“Cualquier cosa que esté a tu alcance el hacerla,
hazla según tus fuerzas” (Eclesiastés 9:10).
Podemos dar muchos nombres de personas que nos enseñan el camino de la excelencia.
Podemos pensar en las estrellas del atletismo, el caso Jefferson Pérez es un claro
ejemplo. Me viene a la memoria Sofía, nadadora y además excelente alumna, llegó
a ser escolta de la bandera en su colegio en la ciudad de Portoviejo. Pero, esta
excelencia surge de una superabundancia de dones naturales. No importa que tan duro
practiquemos algunos no llegaremos a alcanzar los records de Jeff, campeón mundial,
ni de Sofía, campeona del Pacífico. La excelencia está no solo en la perseverancia y el
esfuerzo, sino en desarrollar tu propio talento y el de los que te rodean. La raíz latina de
sobresalir transmite el sentido de surgir por encima de algo o de sobreponerse. Eso es
lo que la excelencia significa sobreponernos a nosotros mismos y levantar a los que nos
rodean, sacándoles el mayor partido a nuestros talentos y dones.
La historia del Hermano Duffy, un religioso jesuita que dio clases de latín y de religión por
más de cincuenta años en un colegio de EEUU es un ejemplo que nos ayuda a cualquier
educador en nuestro trabajo diario, como a cualquiera que sepa admirar de la creatividad,
constancia y coraje para sacar lo mejor de los adolescentes.
Una de las creatividades de Duffy, era inducir a chicos de catorce años a desembolsar
diez centavos semanales para su fondo de apuesta para el fútbol. El ganador se llevaba
a la casa la mitad de lo recaudado. El resto, Duffy lo asignaba a proyectos sociales para
mejorar comunidades pobres. También se dedicaba a otras actividades extracurriculares
como la de recorrer los vagones del metro en busca de afiches publicitarios que pudieran
animar una clase de latín o religión. (Clases experienciales o interactivas se llaman hoy).
También sorprendía a los novatos con una canción de Porgy&Bess: “Las cosas que es
probable que lean en la Biblia no son necesariamente así”. Era escandaloso oír a un cura
decir eso, pero esa era la manera como enseñaba a adolescentes los textos bíblicos, hay
que saber interpretarlos, ya que sus autores usaban géneros literarios como la poesía
y la narración para comunicar su mensaje revelado. Las ideas que enseñaban eran
complejas, pero las hacía fáciles. Años después se comprobó que estaba enseñando
teología universitaria a adolescentes. Además de saber resumir la clase en hojas
mimeografiadas con las ideas claves de cada reunión. Cuando un chico salía mal en una
materia, como el Latín, lo estimulaba en la de religión, es decir, levantaba la autoestima.
Además de dedicarles horas extras para que comprendieran cada uno las difíciles
declinaciones y conjugaciones del Latín. (Educación personalizada se llama ahora).
Lo que este educador nos enseña es que se puede expresar valores profundamente
espirituales a través de trabajos mundanos en salones de clases, hospitales, oficinas.
Nosotros debemos hacer lo mismo si nuestra estrategia de vida quiere ser exitosa. Cada
religión y tradición espiritual transmite una visión de por qué los seres humanos están
aquí en la tierra y cómo deben vivir y tratarse los unos a los otros. Cada tradición les pide
hacer de esa visión el centro de su vida. Ya lo que esencial cuando hacemos las cosas es
de ser nosotros mismos y saber vivir y hacerlas bien. “Hagas lo que hagas, hazlo bien, y
habrás alabado a Dios”. Este es el espíritu de excelencia. “A Dios le encanta cuando uno
de ustedes hace excelentemente lo que está haciendo”, dicen los musulmanes. La más
alta declaración de valores, simplemente es el ejemplo que se da. Como dijo Gandhi: “se
el cambio que quieres ver”.