21 noviembre, 2024

El Telégrafo

Fue fundado el 16 de febrero de 1884 por Juan Murillo Miró, hijo de Manuel Ignacio Murillo fundador de la imprenta en esta ciudad y editor de nuestro primer periódico El Patriota de Guayaquil editado el 26 de junio de 1821. Inicialmente, El Telégrafo se publicaba dos veces por semana, miércoles y sábados; constaba de cuatro páginas a seis columnas, dos páginas de avisos y dos de informaciones. Desde su fundación figuraron entre sus redactores y colaboradores, el doctor Francisco Campos Coello, Doroteo Molleda (español), el doctor César Borja Lavayen, el doctor Lorenzo R. Peña, el doctor Cesáreo Carrera Padrón, Nicolás Augusto González, Gabriel Urbina, Camilo Destruge, Amadeo Izquieta, José Matías Avilés Giraut, José María Chávez Torres, entre otros.

Era un periódico decididamente liberal y consecuentemente de oposición frontal al gobierno; guardando desde luego las buenas costumbres, el lenguaje culto y ponderado pero sin dejar de ser enérgico. La prensa guayaquileña y el partido liberal, reclamaban por la vía pacífica el derecho a oponerse a la elección del señor Caamaño como presidente de la república. Pero la respuesta de éste, una vez posesionado del cargo no se hizo esperar, al desencadenar una serie de atropellos y violaciones a la Constitución que acababa de ser sancionada.

La acción naval de Jaramijó, los combates sostenidos con los liberales, y finalmente el fusilamiento de Nicolás Infante, conmovieron a la opinión pública enardeciendo aún más los ánimos; El Telégrafo luego de confirmar la noticia, dejó constancia en su edición del día 5 de enero de 1885, de su rechazo en términos enérgicos a este execrable crimen. Protesta que inspiró otra suscrita por centenares de prestantes ciudadanos y hombres comunes, que fue llevada al periódico para que fuera impresa y lanzada como hoja volante con la totalidad de las firmas.

Al correr la noticia que aparecería una hoja volante que relataba tales hechos, empezó a congregarse una multitud compuesta por toda clase de ciudadanos frente a sus talleres que quedaban en la segunda cuadra de la calle Aguirre. Al poco rato la muchedumbre agolpada llenó esa parte de la calle, desde Pichincha hasta Pedro Carbo. La ansiedad y la demanda ciudadana por conocer el contenido de la hoja, hizo que las prensas no se detuvieran hasta las 10 u 11 de la noche, pues una vez iniciada la distribución se agotaba su edición en millares sucesivos. Al siguiente día, desde las primeras horas de la mañana, apareció nuevamente la muchedumbre solicitando la hoja volante.

Desde entonces sus dependencias se convirtieron en centro importante de conspiración, por lo cual el periódico fue considerado enemigo del régimen y consecuentemente la vigilancia y las hostilidades se hicieron notorias. Al poco tiempo descubrieron que había entre los empleados, una persona a quien Murillo protegía dándole empleo, sujeto de nacionalidad chilena que se convirtió en espía del gobierno.

Juan Murillo fue apresado y desterrado a Chile; se practicó un registro de las oficinas en busca de documentos que estaban en manos del director del periódico; pero que éste precavido, los había puesto a buen recaudo sin revelarlo a nadie, entre una de las vigas del techo del edificio. Fue seguido uno tras otro por varios de los redactores de El Telégrafo; el último en salir al mismo destino y fijar su residencia en ese país, fue el doctor Cesáreo Carrera Padrón.

Como consecuencia del ostracismo de su director y la prisión de sus redactores, el último ejemplar de esta primera época de El Telégrafo circuló el 3 de julio de 1886, y tenía el número 607; el diario se despedía en él dando cuenta del destierro de su director, cuyo artículo finalizaba así: “…preferible es guardar silencio, antes que verse expuesto a mil peligrosas vicisitudes…” Es decir, se creó el temor para que se generalice la autocensura. Desde entonces el periódico quedó a cargo de Miguel Angel Carbo, pero al poco tiempo dejó de funcionar.

El Telégrafo y su propietario habían ganado renombre en su lucha, y mientras el pueblo ecuatoriano, bajo el ímpetu de Eloy Alfaro continuaba la búsqueda de la libertad, Juan Murillo se mantenía activo y fiel a sus principios. Escribió la Historia del Ecuador de 1876 a 1888, y la biografía de Pedro Moncayo, y publicó en Chile el primer tomo que llega hasta 1883. El resto de sus trabajos, los perdió en un incendio, y no pudo ya restablecer sus escritos.

En 1888 terminó el período de Caamaño y luego de unas elecciones muy reñidas, ocupó la presidencia de la república el doctor Antonio Flores Jijón. Apenas iniciado su gobierno, con sus primeras disposiciones, volvió la paz al país y se mantuvo una era de tranquilidad absoluta. Hizo efectivas la libertad de prensa y de asociación, y los efectos benéficos de tal política de conciliación pronto se dejaron sentir.

En 1892 el doctor Antonio Flores fue sucedido en la presidencia de la república por el doctor Luis Cordero, y apenas tres años después su gobierno se vio inmerso en el escandalo conocido como la “venta de la bandera”. Cuyo descubrimiento se produjo gracias a la expresión pública, y a los liberales guayaquileños que encargaron a Juan Murillo, quien por estar exiliado en Chile investigó y encontró la documentación que permitió dar a conocer el negociado por la prensa guayaquileña. Se produjo uno de los grandes movimientos populares de la época a nivel nacional, que culminó con el triunfo de la revolución liberal el 5 de junio de 1895. Insurrección popular en la República que triunfó con la entrada de Alfaro en Quito el 4 de septiembre de ese año.

La patria abrió sus brazos a los proscritos aunque muchos no volvieron, entre ellos Juan Murillo Miró, quien lo hizo en 1896. Apenas llegó a Guayaquil se preocupó por reeditar El Telégrafo, alistó los talleres y el 14 de octubre de 1896, al año del devastador incendio de Guayaquil reinició su publicación con José Abel Castillo como su administrador. La lucha política se reanudó, aunque a la inversa, pues eran los conservadores quienes querían desplazar a los liberales del poder, pero el periódico se constituyó en otro de los defensores del orden constituido.

El Telégrafo, muy pronto recuperó la posición destacada que había dejado atrás, y en 1898, mejoró notablemente su edición con la importación de nuevas maquinarias, realizadas por Castillo, que le permitieron editar libros y otros impresos. En 1899 Juan Murillo se trasladó a Quito para desempeñar el cargo de director de la Escuela de Artes y Oficios, y José Abel Castillo quedó frente al periódico, poco tiempo después compró la empresa y quedó como único propietario. A partir del 7 de enero de 1899, apareció con un formato pequeño, de ocho a doce páginas, escritas a dos columnas, editado en la imprenta de El Grito del Pueblo.

Al comenzar 1900 surgieron dos candidatos para Presidente de la República: el general Manuel Antonio Franco y Lizardo García, ambos liberales. El Telégrafo se banderizó con Franco, hasta que por resolución de una junta en Quito y con el apoyo del general Alfaro, se lanzó la candidatura del también liberal general Leonidas Plaza Gutiérrez. Ante lo cual, Franco renunció a su candidatura y El Telégrafo se mantuvo en oposición a Plaza, y cuando éste resultó elegido, publicó duras expresiones de censura por la forma amañada en que se realizaron las elecciones en Guayaquil.

En el incendio ocurrido el 16 de julio de 1902, los talleres en que se editaba El Telégrafo, quedaron completamente destruidos y dejó de circular durante diez días, en que salido de la imprenta del doctor Aurelio Noboa se lo vio nuevamente en las calles. El 8 de noviembre anunció la suspensión temporal de su publicación hasta allanar algunas dificultades. El 1 de julio de 1903, desde sus propios talleres reapareció con un formato mayor de cuatro páginas a seis columnas, anunciando la adquisición de una moderna máquina importada de Francia, de material nuevo y adecuado, tanto para el periódico, como para toda clase de trabajos de imprenta.

El país en los primeros períodos de gobierno liberal, al amparo de las libertades establecidas “progresó mucho, el capitalismo cobró gran desarrollo, y por ende la industria, la agricultura y el comercio. En 1894 se había fundado el Banco Comercial y Agrícola, institución de crédito a la cual todos los gobiernos liberales recurrieron en busca de créditos para el desarrollo, por lo cual adquirió una gran influencia; avanzaba la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito; por concesión a la South American Development Co., se inició la explotación de las minas de oro de Portovelo”.

Progresaron el comercio, la industria, se crearon bancos, y proliferaron las exportaciones. Avances que impulsaron al movimiento obrero y el 31 de diciembre de 1905, y la creación de la Confederación Obrera del Ecuador y con ella nació el partido Liberal-Obrero”. En apenas diez años de libertad de expresión, acción e inversión el país era otro. Con el tiempo y la desaparición de otros periódicos, El Telégrafo se afianzó como el decano de la prensa ecuatoriana. Por su defensa a la libertad de expresión sufrió clausuras y persecuciones. El 17 de marzo de 2008, se convirtió en la voz oficial.

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