21 noviembre, 2024

Romance de aquel hijo

Ya hemos hablado de Rafael de León, sin embargo, de sus hermosos poemas tengo aún algunos en el tintero, que considero tan hermosos, que vale la pena ser recordados. Uno de los que más me impacta es este romance de aquel hijo que no tuvimos. Rafael de León hace una descripción tan bella de ese hijo, que provoca un sentimiento de melancolía y dolor de haber perdido ese gran amor de la juventud. Revivamos ese amor de antaño.

Romance de aquel hijo

Rafael de León

Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto,
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir
la tarde de los domingos
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto;
y a mí, tal vez que saliese
en lo triste y en lo lírico
y en esa torpe manera
de verlo todo distinto.

¡Ay qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!…
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde, de pino,
un tren con siete estaciones,
un barco, un pájaro, un nido…
y cien soldados de plomo
de plata y oro vestidos.
¡Ay, qué cuarto de juguetes,
amor, hubiera tenido!

¿Te acuerdas, aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: ¡Qué gloria,
cuando tengamos un hijo!…
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.

Yo te escuchaba lejano,
entre mis versos perdido,
pero sentí por mi espalda
subir un escalofrío,
y repetí, como un eco:
¡Cuando tengamos un hijo!…

Tu, entre sueños, ya cantabas,
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas del río.
Yo, arquitecto de ilusiones,
sostenía el equilibrio
de una torre de esperanza
con un balcón de suspiros.

¡Ay qué gloria, amor, que gloria,
cuando tengamos un hijo!…

En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre alhucema y manzana,
entre romero y membrillo;
¡Qué pálidos los encajes!,
¡Qué sin olor los pañuelos!
Y ¡Qué sin sangre el cariño!

Tu velo blanco de novia
–por tu olvido y por mi olvido-
fue un camino de Santiago
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro,
yo con otra he hecho lo mismo…

Juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados, ni domingos.
Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a… la levita
que se pone tu marido.
Te llaman… ¡Doña Manuela!,
usas guante y abanico
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.

Nos saludamos de lejos
como dos desconocidos;
tu marido, baja y sube
la chistera, yo me inclino
y tú sonríes… sin gana,
de un modo triste y ridículo.

Pero yo no me hago cargo
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio
y te veo… como entonces,
con tu cintura de lirio,
con un jazmín en los dientes
y la color como el trigo,
y aquella voz que decía:
¡Cuando tengamos un hijo!~…

Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos
y yo paso por la calle
con mi pena y con mi libro,
dices, con miedo, entre sombras,
amparada en el visillo:
¡Ay!, si yo con ese hombre,
hubiera tenido un hijo…

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