final de mis fuerza, porque se respete la vida de estos niños
por nacer, aun a costa de la mía propia”.