¿Puede concebirse un populismo no dictatorial? Difícilmente. O al menos,
por estas tierras latinoamericanas no ha existido este fenómeno. Es que
el populismo responde a caudillismos oligárquicos que tienen expresión,
aparentemente, a través de un líder. Sin embargo, lo que siempre está
presente son intereses de grupos. Un tanto de aventura. Un tanto de pandilla.
Dan la cara como protectores
de alguna insólita redistribución del
capital productivo. Hay comisiones que reparten bonos, cargos públicos,
representaciones… Es el pago económico y social para mantener, con un
respaldo espurio, la vigencia del poder.
Ningún populismo sabe de principios. ¿Es que acaso el poder por el ´poder
los necesita? La estructura básica de todo populismo está construida
desde una ideología de la violencia. No hay otra opción. La expresión
populista, conceptual y práctica, no es más que la extensión del instinto
de la supervivencia primaria. Y así, tal cual es, así apela a su clientela de
seguidores. La relación populista de masas es, netamente, estomacal. Con
cualquier tipo de populismo el logro máximo no pasa de la conciencia
intestinal. De ninguna manera avanza este objetivo ni al umbral de
una conciencia social, pese a casi siempre justificarse con la oferta de
satisfacciones a las típicas necesidades vitales.
Todo populismo es, patológicamente, exhibicionista. Aspira a llenar la
ausencia conceptual ideológica con la agitación de banderas, canciones,
colores y uniformes… Nadie grita más de nacionalismo que un populista.
Claro que no lo entiende como valor o categoría cívica socio cultural. Pero
lo usa en calidad de paraguas para defender su posición. El patrioterismo
juega aquí una razón importante en tanto instrumento de arremetida y
salvación. Cualquier cosa planteada por el régimen populista tiene un alto
significado patriótico. Negarlo o no estar de acuerdo es entrar en el riesgoso
juego de la antipatria, que exige manipular la justicia y atiborrar las cárceles
con los “enemigos de la sociedad”.
¿Hay populismos de izquierda y de derecha?. O mejor será decir que se
vale, según las circunstancias, de ambas situaciones políticas, para la
cobertura temporal de su autoritarismo. Pues, al populismo no le interesa
sino imponer, por jerarquía, las decisiones que alimenten, cada vez más, la
violencia del poder. Ofertando lo que jamás alcanza a cumplir, por más
cantidad de años que gobierne, los estratos populares son usados mediante
las maquinitas demagógicas de moda. Ayer la palabrería, los esloganes y las
movilizaciones hoy, el marketing de imagen y las tendencias mediáticas
publicitarias.
Ningún populismo cree ni está interesado por la democracia, ya que
ésta limita, por definición, su mando impositivo de gestión política.
¿Qué populismo no habla, escandalosamente, de libertades y derechos,
aunque día tras día incumplidos? Es que, además, la democracia es un
área de confrontación permanente para el accionar populista, que
subsiste de por sí en la contradicción de no poseer una estructura de
administración orgánica. Desde la perspectiva gubernamental, todo
populismo es improvisación continua, frente al aparecer de los avatares
sociales no prevenidos, peor cuantificados o planificados…
Mucha agua ha corrido bajo los puentes, desde los inicios populistas de
Lázaro Cárdenas en México, Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio
Vargas en Brasil… Pero, aunque con distinto disfraz sin perder la
vehemencia de sus raíces, el populismo insiste en el anarquismo caótico de
su presencia! ¿No es que, entonces, las cosas no han cambiado para bien
social, sino que se han profundizado en su miseria, dando paso al reciclaje de
la basura política?